Elena no se plantea, ni por asomo, volver a dar clase en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Sonríe ante la pregunta, pero su respuesta es tajante. La experiencia fue tan traumática y tan ingrata que los niños tendrán que buscarse otra profesora de Lengua y Literatura.
La vuelta al cole ha constado una falta acuciante de profesores, más de 43.000, pero también ha reflejado que el acoso LGTBI es una de las violencias más habituales entre menores en los colegios e institutos. Por ello, la juventud LGTBI sufre más síntomas depresivos y al menos el doble de intentos suicidas que la juventud heterosexual, según recuerda la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTBI+). Si este tipo de actitudes ya son invisibilizadas entre niños y niñas, la situación no mejora cuando se trata de un profesor: “Estamos muy desprotegidos”, dice esta docente.
Los hechos que llevaron a Elena a abandonar las clases en los institutos ocurrieron en un instituto público de Torremolinos, en Málaga. “Sufrí bullying LGTBI por parte de padres, hijos y profesores”, confiesa Elena, que cambió de aires y ahora practica la docencia en una Escuela Oficial de Idiomas en Granada. Aquel centro, “un poco pijo y en un barrio donde la gente votaba a la ultraderecha”, advierte la maestra,
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La tormenta perfecta de problemas se espació durante tres días. Durante una de las clases, Elena hizo una simple mención a su novia, algo que desató algo de revuelo entre el alumnado. “Nunca digo abiertamente que soy lesbiana, simplemente hablo de mis cosas con naturalidad”, apunta. Esa misma semana, impartió una clase diseñada por el Departamento de Coeducación en el que hablaban de cómo Disney trata el amor romántico, un concepto a desmitificar. “Hubo una serie de conversaciones donde niños empezaron a revolverse, yo les dije que todo iba más allá de Disney, que no era para tanto, porque a mí me encantan esas películas. Al día siguiente una madre se presentó ante Jefatura de Estudios y les dijo que yo había adoctrinado a sus hijos. Bastante que fuese lesbiana como para encima adoctrinarle”. Esas fueron las palabras que le llegaron a Elena.
Desde aquello, se desató una cadena de malas relaciones laborales, especialmente con el jefe de Estudios, con el que tuvo varios encontronazos hasta el punto de que el docente entraba en las clases de Elena para comprobar qué temario se impartía en ese momento. “Decía que yo no sabía manejar una clase, se metía en mis clases a vigilar..., vino a decirme que yo no podía hablar de esas cosas en clase, aunque estoy amparada por la Ley de Educación”, arguye la profesora.
Ya entonces el conflicto era diario y los alumnos, gradualmente, comenzaron a perder el respeto en clase: “Empezaron a revolverse de más. Los padres lo potenciaban, empezaron a decir desde casa que se rebelaran. Si en casa no se da este respeto al profesor, el niño viene crecido. Yo ponía partes y me decían que tenía manía al hijo de la que se había quejado, pero yo no sabía de quién era esa queja”. Elena se vio en un callejón sin salida y bajo esa presión continua acabó por solicitar una baja por ansiedad.
“Si el profesor de matemáticas hetero dice que se ha ido de vacaciones con su novia, yo tengo que poder decirlo también”, arguye Elena, que ni siquiera considera sus acciones como intentos de visibilización del colectivo LGTBI, sino meros comentarios de su vida que cualquiera puede decir en voz alta.
La desprotección de un profesor
La profesora era interina y no tenía plaza asegurada. La desprotección de los profesores también viene del miedo a denunciar, ya que puede haber represalias que acaben siendo un impedimento a la hora de plantarse ante un tribunal de oposición. ”Denunciar era buscarse un problema por el tema de la interinidad”, asegura. Prefirió esperar a que terminara el año y buscar acomodo en algún otro colegio.
La vida como profesor puede ser dura. El último estudio del sindicato ANPE indicaba que en España, un 77% de los docentes atendidos por la organización padecía ansiedad. “Te puedes sentir desprotegido. Hemos normalizado que un profesor tenga ansiedad y eso es un problemón. Ahora mismo, si tú le dices a un niño que se porte bien, pero él dice que le has llamado tonto, te la tienen montada. Hay una pérdida de la disciplina”, considera Elena, que no estuvo exenta de una mala salud mental durante su etapa como profesora. “La gente siempre te dice que no es para tanto que un alumno te insulte o te llame feo, pero si llevas un cúmulo de cosas, explotas”, zanja la joven, que dio basta a los colegios, pero no se cansa de visibilizar su experiencia como hecho del camino a mejorar frente a la LGTBIfobia.