Tus amigos suben imágenes borrosas de su reflejo en el ascensor a Instagram porque está de moda, en el universo del píxel, sugerir que la nitidez es algo caduco y pasado. Lo mismo pensaría en su momento Claude Monet (París, 1940 - Giverny, 1926) cuando decidió romper con los cánones pictóricos que requerían de una pincelada precisa, fina y capaz de captar la realidad ante sus ojos.
El pintor francés es uno de los grandes exponentes del impresionismo: un movimiento artístico que, tras la aparición de la fotografía, se encargó de capturar todo aquello que escapaba a la imagen estática. El advenimiento de la cámara cambió la pintura y el futuro inmediato del arte, pues relegó al lienzo de su labor representativa, hasta entonces centrada en grandes retratos e imágenes bíblicas.
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El espacio CentroCentro recupera la figura antológica de Monet con una gran exposición (la primera en 30 años en Madrid) que ahonda en la capacidad del pintor de capturar la diversidad lumínica y el detalle de lo común. La muestra cuenta con más de 50 obras procedentes del Musée Marmottan Monet de París (que alberga el conjunto más importante de obras del artista).
El museo francés, un palacete legado por Paul Marmottan en 1932, ha conseguido albergar en sus salas la prolífica vida pictórica de Monet gracias a las donaciones de su hijo Michel. La exposición, que estará en el Palacio de Cibeles desde este jueves hasta el próximo 25 de febrero de 2024, se convierte en una experiencia sensorial que aborda la obsesión del impresionista por la luz, el tiempo y la fragilidad de los objetos plasmados en los lienzos.
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Del análisis de la luz a la abstracción
La exposición de Monet en CentroCentro comienza con una inmersión visual a su jardín de Giverny, la casa familiar a la que se muda en 1883 y que actúa, también, como estudio artístico. Allí, el francés afinó su puntería a la hora de interpretar los elementos que conformaban el espacio, liderado por las fuerzas de la naturaleza. Estanques, flores y árboles componen su universo creativo.
“Monet no busca describir o dibujar un espacio”, declara en rueda de prensa una de las comisarias de la exposición, Sylvie Carlier. El pintor francés se apoyaba “en la fragilidad de una flor” para evocar un sentimiento “más universal” que escapa a su color, su tamaño, su diámetro o su simple trazo.
La muestra recorre las primeras obras impresionistas del autor, sus pinturas au plein air, los retratos en Noruega, Holanda, Londres y en la costa Mediterránea (que recorrió junto a Pierre-Auguste Renoir), su fijación por Giverny y su etapa más desconocida, la abstracción causada por su ceguera que marca su fase final en el estudio.
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En el año 1908, Monet empezó a sufrir de cataratas. Con la visión deteriorada, el pintor no podía ver con claridad los objetos que siempre había representado con su característica brochada. Con una ceguera progresiva que afrontar, la paleta de colores del francés quedó relegada a los marrones, los rojos y los amarillos.
En la última sección de la exposición se observa cómo, lastrado por dicha dolencia, sus pinturas se asemejan cada vez más a la abstracción. Apenas podemos distinguir una hoja de una rama y los cuadros convergen en una amalgama de color en el que las formas se diluyen.
Madrid acoge una de las exposiciones más esperadas de la temporada: un retrato completo de la pincelada de uno de los artistas que cambió el rumbo del arte y que ha convertido la sencillez de un objeto en algo más que una expresión cromática.