Regresa Nanni Moretti y lo hace siendo más Nanni Moretti que nunca (aunque nunca haya dejado de serlo) ya que se ha encargado siempre de marcar su rotunda personalidad combativa en cada uno de sus trabajos. Lo hace con una película que podría ser su particular Ocho y medio, en la que convive el espíritu de toda su obra, con autorreferencias explícitas, pero también rindiendo un sincero homenaje a toda la tradición del cine italiano de la que procede.
En El sol del futuro, Moretti interpreta a un director que no entiende la deriva del mundo presente, que de alguna manera añora el pasado y al que le cuesta entender las dinámicas de una sociedad en la que se siente perdido. Tiene una crisis profesional y también personal, como padre y esposo, quizás porque hasta ahora no se había dado cuenta de que todo lo había hecho girar a su alrededor y ahora se siente víctima de otra crisis, la de la masculinidad.
Por lo demás, él sigue con su lucha, la de un hombre de izquierdas que quiere hacer una película en la que todavía existía el Partido Comunista en Italia y convertirla en un musical repleto de bailes y canciones. ¿Una utopía anacrónica?
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“No entiendo que en muchos países la izquierda sufra una crisis de identidad, porque me parece que en estos momentos es más evidente que nunca cual es su función, sobre todo cuando existe una ultraderecha tan desubicada que incluso se niega a admitir el cambio climático”, cuenta el director a través de videoconferencia. “De todas maneras, sí que hay un paralelismo entre lo que está pasando en Italia y en España. Creo que antes las posturas antitéticas podían dialogar entre sí, porque tenían un pasado reciente en común, haber participado en la elaboración de una Constitución antifascista. Ahora eso es imposible, ya no hay entendimiento posible”.
Entre el pesimismo y el optimismo, entre el pasado y el futuro
El sol del futuro es una película al mismo tiempo pesimista y optimista. El director se retrotrae hacia el pasado, pero también se proyecta hacia lo que puede venir después. ¿Un punto de inflexión en su carrera? ¿Un acto de amor hacia el cine como elemento salvador?
“Creo que me he dado cuenta después de todo esto. Al final es una especie de acto de amor hacia el cine, en efecto y, al mismo tiempo, un acto de confianza ante el público que va a ver las películas. Porque pienso que aunque el cine haya atravesado por diferentes crisis, sigue conservando su poder de fascinación y su magia”.
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En la película, Moretti representa al típico cascarrabias que despotrica de todo. Entre otras cosas, de Netflix y las plataformas, de esa homogeneidad que venden y que ha convertido las películas y las series en productos de consumición sin identidad. Él no se vendería a eso. Su película es italiana y a mucha honra. Y por eso, se encarga de reverenciar a los grandes maestros como Federico Fellini (y a él mismo, cuestiones de ego), al mismo tiempo que compone coreografías míticas al son de Franco Battiato y la estupenda solista Noemi (el momento en el que los miembros del reparto entonan Sonno solo parole es histórica).
“La música siempre ha sido importante en mis películas. Catherina Caselli, Gino Paoli, Franco Battiato. Pero no como simple acompañamiento, sino como una forma narrativa que ayude a reforzar determinados sentimientos y en este caso creo que adquieren una importancia determinante”.
También carga contra la violencia gratuita en el cine, cuando no está justificada y ocurre por que sí. “A veces creo que ciertos directores sienten una fascinación morbosa y que la tratan como si fuera un objeto de consumo más. Y eso me molesta, sí. Por eso pongo de ejemplo Taxi Driver, porque Scorsese creó una obra mayúscula sobre la violencia dentro del sistema, y nada en ello era sensacionalista”.
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Moretti enseña sus cartas, es sincero en ese aspecto. Hace dos años, cuando presentó su anterior película Tres pisos en el Festival de Cannes y ganó Titane, de Julia Ducournau cargó contra ella diciendo que no entendía nada. “Con la victoria de Titane simplemente envejecí”, comentaba en redes sociales. Él ganó la Palma de Oro en 2001 La habitación del hijo.
Puede que El sol del futuro sea su respuesta precisamente a eso. Y, aunque sea una película autocomplaciente y, en cierta manera onanista, también es profundamente libre.