En los últimos años Mike Flanagan se ha convertido en uno de los grandes exponentes de la ficción televisiva dentro del género del terror y el thriller sobrenatural. Comenzó en el cine independiente con sugerentes propuestas como Abstenia, hasta desembarcar en la factoría Blumhouse con Oculus: El espejo del mal, a la que le seguiría Ouija: El origen del mal. Continuó adaptando a Stephen King en El juego de Gerald y en la ambiciosa (y complicada) secuela de El resplandor, Doctor Sueño.
Siempre ha sido coherente con sus preferencias, con su querencia por el horror gótico y las historias de fantasmas, así que cuando comenzó a desarrollar proyectos para Netflix continuó fiel a sí mismo, creando una especie de sello personal e intransferible, algo que pocos creadores pueden conseguir en la actualidad debido a las presiones del propio sistema y la competencia entre plataformas.
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En su primera serie comenzó adaptando a Shirley Jackson en La maldición de Hill House, para continuar con Henry James en La maldición de Bly Manor y ahora se atreve con Edgar Allan Poe en La caída de la casa Usher, casi constituyéndose como una trilogía con elementos de conexión entre sí.
A favor: Una oda al universo de Poe con momentos locos y truculentos
Lo interesante de La caída de la casa Usher, es la manera en la que no solo se encarga de realizar una versión del cuento original, sino que intenta integrar todo el universo del escritor estadounidense, como si la serie se tratara de un generoso catálogo de referencias que nos remite a buena parte de sus más célebres relatos a través de una red subterránea de vínculos de lo más sugerentes.
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Así, por cada episodio reverberarán los ecos de El gato negro, La máscara de la muerte roja, Los crímenes de la calle Morgue, El corazón delator, El pozo y el péndulo, The Gold-Bug y, por supuesto El cuervo, con su famosa frase ‘Nevermore’ como culmen de todo el espectáculo macabro en el que late el destino cruel. También hay citas de Annabel Lee, el último poema que escribió el autor con un poso de melancolía romántica que sirve para conectar al protagonista con el único amor puro que tuvo en su juventud y que simboliza la inocencia antes de su perversión posterior.
Mike Flanagan, además de jugar con todo este rico imaginario, también se encarga de expandirlo dotándolo de un discurso contemporáneo en torno a la ambición, el poder y el privilegio clasista. Lo hace a través de una familia que ha cimentado su fortuna a través de la industria farmacéutica y de un medicamento que genera adicción y que sería responsable de la crisis de los opiáceos en Estados Unidos, un producto análogo al Oxicontin, que aquí toma el nombre de Ligodona.
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En contra: Discurso vacío y diálogos farragosos
Así, la falta de escrúpulos a la hora de ganar de dinero a costa de la salud de los demás se convertirá en el mal de los Usher, en la maldición (o pacto demoníaco) que tendrán que arrastrar por preferir el dinero a la todo lo demás, incluso su descendencia.
Cada capítulo termina con una muerte de lo más sanguinolenta e imaginativa relacionada con el título de relato, generando momentos que entroncan con el terror más crudo e incluso gore. Sin embargo, en ocasiones, Flanagan apuesta por recargar el metraje con diálogos algo farragosos y ciertos tics demasiado autocomplacientes destinados a generar reflexiones manidas y vacías, convirtiéndose su crítica al capitalismo en superficial y casi al borde de la caricatura, como si se tratara de un Succession de serie B, pero con menos diversión de la esperada.
Además, si al principio las apariciones de Carla Gugino (ella representaría el destino cruel, el pacto con el mal) resultan sugerentes, según va avanzando la trama irán perdiendo el impacto inicial dejando paso al subrayado y una monótona deriva narrativa.