Willy Hernangómez, recibido en Madrid con la ‘normalidad’ habitual para un jugador del Barça: “¡El traidor!”

El pívot madrileño ha sido acogido en el Clásico de baloncesto de este domingo con las críticas esperadas para un ex del Real Madrid que pasa a militar en el eterno rival, aunque no ha merecido tanta hostilidad como Mirotic

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Darío Brizuela y Willy Hernangómez
Darío Brizuela y Willy Hernangómez este domingo en Madrid (EFE/Sergio Pérez)

Ni siquiera el sol de justicia que resplandecía en los aledaños del WiZink Center de Madrid, ese posterior a la comida tan matador si calienta lo suyo (y este era de esos: el veranillo de San Miguel está a pleno rendimiento), hizo desistir a los aficionados que esperaban al autobús del FC Barcelona. No eran demasiados, y había de todo: azulgranas desplazados a la capital o quizá ‘infiltrados’ en ella; madridistas que querían que el eterno rival notase su aliento en el cogote desde el minuto uno; checos deseosos de jalear a Tomas Satoransky y Jan Vesely, con pancarta de cartón incluida… Aun siendo pocos los que pasaron por el trago de aguantar la calorina, algo se hicieron notar cuando la expedición azulgrana llegó al pabellón y empezó a introducirse en las catacumbas del mismo.

“¡Vamos, corruptos!”, se pudo escuchar con claridad al empezar a descender los jugadores, en una semana en la que el caso Negreira ha vuelto a estar de rabiosa actualidad. También se escapó algún silbido que otro y quedó claro que a Juan Carlos Navarro, hoy director general de la sección de baloncesto del Barça, ni se le perdona ni se le olvida en la calle Goya. Eso sí, la llegada más esperada era la del local que, la historia se repite, cambió sus colores de toda la vida por los del adversario más acérrimo: Willy Hernangómez.

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Con una sonrisa de oreja a oreja y devolviendo ciertos saludos, el pívot madrileño hizo el breve paseíllo con la “normalidad y tranquilidad” que pedía y esperaba su entrenador personal, José Luis Pichel, en la previa. Lo cual no quitó para que ciertos gritos fuesen inevitables: “¡El traidor, el traidor!”. Una vez en la cancha, el nuevo jugador franquicia culé lució la misma ilusión mientras tiraba junto a la canasta o se ejercitaba con las gomas, en el calentamiento: con el gusto por su profesión que tiene, según los que le conocen bien, no sorprendió verle en pista antes de la rueda de tiro.

Hostilidad indiferente

Cuando toda la plantilla saltó al parqué, ya con menos vacío en las localidades, los silbidos no se salieron de madre: los decibelios quedaron instalados en el nivel habitual para recibir a los de la Ciudad Condal en tierras madrileñas. Los cimientos temblaban en mayor medida cuando se daba la bienvenida al predecesor de Hernangómez en las lides de principal referente del Barça, Nikola Mirotic.

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“La gente sabe que en el Real Madrid, él lo ha dado todo. Desde que llegó. Y yo creo que también la gente sabe que el Real Madrid (porque está Tavares o lo que sea) tampoco ha tenido un interés, como han podido tener el Barça u otros equipos, en que él regrese. Realmente, Willy no ha vivido las situaciones de otros jugadores que han podido elegir. Se ha visto más en algún futbolista: en los dos clubes tenía propuestas y elige una u otra. En ese sentido, aquí somos todos adultos y, más allá de que haya algún pito, que habrá, y demás, yo creo que el recibimiento se quedará dentro de lo que es el ambiente un poco deportivo”, se predijo desde su entorno baloncestístico.

Willy Hernangómez celebra una canasta
Willy Hernangómez celebra una canasta con el Barça (acb Photo / S. Gordon)

Puede que fuera esa imposibilidad de elección para Willy la que llevó a acogerle como a cualquier otro componente culé: no hubo cariño de puertas para fuera, pero tampoco excesiva maldad. El hombre de la felicidad perenne mantuvo el tipo en las proximidades de la grada de los Berserkers (los seguidores más fervientes del Madrid) y durante la presentación, en la que hubo el concierto de viento esperado, sin alardes. En el partido, el infierno acústico de rigor para los ex que cambian de acera. El calor de más quedó reservado a la calle: en el Palacio primó, como debería ocurrir siempre, la deportividad.

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