Cuando en el año 2010 Sylvester Stallone presentó Los mercenarios, su objetivo era recuperar el espíritu de cintas como Rambo. Reavivar el ruido de las Kaláshnikov en la gran pantalla. Sangre, golpes, narices torcidas y un clan de luchadores capaces de enfrentarse a los peligros más inhóspitos. Para ello se juntó con los héroes del género: Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Chuck Norris, Jean-Claude Van Damme, Mel Gibson, Harrison Ford y hasta Antonio Banderas. Tres películas en tres años que volvieron a situarle en la cúspide de los guiones basados en los tiroteos y los rescates clandestinos en islas exóticas.
Nueve años después del tercer filme de la saga, llega una cinta que pretende convertirse en un cierre, un hasta luego, para esas leyendas de la cronología del cine de acción. Los mercen4rios, (sí, el cuatro está puesto ahí por decisión estética y no porque un centennial se haya hecho con los mandos del teclado) quería ser el homenaje a esos Stallone de Hollywood, pero se ha convertido en una rancia oda al género.
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Lo único rescatable es la presencia de Jason Statham (Lee Christmas), que recoge el testigo de cara a futuras entregas de la saga. Se suponía que Los mercen4rios iba a ser una presentación de los nuevos líderes de la banda dirigida por Barney Ross (Stallone), pero la cuarta cinta viene a confirmar que no hay generaciones capaces de sustentar el interés por este tipo de asalariados. Statham tiene 56 años, Stallone, que se despide de la historia a la que dio vida, tiene 77. Más que mercenarios, la podrían haber titulado Los jubil4dos.
La edad es, simplemente, un número, pero el problema radica cuando los dos héroes que salvan la película, Statham y Stallone (la versión heterosexual de Amanda Seyfried y Meryl Streep en Mamma Mia!) suman más de 100 años en pantalla. La incorporación de nuevas caras, Megan Fox, 50 Cent o la aparición de Andy García —que parece haber accedido a participar por cumplir una cuota de pantalla para un Récord Guinness—, no aporta nada nuevo y más bien resta a la idea original.
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La cinta es una consecución de chistes malos, de odas a la mujer como objeto de consumo y de lencería hortera, de diálogos tan fríos que uno casi prefiere que los personajes no interactúen entre sí y simplemente se pongan a pegar, a disparar y a abofetear a cualquiera que se cruce en su camino. Hay cervezas, hay tetas, hay motos... la película desprende un olor a gasolina que recuerda a la versión de Aliexpress de Hijos de la anarquía.
Es como si la cinta se hubiese quedado en el año en el que se estrenó Los mercenarios. Los efectos especiales no se ajustan al nivel exigido a las películas de acción y la relación Stallone-Statham no sustenta el proyecto conjunto. Ni siquiera entra en esa categoría de películas que se convierten en buenas sólo por ser malas.
Quizá la única escena que genera una verdadera carcajada en el espectador es cuando Statham se convierte en guardaespaldas de un influencer. Es el único momento en el que la cinta parece ser hija de su tiempo y no una especulación constante de cuñadeces.