Christo Casas, autor de ‘Maricas Malas’: “Jamás le exigiré a un marica que sea menos de derechas de lo que lo es un heterosexual”

En esta obra, entre el ensayo y el relato personal, el periodista y antropólogo invita a una reivindicación ‘queer’ más allá de las conquistas legales. “La rabia es gasolina para las revoluciones”, afirma

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Christo Casas (@wijkmarkphoto)
Christo Casas (@wijkmarkphoto)

“Reivindicar el marica, el maricón y el mariquita”. Como eslogan político, funciona. Como mensaje de guerra, también. Para Christo Casas (Cuenca, 1991), periodista y antropólogo, la terminología es una forma de lucha y de reclamo. El autor presenta Maricas malas, una obra que oscila entre el ensayo y la biografía y en la que propone “recuperar la palabra” para abrazar todas sus aristas.

“El homosexual es un usuario del sistema médico y el gay es un cliente del sistema comercial. El marica es una cosa que se niega a ser ambas”, declara el autor a Infobae España. Para Casas, la palabra ‘marica’, empleada de forma histórica como insulto hacia los miembros del colectivo LGTBIQ+, tiene “un potencial destructivo” que les permite reconquistar el término.

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El libro de Casas profundiza en la idea de hombre homosexual que ha calado en la sociedad y en cómo los que no se adaptan a sus preceptos quedan anegados dentro del sistema. También profundiza en la “derrota” de la aprobación del matrimonio igualitario y en la violencia diaria que sufren las personales homosexuales en España: en la calle y fuera de ella.

Pregunta. ¿Por qué ese título? ¿Por qué Maricas malas?

Respuesta. Maricas malas para mí es la reivindicación de una marica sucia, promiscua, obrera, trabajadora, estridente, molesta. Creo que es una reivindicación muy necesaria ahora mismo por un motivo. Desde el punto de vista cisheterosexual, se nos ha forzado a las personas LGTBI a explicarnos desde el sufrimiento, desde la herida a sanar, desde el drama, ¿no? Y qué bien que ahora vivimos en una sociedad tolerante que les permite cuidarse y ser abiertamente LGTBI. Esto es muy positivo, obviamente, porque ha despertado la conciencia de que las personas LGTBI somos personas que tenemos derecho a la vida con normalidad, pero, por otra parte, ha arrinconado a aquellas personas LGTBI que no encajan en esta narrativa.

Más allá de reivindicar a las maricas buenas (las que se casan, firman una hipoteca, tienen hijos y hacen un estilo de vida que al fin y al cabo no se acaba de diferenciar del estilo de vida cisheterosexual), también está muy bien ser promiscua, ser guarra, ser sucia, ser estridente, ser una locaza y sobre todo molestar, porque quizá la clave de que las maricas buenas ya no despierten homofobia es que no molestan.

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Portada de 'Maricas malas' (Editorial Paidós)
Portada de 'Maricas malas' (Editorial Paidós)

P. Las celebraciones del Orgullo LGTBIQ+, ¿consideras que están dirigidas a esas “maricas buenas”?

R. Las manifestaciones del colectivo se han ido institucionalizando y comercializando, sigue teniendo una parte reivindicativa, pero es cierto que aquel que acapara la atención mediática y la mayor parte del público es el que ha acabado convirtiéndose en un festival en el que no tienes que pagar entrada. Lo que hay aquí realmente es un negocio que utiliza la bandera LGTBI para sacar dinero, pero esto se ha vaciado de políticas y de reivindicaciones. Hace años ya que vemos cómo en el Orgullo de Madrid se pone a pregoneros que no tienen nada que ver con el colectivo. Yo no tengo ningún problema en que el pregonero o la pregonera sea una persona cisheterosexual, siempre que tenga algún compromiso político con el colectivo. La clave está en que ya ni siquiera hay eso. Simplemente, es una persona famosa que pasaba por allí.

“Hace años ya que vemos cómo en el Orgullo de Madrid se pone a pregoneros que no tienen nada que ver con el colectivo [...] Simplemente, es una persona famosa que pasaba por allí”

P. ¿Cuáles serían esos referentes que sí te gustaría ver en los pregones del Orgullo?

R. Lo que me gusta ver es organizaciones de base. Está muy bien tener referentes, y con eso quiero decir personas que identificamos con nombre y apellido que son famosas por ser LGTBI, pero sobre todo hay que volver un poco a la organización colectiva. Creo que el referente debe ser el qué y no el quién.

P. No sé si estás de acuerdo con que ha habido un aumento del miedo colectivo después del incremento de agresiones al colectivo LGTBIQ+.

R. Desde la irrupción de la extrema derecha en Europa estamos asistiendo a un marco en el que la interpretación del mundo y la opinión pública se ha desplazado hacia la derecha. Estamos viendo cómo vuelven opiniones o aseveraciones que creíamos desterradas del marco político porque pensábamos que lo habíamos superado. En esto hay también un poco de inocencia del colectivo de pensar que lo teníamos todo hecho. Hemos cedido a eslóganes como Love is love, El amor todo lo vence o Ames a quien ames, Madrid te ama, completamente vacíos de reivindicación política. Nadie penaliza al amor, el amor es un sentimiento abstracto que a todo el mundo le parece bien. Lo que a no todo el mundo le parece bien es cómo vas vestido, porque vas provocando. En este sentido, creo que tenemos que regresar a las reivindicaciones de la maldad, de la suciedad, de la estridencia, de la pluma.

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P. Hablas en el libro de que las leyes no son suficientes, que aprobar algo, como por ejemplo el matrimonio igualitario, no implica que haya habido un avance. ¿Qué opinas, entonces, de la labor que ha hecho el Ministerio de Igualdad con la ‘ley trans’?

R. Creo que las leyes, los ministerios y las instituciones siempre van un paso por detrás de la sociedad. En España fue posible elaborar la ley del matrimonio igualitario, que tenía contestación y rechazo, por supuesto, gracias a que estábamos en una sociedad suficientemente madura para asumirlo. Vimos el caso opuesto en Francia, un país vecino con el que tenemos frontera, en el que ha costado 10 años más conseguirlo porque la sociedad era mucho más reaccionaria. En este sentido, lo que ha hecho el Ministerio de Igualdad es institucionalizar una cosa que para la sociedad ya era de sentido común, que una persona trans es del género que dice ser. En este sentido, es el culmen de un trabajo que han hecho asociaciones y colectivos, no es un trabajo de nombre y apellido de una ministra o de un activista o periodista.

“Lo que ha hecho el Ministerio de Igualdad con la ‘ley trans’ es institucionalizar una cosa que, para la sociedad, ya era de sentido común”

P. ¿Esperabais la reacción negativa, y la oposición férrea, a su aprobación?

R. Esta reacción visceral es fruto del marco en el que estamos, en el que la extrema derecha está ganando terreno. Voy a utilizar una metáfora: las latas vacías siempre hacen más ruido que las llenas. Si tú planteas eso en una cena familiar, en una comida con tus colegas, los derechos LGTBI están bastante más que asumidos, mucho más que en el Congreso. En el Congreso lo que vemos es una sobrerrepresentación de unas opiniones reaccionarias que no tienen por qué recoger la de las personas que la han votado.

P. ¿Por qué consideras que la aprobación del matrimonio igualitario fue una derrota?

R. Al final, cuestionar el matrimonio igualitario es una excusa para acabar cuestionando el matrimonio al completo, sea de personas homosexuales o de personas heterosexuales. La trampa que hago es comenzar con una opinión controvertida para parar la atención y acabar con una reflexión que es mucho más profunda: hablar sobre cómo nos organizamos como sociedad, cómo organizamos los cuidados y cómo organizamos los afectos. Un problema que planteo del matrimonio igualitario en el libro es que privatiza los cuidados. Cuando una persona está mala, cuando una persona es dependiente, cuando una persona está en un momento de vulnerabilidad, quien se tiene que encargar de ello es su pareja. Esto deja en un vacío a las personas que no la tienen. En el momento en que el colectivo LGTBI luchó por el matrimonio igualitario, se ha hecho una especie de pinkwashing de una institución que ya venía oprimiendo a la población y particularmente a las mujeres. Hemos acabado perpetuando y legitimando una institución que tenemos que volver a poder criticar sanamente.

P. También profundizas en la carga moral que se le exime a la píldora anticonceptiva, pero no al tratamiento del VIH (la PrEP). Dices que lo primero se entiende como un acto de “responsabilidad”, mientras que lo segundo es visto como “perversión o vicio”.

R. Parece que el ejemplo es que los anticonceptivos sí, pero la PrEP no. Quiero incidir mucho en que es matizable, porque los anticonceptivos sí, pero la mujer que reivindica su sexualidad activa y usa anticonceptivos también es estigmatizada. En este sentido, creo que hay un puente entre maricas y mujeres cis, hay una conexión que puede dar lugar a un activismo conjunto.

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P. ¿Cómo lidias con esas violencias diarias que, en algunos casos, van más allá de que os llamen ‘maricones’ por la calle?

R. Preferiría que me insulten por la calle a que me dejen sin casa por maricón. Es algo que a mí me ha pasado: ir a visitar un piso yo solo porque mi pareja estaba trabajando, que nos guste, presentar el papeleo y las nóminas y, en el momento en que ve que son dos hombres, misteriosamente el contrato desaparece y no quieren alquilarlo. Luego vuelves a ver el anuncio colgado en el portal en el que estaba. Lo vives con tremenda desesperación, pero quiero salir de la narrativa del sufrimiento. También he encontrado pisos maravillosos que he compartido con otras personas LGTBI.

“Preferiría que me insulten por la calle a que me dejen sin casa por maricón”

P. ¿Qué opinas de los homosexuales que votan a los partidos de derecha?

R. Esto es problemático, pero luego hago un paso atrás y reflexiono. En realidad, hay una doble penalización. Parece que por ser marica tienes menos derecho que un hombre heterosexual a votar a la derecha, cuando en realidad tienes el mismo. Si los tíos heterosexuales tienen ese derecho a la maldad, ese derecho a votar contra los derechos de la gente, las mujeres y los migrantes, las personas maricas también tienen derecho a votar mal, desde mi punto de vista, obviamente. Creo que hay que salir de este enfoque identitario. Mi perspectiva política es que ojalá ni siquiera tuviéramos que votar, porque la democracia representativa me parece deficitaria. Ojalá todo el mundo votara aquellas opciones que permiten futuros mejores. Dicho esto, jamás le exigiré a un marica que sea menos de derechas de lo que lo es un heterosexual, porque eso sería perseguirle por ser marica. Es paradójicamente homofobia.

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