Ser agricultora y dueña de un negocio en un mundo de hombres: “Aún me preguntan por el jefe o piden hablar con mi marido”

Julia Quintana trabaja en un pequeño pueblo de Burgos seleccionando grano y aunque celebra los avances en igualdad, asegura que aún queda mucho por hacer en el entorno rural, donde las mujeres sufren más los prejuicios y la falta de servicios de protección

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Julia Quintana trabajando con la
Julia Quintana trabajando con la máquina que selecciona el grano. (Cedida)

Ya han pasado más de 25 años desde que Julia Quintana decidió asumir el negocio de su padre para dedicarse a la selección de grano y, aunque se han producido avances importantes en igualdad, aún son muchos los prejuicios machistas a los que se enfrenta día a día como mujer que se dedica a la agricultura en un pequeño pueblo. Todavía hay hombres que le preguntan por “el jefe” a la hora de hacer negocios o le piden hablar con su marido en vez de dar por hecho que es ella, ataviada con su mono verde de trabajo, quien está al frente de esa gran máquina que selecciona cereal.

Cuando le suceden este tipo de cosas, Julia siente una “enorme impotencia”, porque tiene la sensación de que aún quedan algunos clientes que “no se fían de que sepa hacer su trabajo y siempre lo cuestionen”, mientras que si fuera hombre, asegura, “eso nunca pasaría”. “Las mujeres siempre tenemos que demostrar que valemos, y es triste, porque nos dedicamos a la agricultura o al ganado igual que lo hacen ellos. Nosotras nos hemos criado en casas de agricultores como nuestros hermanos, lo hemos visto hacer toda la vida, y no puedo entender por qué nos ignoran”, comenta indignada esta mujer de 62 años a Infobae España desde Cilleruelo de Abajo, un pequeño pueblo burgalés de apenas 200 habitantes. Segundos después ella misma se responde: “Es la educación machista que han recibido”.

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Otras veces tiene que lidiar con los clientes que amenazan con irse a otro negocio y cree que, si se tratara de un hombre, no le harían ese tipo de comentarios. “Al final tienes que ceder porque no te quieres quedar sin trabajo, pero creo que a un hombre no se lo harían”, sostiene, al tiempo que recuerda que otras muchas compañeras que trabajan en el entorno rural se han visto en la misma situación.

A pesar de todo, esta agricultora, también presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur) de Burgos, no se arrepiente de haber elegido ser seleccionadora de grano, porque son más los días buenos que los malos en los que alguno de sus clientes trata de “fastidiarla” con comentarios machistas. Además, aunque asegura que los avances en materia de igualdad son lentos, la situación nada tiene que ver a lo que ella vivió décadas atrás. De hecho, cuando su padre se jubiló y quiso darse de alta como agricultora, el funcionario de turno se lo impidió alegando que una mujer no iba a encargarse de esas tareas en el campo.

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“Eso ocurrió hace más de 20 años cuando aún existían las cámaras agrarias, pero por suerte desparecieron y pude finalmente darme de alta como agricultora”, explica. “Yo sabía que era capaz de hacerlo, lo que no tenía claro es si los clientes me iban a aceptar”, añade Julia, quien ha demostrado con creces que puede manejar su negocio, al igual que otras muchas mujeres en el entorno rural están al frente de una explotación ganadera, conducen tractores o lideran emprendimientos innovadores.

Julia trabaja en la agricultura
Julia trabaja en la agricultura desde hace más de 25 años. (Cedida)

Peores condiciones que los hombres

Aún así, la situación de las mujeres que viven en el entorno rural es especialmente complicada. Según un estudio elaborado en 2020 por Fademur y el Ministerio de Igualdad, ellas soportan un 38,4% de tasa de inactividad frente al 15,1% de los hombres, además de sufrir una “fuerte segregación horizontal y vertical” en el mercado laboral de los pueblos: el 78% de las que trabajan lo hacen en el sector servicios.

Ese mismo informe indica también que las mujeres en el ámbito rural, pese a estar más cualificadas, “están sobrerrepresentadas en los puestos de trabajo con peores condiciones laborales”, es decir, aquellos con ingresos entre 400 y 1.000 euros, “con contratos temporales, fijos-discontinuos, en las jornadas parciales y mayoritariamente presentes en las posiciones inferiores de la jerarquía laboral”. Además, añade el estudio, el hecho de no poder acceder a ciertos servicios como un buen transporte público, consultas sanitarias diarias o una línea de internet decente condiciona sus vidas, “provocando una sobrecarga de tareas de cuidados y limitando su acceso a trabajos o formación”.

“En los pueblos si no emprendemos no hay trabajo, y si lo tenemos, las mujeres somos las que generalmente nos hacemos cargo de la casa y del cuidado de nuestros mayores, porque la ayuda de los servicios sociales no es suficiente”, indica Julia, quien lamenta que tras la pandemia las consultas sanitarias se han reducido en Cilleruelo de Abajo a tres días a la semana en vez de ser diarias como antes.

Desde Famedur también aseguran que la violencia machista está más “invisibilizada” en los pueblos, donde todo el mundo se conoce y las relaciones de maltrato suelen ser más prolongadas que en la ciudad. La organización recuerda que 17 de las 51 mujeres que han sido asesinadas durante este año vivían en pueblos de menos de 20.000 habitantes.

En total, según datos de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, las mujeres asesinadas en España desde 2003, cuando comenzaron los registros, se elevan a 1.236.

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