Cuando Martin Scorsese parecía que ya no tenía que demostrar nada a nadie, a sus 80 años ha dirigido una de las mejores películas de toda su carrera. Y es curioso, porque su última y monumental Los asesinos de la luna conecta a la perfección con buena parte de los intereses y elementos que han formado parte su carrera, pero aquí se encuentran representados y articulados desde una perspectiva diferente, desde una mirada contemporánea y una sensibilidad absolutamente inédita que se encarga casi de darle la vuelta a todos los postulados por los que se había regido su cine.
Los asesinos de la luna es también una película de mafiosos, como también lo eran Malas calles, Uno de los nuestros, Casino o El irlandés, pero en este caso de lo que se trata no es de empatizar con la figura del asesino, ni con ese mundo de hombres que hasta el momento había construido, sino de dinamitarlo desde dentro, desde las propias estructuras de los géneros clásicos que se habían encargado de perpetuar los estereotipos, desde el wéstern hasta el noir, pasando por la propia construcción de los Estados Unidos a través de la violencia, la corrupción y el genocidio.
Te puede interesar: Martin Scorsese admite que no debió hacer ‘Shutter Island’ y que quizá solo le quede una película por rodar
El director adapta el libro homónimo de David Grann centrado en uno de los tantos episodios que la historia se había encargado de relegar al olvido, la matanza indiscriminada que se produjo dentro de la comunidad nativa de indios osage en los años veinte por parte de los hombres blancos que querían quedarse con su territorio y las riquezas que contenía, la más valiosa, el petróleo.
Partiendo de este contexto, el director se encarga de adentrarnos en ese espacio a través de la figura de un hombre, Ernest (Leonardo DiCaprio), que después de haber estado en la guerra busca fortuna en la tierra de las oportunidades a través de la figura de su tío, William Hale (Robert de Niro), que se hace llamar a sí mismo el rey y que mueve los hilos subterráneos de una comunidad a la que protege de cara a la galería, pero que en realidad quiere destruir.
Te puede interesar: Quién es Lily Gladstone, la protagonista de la última película de Martin Scorsese
La perversión del sueño americano desde un dispositivo de reflexión
Así, la película comienza como un gran fresco histórico para convertirse en una odisea de descomposición moral en la que no hay lugar para la inocencia. La pureza en todos los sentidos –también en cuestiones de raza y de tradiciones– la simbolizaría Molly (Lily Gladstone), una joven perteneciente a una familia adinerada osage, que será utilizada para los perversos intereses del clan de Hale, que conseguirá que el matrimonio con su sobrino se convierta en su plan a largo plazo para exterminar a los nativos y tomar el control.
Scorsese compone todo un crisol de relaciones infectadas desde una mirada calma y contenida, desplegando un elegante dispositivo en el que la tensión se irá poco a poco incrementando en una escalada de atmósferas viciadas absolutamente irrespirables.
Su tempo narrativo es tan clásico como absolutamente moderno y revolucionario a la hora de contar la historia a través de las elipsis, así como de la constante extrañeza, casi desde el punto de vista de una película de terror que envuelve con sus mecanismos malsanos.
El director alcanza el virtuosismo máximo sin necesidad de ningún alarde ostentoso. Aunque, en cierta manera, parece como si se estuviera autoanalizando a sí mismo en relación con la forma en la que había hecho cine, a cómo había mostrado la violencia y a cómo había generado toda una galería de monstruos a lo largo de su trayectoria, en ocasiones sin la necesidad de reflexionar sobre su naturaleza y, lo más importante, sobre sus consecuencias, lo que convierte a Los asesinos de la luna en su película más abiertamente política y reivindicativa.
Te puede interesar: El motivo por el que Leonardo DiCaprio no apareció en ‘El retorno de las brujas’ a pesar de hacer un casting “increíble”
Scorsese reinventa sus historias de violencia
Aquí, sus habituales muestras de brutalidad se encuentran encapsuladas, la violencia no es explícita, pero se siente de una manera más revulsiva que nunca. Es una cuestión de respeto absoluto por el material que se encuentra filmando, adquiriendo el fondo un poder revelador frente a la forma. No se trata de epatar, sino de hacer sentir el malestar, el horror y la crueldad casi a través de las miradas, las que se cruzan entre los tres personajes, adquiriendo las de Molly un poder perturbador al ser consciente de lo que está ocurriendo a su alrededor sin decir una sola palabra. Mientras los hombres hablan, ella calla, escucha y sabe. Y en esos ojos hay una tristeza y desolación infinitas.
Enorme trabajo en ese sentido el de Lily Gladstone, pero también de Leonardo DiCaprio, que podría ser perfectamente uno de los personajes masculinos prototípicos de Scorsese a la hora de medrar en el seno de la organización en la que se integra y que, sin embargo, se aleja de cualquier referente anterior al componer a un ser esquivo y repleto de angulaciones inesperadas que se debate entre el mal y el bien y que se cuestiona y se tortura por su condición de marioneta ejecutora.
Te puede interesar: Los motivos por los que Martin Scorsese critica las listas ‘Top 10′ de mejores películas
Los asesinos de la luna es una película majestuosa que se ve prácticamente aguantando la respiración. La obra maestra de un director que no solo sabe cómo manejar los recursos cinematográficos, sino que también es capaz de reflexionar sobre ellos en el ocaso de su carrera. Porque nos encontramos con una obra con alma, que deja un poso, que es importante por su capacidad metafórica, por su rotundidad expresiva a la hora de explorar en las raíces del sueño americano para casi maldecirlas y renegar de ellas.
El director cierra esta historia de sacrilegios con un epílogo absolutamente inesperado, a través de un show radiofónico patrocinado por Lucky Strike (tremenda ironía) en el que él mismo se encarga de contar el destino de los personajes, dándoles un sentido desde nuestro presente y que se convierte en uno de los momentos más impactantes, memorables y elocuentes del cine moderno.