Los aficionados del cine de Hayao Miyazaki están de enhorabuena por partida doble. Esta misma semana se estrena su última obra, quizás la última de su carrera, El chico y la garza, después de haber sido galardonado con el Premio Donostia en la pasada edición del Festival de San Sebastián por toda su inconmensurable carrera.
Además, ahora se edita una obra inédita, quizás la que constituyó el germen de toda su carrera y que daría lugar a buena parte de su imaginario posterior, ya que llevaba trabajando en ella desde principios de los años ochenta.
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Una obra germen de Ghibli
Se trata de El viaje de Shuna, un cómic, novela gráfica o más bien una historia ilustrada, lo que los japoneses llaman ‘emonogatari’, que apareció en 1983 y que ahora rescata Salamandra Graphic ya que hasta el momento permanecía inédita en nuestro país, aunque fuera una pieza fundamental para entender toda la obra del autor. Además, lo hace coincidiendo con el 40 aniversario de la publicación original en Japón. Todo un acontecimiento, ya que constituye una pieza clave para entender la visión cinematográfica del maestro.
Cuando el Miyazaki hizo este manga, todavía no se había constituido como tal el Studio Ghibli, compañía que fundaría junto a su compañero de aventuras Isao Takahata. Ambos habían colaborado en la elaboración de series de televisión míticas como Heidi y Marco, pero tenían un universo particular dentro del anime que querían expandir de forma independiente.
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Conexiones, ‘El viaje de Shuna’ con la filmografía de Miyazaki
En ese contexto surge El viaje de Shuna, al igual que Nausicä, ya que ambos relatos forman el sustrato de toda su iconografía. En ella se cuenta la historia de un joven heredero de una tierra que ya no produce alimento, que se encuentra seca y baldía por la explotación indiscriminada (eso, contado en los años 80, un total visionario).
Un misterioso anciano le contará al protagonista que hay unas semillas mágicas que pueden hacer que las cosechas aumenten la productividad. Pero,¿a qué precio? Quizás Miyazaki ya estaba exponiendo no solo la crisis medioambiental, sino los mecanismos insanos que nos llevan a quemar nuestros propios recursos, tanto naturales como existenciales.
La historia se basa en una leyenda tibetana, la de El príncipe que se convirtió en perro, en la que se mezcla el elemento fantástico con el realismo social, a través de un país que sufre la escasez de recursos.
La cuestión es que, en El viaje de Shuma se aglutinan todos los intereses primigenios del gran cineasta, en el que se mezcla en folclore autóctono con las necesidades básicas del ser humano en un mundo en proceso de putrefacción.
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Ahí está todo. De Nausicäa a La princesa Mononoke, sus obras cumbres en torno a la lucha del hombre (o la mujer, en ambos casos) contra el sistema. También está la magia, el poder fabulador, la capacidad de imaginar mundo propios engarzados con la realidad que dan lugar a un futuro postapocalíptico que cada vez adquiere una consistencia más propia.
La obra que ahora se presenta, está repleta de preciosas ilustraciones que parten del genio de Miyazaki a la hora de poner en imágenes (y en escenas) esa capacidad poética, humanista y reivindicativa que tan bien ha sabido explorar a lo largo de sus películas, que nos llevan desde Mi vecino Totoro a El viaje de Chihiro, la única película de animación que ha conseguido un Gran Premio en un festival de clase A, en el de Berlín.