La venta ambulante es clave para los pueblos pequeños de España que carecen de establecimientos comerciales, más aún cuando se trata de regiones como Castilla y León, con una población envejecida que en muchas ocasiones no dispone de medios propios para trasladarse a municipios más grandes para hacer la compra. Los vendedores recorren cientos de kilómetros con sus puestos de frutas, verduras, carne, pescado o droguería para abastecer a la población pero hay otros muchos productos que no llegan.
Esa falta de ciertos comercios en localidades con pocos habitantes llevó a Daniel Paniagua a crear una iniciativa algo más original: Gafasvan, “la primera óptica móvil de España”, con la que va de pueblo en pueblo graduando la vista y vendiendo gafas por la zona de Tierra de Campos, entre las provincias de Valladolid, León, Palencia y Zamora. El negocio arrancó en plena pandemia, en noviembre de 2020, y hasta ahora ha superado todas sus expectativas. “Estoy encantado, va mucho mejor de lo que esperaba. La gente apoya el emprendimiento rural, tienes su confianza solo con ofrecer el servicio, aunque obviamente si luego no tienes un buen servicio no van a volver, pero por lo general están muy dispuestos”, cuenta este emprendedor y optometrista de 38 años a Infobae España.
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Daniel es una de las muchas personas que en España ha decidido cambiar la ciudad por el pueblo. Antes de regresar a Mayorga, en Valladolid, vivía con su mujer en Lima, la capital de Perú, donde trabajaron en una empresa de ambulancias. Allí pasaron varios años, pero en el momento que empezaron a plantearse la opción de tener familia no se imaginaron viviendo en una enorme ciudad que ya supera los 10 millones de habitantes y donde un recorrido de apenas 10 km en coche supone cerca de media hora. “Ahora tenemos dos hijos pequeños y trato de terminar la jornada laboral a las 18:30 horas para poder estar con ellos, mientras que en las ciudades eso es mucho más complicado, aunque solo sea por las distancias”, explica.
No todos los mayores cuentan con ayuda
La idea de crear una óptica itinerante, de hecho, surgió de su propia experiencia familiar. Su abuelo, que entonces tenía 91 años -y ahora 94-, necesitaba un cambio de gafas pero no podía acudir solo a la ciudad, una situación que se repetía en muchos pueblos y que en algunos casos se agravaba porque hay personas mayores que no cuentan con familiares que les puedan echar una mano. Eso le llevó a pensar que había una oportunidad de negocio y no se equivocó.
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Como se trataba de un servicio nuevo, los trámites “fueron una locura”, pero aún así, asegura, “ha merecido la pena”. Además de su furgoneta, Daniel cuenta con una óptica en Mayorga, de unos 1.500 habitantes, lo cual no es muy común en pueblo de este tamaño, porque no hay suficiente negocio. De ahí también la idea de ampliar que estaba haciendo con más pueblos cercanos “porque si juntas cinco o seis de mil habitantes ya es otra cosa”.
Este emprendedor reparte con su furgoneta por los pueblos ciertos días a la semana y aclara que, al tratarse de un producto sanitario, no puede venderlo en una plaza como lo hacen los puestos ambulantes de comida, sino en locales con licencia sanitaria que le ceden o alquilan los ayuntamientos.
Algunos clientes piden cita, pero otros muchos también acuden a Gafasvan directamente para ver si se pueden graduar la vista. También hay días en los que Daniel se convierte en psicólogo, o al menos en alguien que escucha las penas y alegrías de las personas más mayores, porque “es lo que toca”. Y, de momento, la idea es seguir ampliando.