Las lagunas de Madrid creadas por accidente y que ahora evitan inundaciones en las ciudades

Las extracciones de grava alrededor del Jarama y el Manzaranes dejó agujeros en la tierra que, con el tiempo, se han convertido en humedales que ahora hay que conservar para proteger los ecosistemas que se han conformado

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Un hombre mira por los
Un hombre mira por los prismáticos en busca de aves en un humedal al sureste de Madrid. (Jose Carmona/Infobae España)

Los vecinos de Velilla de San Antonio de Madrid tienen en la entrada del pueblo un enorme terraplén que pone final al municipio. A pocos metros, el espacio se rompe en dos de una forma dramática: la autopista da entrada a varios polígonos industriales, una zona triste, deshumanizada y fría. Pero bajo los guardarraíles de la carretera, el monte cae hacia una laguna que, en realidad, no debería estar ahí.

Entre 1970 y 1990, los ríos de la Comunidad de Madrid vieron cómo máquinas extractoras sacaban de sus aledaños toda la grava que durante siglos el río había dejado a su paso. Las empresas constructoras cavaron y arrasaron con todo el sedimento depositado en las llamadas llanuras de inundación y se convirtió en material ideal para sus edificaciones. Kilómetros cuadrados de grava que pasaron a ser agujeros gigantescos, la política del ladrillo en su más pura esencia. Nadie se paró a reparar en los daños medioambientales.

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La naturaleza ha seguido su curso y en esos boquetes inmensos, treinta años después, hay lagunas apabullantes. El agua subterránea y las precipitaciones han llenado esos orificios donde ahora navegan somormujos y sobrevuelan milanos reales. Son humedales artificiales surgidos por accidente, fruto de la mano del hombre, que ahora las organizaciones ecologistas pelean por naturalizar del todo y convertirlos en espacios agradables para la fauna y útiles para el ecosistema madrileño.

Una de ellas es la laguna de Velilla, en el Parque Regional del Sureste de la Comunidad de Madrid. “Los humedales son refugios microclimáticos y en Madrid no hay muchos”, declara Alberto Fernández, responsable de política de agua en WWF España. Estas lagunas son delicadas y la sequía y la falta de lluvias ponen en peligro su continuidad. En España se han perdido más de la mitad de las que había en la cuenca mediterránea en el año 1900. Las políticas de regadío y la extracción de agua para la agricultura ha destruido muchos de estos ecosistemas. En el Parque Nacional de Doñana, su laguna más grande, Santa Olalla, se ha secado este verano por segundo año consecutivo, un hecho inédito desde que hay registros.

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En este humedal madrileño se pueden avistar hasta 57 diferentes especies de aves, que ya ven en este humedal una parada en sus rutas migratorias, aunque aún es necesaria una obra importante para terminar de naturalizar la laguna, que si fuera natural tendría una orilla mucho menos vertical para que la vegetación se acomode en las orillas.

Evitar que los humedales se sequen

Laguna de Velilla, en el
Laguna de Velilla, en el Parque del Sureste de Madrid. (Jose Carmona/Infobae)

El de Velilla de San Antonio es uno de los humedales a los que WWF hace seguimiento para controlar y evitar su descomposición. Su presencia ayuda a controlar inundaciones y mejoran la calidad del aire, así que lideran un proyecto conocido como Los ojos de los humedales, donde incitan a la participación ciudadana para el control de las especies y el estado de las lagunas.

La organización pone el foco en seis lagunas de la Comunidad de Madrid y cinco de Castilla-La Mancha y gracias a una aplicación para móviles llamada Epicolet se pueden contabilizar datos de la existencia de diferentes especies en estos territorios con el fin de que la comunidad científica use los datos para la elaboración de políticas medioambientales. Una vez finalice este proyecto de observación y divulgación, donde se han visto envueltos colegios de la zona para conocer la naturaleza que les rodea, WWF elaborará un documento con recomendaciones y medidas de conservación y restauración para que las administraciones competentes las ejecuten.

Esa misma extracción de grava se hizo en la zona donde se unen el río Jarama y el río Manzanares, en Rivas-Vaciamadrid. Ahora el agujero que se formó está lleno de agua y se ha generado un imponente lago, que tiene un servicio imprescindible para evitar inundaciones en la ciudad. Las lluvias provocan crecidas en estos ríos y el humedal se alimenta del agua sobrante, de forma que así no provoca destrozos urbanos. “Luego la suelta poco a poco y así evita inundaciones”, explica Alberto Fernández de este humedal en Soto de las Juntas, que se ha convertido en una zona de cría de especies y de protección durante el invierno.

Los ecologistas allí presentes desenfundan los prismáticos al borde de la laguna. Una bandada de cigüeñas sobrevuela el humedal. Se alejan unidas y viajan en equipo. Octubre llega a su fin y estas aves ya no deberían estar en España, pero su migración hasta África se ha interrumpido porque el calor que necesitan ya lo pueden encontrar en la península. El cambio climático altera las rutas de las aves, una afirmación triste y preocupante que por un momento no importa. El aleteo de las cigüeñas eclipsa las malas noticias.

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