‘Cerrar los ojos’, la última película de Víctor Erice que invita al sopor

El director compone una cansina y repetitiva obra dedicada al cine, al pasado y a la memoria en la que todo resulta demasiado subrayado y rancio

Guardar
El cineasta español Víctor Erice,
El cineasta español Víctor Erice, en una imagen de archivo. EFE/Javier Etxezarreta

Hacía treinta años que Víctor Erice no se ponía detrás de la cámara después de firmar tres obras maestras como fueron El espíritu de la colmena, El sur y El sol del membrillo. A pesar de que no ha dejado de dedicarse al cine, pues ha hecho algunas piezas, documentales y cortometrajes, el director parece que se haya quedado instalado en ese pasado, en una especie de bucle que lo ha desconectado definitivamente con el presente.

En ese sentido, Cerrar los ojos vendría a ser una especie de ajuste de cuentas con ese trauma que parece que nunca superó, es decir, no haber podido dirigir la adaptación de la novela de Juan Marsé, El embrujo de Shanghai, en la que estuvo trabajando mucho tiempo y que finalmente nunca llegó a realizarse. El largometraje del director es uno de los favoritos en la gala de los Goya de 2024. Cuenta con 11 nominaciones y solo se ve superada en opciones por 20.000 especies de abejas y por La sociedad de la nieve. Bien es cierto que en los premios Feroz también partía como una de las favoritas pero no fue capaz de convertir en premio ninguna de sus nominaciones. Sí logró cuatro premios en las medallas del Círculo de Escritores, incluida la mejor dirección para el propio Erice.

Te puede interesar: ‘Puán’ y la defensa del pensamiento y la filosofía frente al avance de la ultraderecha

De vueltas con el pasado

Así, este último trabajo gira precisamente en torno a las películas inacabadas, a directores que dejaron de serlo, a actores perdidos y al desvanecimiento de una memoria compartida. De esa forma, el personaje que interpreta Manolo Solo vendría a representar una especie de trasunto del propio director, recluido en sí mismo, que en buena parte ya no entiende mucho el mundo que le rodea y que se ha alejado de todo lo que tiene que ver con aquello que algún día amó.

Sin embargo, un equipo de televisión se pondrá en contacto con él para hacer un programa sobre el actor fetiche de sus películas, Julio Arenas (José Coronado), que desapareció misteriosamente después de rodar con él esa última película maldita, de forma que comenzará a investigar, a seguir sus pasos y se pondrá de nuevo en contacto con algunas de las personas que dejó por el camino.

Te puede interesar: ‘La matanza de Texas’ en versión Me Too, o cómo se subvierte el género de terror a través del empoderamiento femenino

Lo que sigue a continuación son casi 170 minutos en los que el protagonista se irá reuniendo con esas diferentes presencias casi fantasmales a través de conversaciones en las que se bebe whisky, se cantan canciones melancólicas, se disecciona lo divino, lo humano, se habla de cine, del tiempo perdido y de lo buenas que eran las películas antiguas.

Tono cansino, discursivo, rancio

El tono, para entendernos, es absolutamente discursivo. Se habla y se habla, pero el poso que queda es escaso, cansino, de constante repetición, de sopor. Parece como si el director hubiera perdido la magia que en algún momento le caracterizó y se introduciría en el círculo vicioso de la autocompasión a través de diálogos mortecinos que intentan alcanzar una cierta trascendencia, pero que no dejan de ser subrayados y reiterativos.

Te puede interesar: ‘Veneradas y temidas’: la exposición que recorre 5.000 años de esoterismo en la feminidad y en el arte

Cerrar los ojos es una película que va poco a poco asfixiándote hasta prácticamente dejarte sin sangre en las venas, sin ganas de vivir, que cae como un peso muerto encima del espectador, como si el director tuviera la necesidad de trasladar su propia amargura a sus imágenes.

La película se cierra con una preciosa escena en la que todos los personajes se reencuentran en un cine para ver por primera vez aquello que rodaron y que remite al encanto puro de El espíritu de la colmena. Pero ese momento de talento e ilusionismo llega definitivamente demasiado tarde y no compensa el fatigoso y anquilosado recorrido previo.

Erice, que tiene un historial importante y es reverenciado por parte de los cinéfilos, espera con 83 años que los académicos valoren su película. Nunca ha ganado un Goya, en parte porque sus películas más célebres se rodaron antes de la existencia de estos galardones. En su carrera, eso sí, cuenta con importantísimos premios como el premio del Jurado del festival de Cannes o la Concha de Plata del Festival de San Sebastián.

Guardar