Un trabajo de investigación del catedrático de Arqueología y Prehistoria de la Universidad de Sevilla José Luis Escacena concluye que los petroglifos de Los Aulagares, grabados sobre roca en un paraje de Zalamea la Real (Huelva), serían “el resultado de varias rogativas por la lluvia” ante “una rápida e importante evolución climática” traducida en un incremento de la aridez y una “sequía extrema”.
Este estudio se titula en concreto “El petroglifo de Los Aulagares como respuesta religiosa al evento climático 4.2 ka cal. BP” y gira en torno al “significado simbólico” de los petroglifos o grabados rupestres de Los Aulagares, datados en el periodo de la Edad del Cobre y localizados en un cerro que dista unos dos kilómetros del casco urbano de Zalamea la Real.
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El autor de este trabajo, miembro del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla, arranca el mismo señalando directamente “los cambios ambientales que acontecieron a finales del III milenio” previo a la era actual, en alusión al denominado como “evento climático 4.2 ka cal. BP”, cuyas consecuencias “fueron drásticas y muy rápidas”, traduciéndose en “un aumento extraordinario de la aridez que afectó casi de forma inmediata a la vegetación”.
De los efectos de la “extensión a gran escala” de este evento climático en el ámbito del hemisferio norte de la Tierra, según este trabajo publicado en 2018, pero de plena vigencia dado el actual contexto de sequía, derivarían “el final del Imperio Acadio y el colapso del Reino Antiguo en Egipto, así como la desaparición de las culturas coetáneas del Indo”.
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“Fase climática seca y fría”
Profundizando en dicho fenómeno climático, José Luis Escacena especifica que “para el sur” de la Península Ibérica, hacia comienzos del II milenio antes de nuestra era (a.n.e.), ya estaba “plenamente instalada una fase climática seca y fría”, extremo “responsable en primera instancia del final del mundo calcolítico”.
“Los datos polínicos evidencian una fuerte tendencia a la desertización del territorio. Desaparecen especies arbóreas para dejar paso a una vegetación de matorral más resistente al estrés hídrico. Igualmente, se incrementa la erosión, con su correspondiente repercusión en el relleno de las desembocaduras de los ríos”, remarca Escacena en este estudio, razonando que “este clima frío y muy seco no era el más adecuado para los cultivos de las comunidades prehistóricas”, cuyos sistemas agropecuarios habrían “colapsado” hasta derivar la situación en “numerosas hambrunas y la paralela disminución de la población humana”.
En este contexto, José Luis Escacena destaca el “notable esfuerzo empleado” a la hora de grabar los trazos de los petroglifos de Los Aulagares, extremo que “los alejan de cualquier interpretación que pueda atribuirlos al aburrimiento vespertino de un pastor” y les confieren “muchas probabilidades de ser una manifestación señera de las creencias religiosas de su época”.
Recordando que estos grabados muestran representaciones circulares, unas con radios y otras meramente concéntricas, Escacena adelanta en las primeras páginas de su trabajo que “este tratamiento distinto sugiere que se buscaba representar dos cosas también diferentes”.
Los astros ya conocidos en la edad del cobre
Al punto, desgrana que rige “acuerdo” científico respecto a que “los signos radiados se refieren a cuerpos celestes”, o sea “determinados astros” como el sol o los planetas “conocidos entonces” al ser posible contemplarlos “a simple vista”; concretando que “en el Calcolítico meridional hispano habrían sido identificados ya” los planetas que actualmente conocemos como Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno.
Las representaciones circulares con radios de los grabados de Los Aulagares, según este investigador de la Hispalense, reflejarían así “cuerpos celestes” plasmados como “iconos divinos”, es decir “los entes a los que se pretende rogar algo”.
A continuación, el autor de este estudio sostiene que los paralelismos de estos grabados con la cerámica calcolítica “permiten afinar la datación” de los mismos, “apuntalando la idea de que corresponden precisamente a la época que marca el inicio evidente del episodio climático 4.2 k, cuyo alcance fue tan amplio” que puede ser entendido, según su tesis, como el “responsable principal” del “colapso” del mundo calcolítico de la Península Ibérica.
En consecuencia, Escacena defiende en este trabajo que “esta manifestación de arte rupestre se puede fechar a finales del III milenio” previo a la era actual, cuando “se produjo una rápida e importante evolución climática”, en alusión al “evento 4.2 cal BP” y la “gran seca” inherente al mismo.
Y especialmente, el profesor Escacena señala las representaciones de arte rupestre hispano en las que “las composiciones del agua cósmica se simbolizan con pequeños círculos o puntos”, matizando no obstante que en el caso de Los Aulagares, “los grandes círculos que rodean a los cuerpos luminosos radiados presentan una singularidad”, pues “están diseñados mediante circunferencias concéntricas presididas por una oquedad central”.
“Gotas de lluvia” grabadas en piedra
“No encuentro cosa más parecida a esto que las ondas circulares concéntricas que forman las gotas de agua de lluvia cuando impactan sobre superficies encharcadas”, razona José Luis Escacena; considerando que los símbolos concéntricos no radiados de los grabados prehistóricos de Los Aulagares “parecen responder a la imagen de gotas de un líquido al caer sobre un plano horizontal acuoso” e interpretando que los mismos responderían a “rogativas por la lluvia” en el marco del periodo de aridez derivado del mencionado episodio climático.
Con esta argumentación, el profesor José Luis Escacena plantea que esta hipótesis podría “retrotraer al menos hasta hace cinco milenios la costumbre humana de pedir agua a los dioses cuando esta se necesita para los sembrados, sobre todo en situaciones de sequía extrema”.
Información elaborada por Europa Press