Kitty Green se dio a conocer con The Assistant, una de las películas clave dentro del movimiento Me Too en la que se contaba la historia de una de las asistentes del despacho de Harvey Weinstein que escuchaba lo que pasaba dentro de ese espacio (a la vez privado y profesional), pero que no era capaz de denunciar por miedo a las consecuencias que le pudieran acarrear y, en consecuencia, cargaba con el peso de la culpa de forma callada.
La directora recurría al fuera de campo, es decir, no veíamos nada, pero lo sentíamos todo, dotando a la narración de intención y posicionándose de forma contundente a la hora de hablar de la ley del silencio que se había generado en Hollywood en torno al abuso sistemático patriarcal dentro del entorno laboral.
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Green, en realidad, procedía del ámbito documental, algo que se puede rastrearse en su ópera prima y ahora también en su siguiente película. De hecho, se basó en la pieza The Coolgardie, de Peter Gleeson, en el que dos extranjeras mochileras eran contratadas temporalmente en una taberna alejada del mundanal ruido y habitada básicamente por hombres mineros en la Australia más profunda.
A partir de ese material la directora compone un relato en el que dos jóvenes canadienses aceptan un trabajo en ese entorno profundamente masculino y patriarcal donde no tienen escapatoria posible. Están atrapadas y, de alguna manera, lo saben, aunque intenten no darse cuenta de la situación en la que se encuentran.
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Terror en la Australia profunda
Desde los primeros compases se sentirá la tensión, el miedo, a través de pequeños gestos y micromachismos que serán determinantes a la hora de introducirnos en un espacio en el que se palpa el terror de lo femenino frente a lo masculino. Mucha gente la ha comparado con La matanza de Texas, como si esas dos chicas se adentraran en un universo de horror en el que están destinadas a ser corrompidas, violadas o despedazadas. “Queríamos jugar con las expectativas”, cuenta Kitty Green. “Hay todo un imaginario dentro del cine de terror que, cuando te adentras en esos espacios masculinos, sabes que a la mujer le va a pasar algo malo”.
En efecto, la angustia es constante. Sientes, percibes, que en algún momento va a pasar algo malo. Se siente la violencia, el poso de masculinidad tóxica, los comportamientos machistas. ¿Dónde está la línea para sentirte atacada? Esa es la cuestión. Desde el primer momento, la protagonista no se sentirá cómoda. Junto a su compañera se encuentra inmersa en un ambiente de alcohol y de hombres en el que todo puede estallar en cualquier momento. “Quería explorar esa violencia implícita que comienza con unas bromas y termina desembocando en algo más oscuro. En definitiva, cómo ser mujer en un espacio dominado por la masculinidad, con esa falta de protección que lo acompaña”, explica la directora.
The Royal Hotel es una película que nos enfrenta a la sociedad heteropatrial más profunda y atávica para componer un retrato áspero y revulsivo en el que la violencia sobre las mujeres se percibe a cada momento dentro de un entorno profundamente sexista.
Hombres, alcohol. Y todo lo que son capaces de hacer cuando pierden la perspectiva, cuando rebasan los límites y atacan, incomodan y agreden. De eso va The Royal Hotel, una película que aborda cómo los pequeños detalles puedes ser determinantes a la hora de presentar un discurso sobre el acoso sistemático del heteropatriarcado.