Imaginemos un mundo en el que los seres humanos comienzan a sufrir una serie de mutaciones y se acaban convirtiendo en animales. En esa situación, esos nuevos seres, serán apartados por el sistema, que se niega a pensar que se esté instaurando un nuevo orden. La incomprensión frente a la diferencia genera eso, rechazo, marginación y persecución. La manera de erradicar el problema pasa por encerrarlos o matarlos.
Esta es la premisa de El reino animal, película que después de pasar por la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes, se presentó en el Festival de Sitges y ahora llega a las pantallas. Su director es Thomas Cailley, que alcanzó el reconocimiento gracias a Les combattants, Cesar a la mejor ópera prima en la que destacaba la interpretación de Adèle Haenel (Retrato de una mujer en llamas).
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Una metáfora para hablar de la identidad
Ahora el director vuelve a demostrar que es dueño de una poderosa mirada en esta nueva película que plantea un crisol de reflexiones dentro del mundo en el que vivimos, aunque se inserte dentro del género fantástico, y que habla no solo de cómo hemos perdido la conexión con la naturaleza, sino también de hasta qué punto actúa la represión social cuando se trata de aceptar la diferencia, sea de la forma que sea.
Émile (Paul Kircher, la revelación de Dialogando con la vida, por la que ganó el Premio de interpretación en el Festival de San Sebastián) es un chico de 16 años cuya madre está internada después de haber contraído la extraña enfermedad. Su padre, François (el gran Roman Duris) se niega a creer que ha perdido a su esposa para siempre y la acepta tal y como es ahora en realidad. Pero Émile esconde un secreto: en él se están produciendo los mismos cambios que le ocurrieron a su progenitora. Por eso, cada vez se sentirá más fuera de la civilización, que se ha convertido en un lugar hostil, y se refugiará con más frecuencia en el bosque.
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Dentro de ese nuevo espacio, casi mágico, conocerá a otras criaturas que, como él, se encuentran en proceso de metamorfosis, a medio camino entre su yo humano y su nueva forma animal. El director nos sumerge así en una fábula que, a modo de coming-of-age, se encarga de abordar la identidad de una forma diferente, en el que laten un montón de ideas imaginativas más allá de cualquier fórmula preestablecida, aportando autenticidad y frescura, así como también muchas dosis de inquietud.
Así, podría ser un cruce entre la saga de los X-Men o la ópera prima de Julia Ducournau, Crudo, pero El reino animal tiene una personalidad propia más allá de los inevitables referentes. Su mezcla entre la realidad y la fantasía, así como los increíbles efectos especiales a la hora de dar forma a las transformaciones (entre el carácter artesanal y el digital) le dan un toque de extrañeza de lo más peculiar en el que la libertad, finalmente, parece pasar por salir definitivamente fuera del sistema.
Completa el reparto Tom Mercier y Adèle Exarchopoulus, en el papel de una policía que intenta entender lo que está pasando a su alrededor antes de imponer la fuerza y el sometimiento.