¿Llevarías a tus hijos al fútbol? Notas sobre el racismo antes del Barça-Madrid

A la luz de los últimos insultos racistas que ha sufrido Vinicius Jr, hay que buscar los motivos a por qué los estadios permiten este tipo de actitudes a pesar de una ley que no consiente actitudes intolerantes

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Vinícius Júnior, del Real Madrid, imita el insulto que le dirige un aficionado, en el partido contra el Valencia en el Mestalla, Valencia, España, 21 de mayo de 2023. REUTERS/Pablo Morano
Vinícius Júnior, del Real Madrid, imita el insulto que le dirige un aficionado, en el partido contra el Valencia en el Mestalla, Valencia, España, 21 de mayo de 2023. REUTERS/Pablo Morano

Un niño imita a un mono con desprecio mientras mira a Vinicius Júnior. La nueva imagen racista, vivida en el campo del Sevilla F.C, pronto quedará obsoleta por alguna más reciente. El jugador del Real Madrid es protagonista en todos los campos de fútbol de España y, cada vez que pisa el césped, se vuelcan sobre él insultos racistas. Su figura como estrella deportiva, acostumbrada a la exposición pública, ha logrado elevar estas situaciones, invisibilizadas en tantos equipos, aficiones y estadios.

En la víspera del clásico Barça-Real Madrid, los incidentes racistas en los campos de fútbol no han reducido su impacto, ni tampoco la legislación ha cosechado avances políticos que se conviertan en un nuevo contexto social. La violencia en los estadios se percibe como intocable, pero también como intrínseca a este deporte, a pesar de las campañas contra el racismo que llevan a cabo las instituciones y los intentos de alejarse de estas posturas tan conservadoras.

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Nacho Pato, periodista y autor del libro Grada Popular: ocho aficiones que animal a la contra, está lejos de minimizar el conflicto que existe en el fútbol, pero sí rebaja las expectativas sobre este deporte: “No se trata de exonerar al fútbol, cuyos dirigentes han demostrado sobradamente que quieren mantenerlo como una especie de búnker refractario a cualquier avance hacia una sociedad más justa e igualitaria. Pero sí de relativizar el peso que esta industria tiene como vanguardia política. El fútbol no lidera, acompaña a la Historia. ¿Qué gradas esperamos tener en un país como España, que ha blindado su frontera sur?”, sostiene el escritor.

Se antoja complicado imaginar un escenario de masas como es el fútbol distante a ciertas posturas políticas. Esta misma semana, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, alimentaba discursos xenófobos sobre la llegada de personas migrantes a España, y aseguraba que “el Gobierno está metiendo a los inmigrantes en aviones y dejándolos en paradas de autobús”. De igual modo, Vox, a través de Juan García-Gallardo, vicepresidente de Castilla y León, apuntaba que había que expulsar a todas las personas que llegaban a España de forma desesperada. Este enfoque ante una crisis humanitaria tiene un claro reflejo racista en los campos de fútbol.

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Un racismo en auge por la extrema derecha

FOTO DE ARCHIVO: Manifestación ante el mural de Marcus Rashford después de que fuera pintado tras la final de la Eurocopa 2020 entre Italia e Inglaterra . REUTERS/Peter Powell
FOTO DE ARCHIVO: Manifestación ante el mural de Marcus Rashford después de que fuera pintado tras la final de la Eurocopa 2020 entre Italia e Inglaterra . REUTERS/Peter Powell

Antumi Toasijé, presidente del Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial o Étnica (CEDRE), relaciona estos discursos con los brotes racistas en el fútbol: “Hay un estudio de percepción del racismo publicado en 2021 que identifica un crecimiento de racismo de España en la mayoría de ámbitos, menos en el ámbito policial. Esto viene de la mano de la extrema derecha, que ha logrado que el racismo parezca una opinión más”, declara el historiador a Infobae España.

Ante este panorama, la relación entre unos discursos políticos y unos gritos en las gradas se hace más evidente: “El fútbol en sí mismo es un reflejo de la sociedad, no es que el fútbol sea más racista que la sociedad, es que refleja a un segmento de la sociedad. Es un catalizador que vuelca esas ideas. No todo el mundo que va es así, pero destacan esas personas que lo hacen, aunque eso no minimiza el problema”, explica Toasijé, que cuando ha acudido a algún partido se ha encontrado ambientes hostiles. “He ido pocas veces y me he encontrado ambientes de mucha gente gritando, se ha instaurado una tradición de sacar lo peor”, cree.

La violencia ha crecido tanto en los estadios que la pregunta es ya si se construye ambiente sano para niños y niñas que acuden por primera vez a un evento deportivo. “Llevaría a mis hijos a un campo, siempre explicándoles lo que sucede. Trataría de encontrar la manera, por ejemplo, de contarles que si alguien se comporta de manera racista, eso es más importante que lograr determinado resultado en el campo. Amar el fútbol, para mí, significa justamente exigirle”, dice Pato. Por esa relación entre política y eventos de masas, el periodista ve imposible desligar las actitudes futboleras de la cultura popular. “A pesar de que al fútbol se le ha querido relegar históricamente a la etiqueta de mero deporte, creo que trasciende a esta. Este deporte, que es eso a la vez que juego e industria, también es un reflejo de la sociedad en la que se desarrolla. Si esta es racista –o sexista, o clasista, o está atravesada por los valores individualistas y mercantilistas del capitalismo–, veremos eso en el espejo cultural que es el fútbol, que absorberá por fuerza esas estructuras para posiblemente acabar manifestándose en él”, sostiene el escritor.

Una ley que nadie obliga a cumplir

Cargar la responsabilidad sobre Vinicius Jr o cualquier otro jugador que sea foco de insultos racistas y analizar si su actitud es provocativa o no, cae en el error de legitimar las faltas de respeto. Un paso hacia la solución, aseguran desde CEDRE, sería obligar a cumplir la ley vigente.

En 2007, el Gobierno de Zapatero aprobó la ley contra el racismo en el deporte, donde se registraban posibles sanciones económicas e incluso clausuras para los recintos donde se llevaran a cabo insultos xenófobos. Sin embargo, su aplicación suele caer en el olvido. “La ley está ahí, pero si no se aplica no hay consecuencias. No tiene un articulado que obligue a aplicarla o a sanciones graves por no ejecutarla. Debería haber suspensión de partidos, sanciones a los agresores... Son cosas que aparecen en la ley, pero no pasa nada si no se aplica. El problema no es que no haya legislación, el problema es que no hay una cultura de sensibilidad en este sentido. No hay una cultura de considerar esto grave”, analiza Antumi Toasijé.

De no llegar esa renovación que se exige desde gran parte de los aficionados, cansados de la toxicidad del fútbol, de su agresividad y del comportamiento de muchas de sus aficiones, acabará siendo el punto y final de esta industria: “Creo que cada vez menos aficionados y aficionadas van a estar dispuestos a seguir conectados emocionalmente a un deporte cuyos líderes insisten en empequeñecer, desvinculándolo de los lógicos conflictos de una sociedad imperfecta”, apunta Nacho Pato, que considera que el fútbol ha estado siempre en un lado de privilegio: “La industria del fútbol, dirigida y en gran parte consumida por hombres blancos, ha estado demasiado tiempo viviendo en un lado privilegiado de la sociedad. Se han hecho campañas estéticas, pero no basta con decir ‘no’ al racismo, sino que quizá hace tiempo que es momento de que esta industria pase a ser activamente antirracista”, zanja.

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