Acostumbrado a perder, Salvador Allende se proclamó presidente de Chile en 1970 por tan solo 40.000 votos. Tres años después, el 11 de septiembre de 1973, acorralado en el Palacio de la Moneda por un Golpe de Estado liderado por la CIA y Augusto Pinochet, prefería morir de pie y suicidarse a vivir arrodillado. Hace ya medio siglo, 50 años, de aquellas palabras ya manidas e históricas de “se abrirán las grandes alamedas”. Unos meses antes había promulgado la nacionalización del cobre, sector estratégico para la burguesía chilena y el imperialismo estadounidense, que actuó con contundencia.
La posteridad ha encumbrado a Allende, que se volvió peligroso cuando encontró la forma de ganar elecciones dentro del juego capitalista y liberal. Con 27 años, cuando aún quedaban varias décadas para su triunfo, escribió qué esperaba de la vida: “Haber cumplido la obligación que me impusiera de haber sido útil a la sociedad, impulsando cada día a su perfeccionamiento espiritual, moral y material”.
Mario Amorós, biógrafo de otros hitos como Pablo Neruda o Víctor Jara, se ha introducido de lleno en la vida del presidente chileno en la obra Salvador Allende: biografía política, semblanza humana (editorial Capitan Swing) para encontrar los aspectos que le encumbraron, le definieron y lograron hacerle brillar, con particularidades como que abrazó desde joven la masonería, algo que no ha pasado a la posteridad, pero que llevó a gala durante toda su vida: “Fue siempre miembro de la masonería, una faceta interesante que tiene un reconocimiento internacional, está considerado uno de los 100 masones más importantes de la historia. En el Chile del s.XX hubo varios presidentes masones, era algo natural en una cierta élite política”, cuenta el autor a Infobae España.
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Si Allende cayó en un golpe de Estado fue, principalmente, porque el director de un medio de comunicación instigó a EEUU para que actuara. Fue el caso del director de El Mercurio, que tras esas elecciones de 1970 viajó a Washington para pedir la cabeza del líder socialista. “El que desencadena la agresión encubierta es Agustín Edwards, que se entrevista con Kissinger en la Casa Blanca, pero se ha contado tantas veces, que ya es parte del paisaje, a nadie le impresiona. El Mercurio nunca ha reconocido lo que todo el mundo sabe, que participó en la desestabilización de Allende. Además, siempre pide explicaciones y autocrítica a la izquierda, pero nunca ha reconocido que su dueño de entonces hizo todo esto”, recuerda Amorós como ejercicio de memoria.
El discurso de los opositores, identifica el biógrafo, vuelve a tener tintes muy similares a los de 1970. “Este año, la derecha, que siempre estaba a la defensiva, ha retomado el relato de que Allende fue el responsable del golpe de Estado por su mala gestión. Esto era parte de la propaganda que se usó contra su Gobierno y que también usó la dictadura de Pinochet”, apunta Amorós, que asegura que son máximas que han “repetido hasta el cansancio”.
Y tal vez ese fue el problema, tal y como recogen algunos testimonios recabados en la biografía. “Se enfrentó a la burguesía chilena y al antiimperialismo norteamericano”, dice uno de los amigos íntimos de Allende, ya que incluso Fidel Castro le recomendó que generara consensos con empresas norteamericanas. “Faltó realismo, porque su economía dependía de EEUU, aunque desde el punto de vista de los principios, la posición de Allende era legítima”, apunta Amorós.
Echar la vista atrás también revela dinámicas políticas que ahora ya no tienen hueco. Allende ganó en sus cuartos comicios, algo impensable en el s.XXI, donde el desgaste convierte en dinosaurios a candidatos que un par de años atrás tenían aires renovadores: “Su victoria fue propia de una época donde las políticas eran mucho más sosegadas que hoy. Ahora prima la velocidad y lo instantáneo, y así no se puede organizar un discurso político que movilice a la gente. Ya no es esa sociedad industrial donde el trabajador que se organizaba bajo un sindicato. Hoy Allende sería impensable. Su victoria fue una sorpresa para personas cercanas a él”, relata el escritor.
La otra utilidad de revisar los acontecimientos de hace medio siglo es excavar en las profundidades de esa historia de Chile, que fue el preludio de una etapa oscura en América Latina dominada por gobiernos militares aliados de EEUU y que puede dejar lecturas a futuro: “Primero, hay que aprender de los que lucharon antes solo por el respeto y la admiración, porque trabajaron en condiciones mucho más complicadas que nosotros. Pero además, Chile nos enseña el valor de la unidad, poner por delante el interés de las grandes mayorías por encima de personalismos. Fueron capaces de construir durante 20 años un proyecto”, sentencia Amorós.