La incertidumbre y el conflicto siempre han estado presentes en la vida de Arzoo. Su país, Afganistán, ha vivido en guerra durante más de cuatro décadas y, desde que en agosto de 2021 los talibanes regresaron al poder, la ya difícil situación en la que se encontraba la población no ha hecho más que empeorar, sobre todo para las mujeres, que han quedado prácticamente apartadas de la esfera pública y social. Ese ascenso al poder de los fundamentalistas hizo que Arzoo, una de las pocas mujeres que ejercía como fiscal, abandonara el país asiático y pidiera asilo en España, donde reside actualmente.
A esta joven de 35 años aún le cuesta encontrar las palabras para describir algunas de las experiencias que le han tocado vivir a lo largo de su vida, pero trata de resumirlas en una frase: “Ser mujer en Afganistán es muy difícil, porque siempre tienes que depender de un hombre, incluso teniendo medios económicos”, explica a Infobae España. Pero a pesar de las dificultades, también se muestra orgullosa de haber trabajado durante años como fiscal investigando casos de corrupción y de violencia contra las mujeres, convirtiéndose, en un país con férreas estructuras patriarcales, en referente para otras muchas mujeres.
Al igual que Arzoo, unos 2,3 millones de personas refugiadas y solicitantes de asilo de Afganistán han huido a otros países, principalmente a Irán y Pakistán, según datos de la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur). De hecho, la inestabilidad y los conflictos de las últimas décadas han hecho que la población afgana desplazada sea una de las más numerosas del mundo.
Sus habitantes llevan huyendo desde 1979, cuando la Unión Soviética invadió el país, una ocupación que duró diez años, aunque la guerra se prolongó hasta 1992. A partir de ese año y hasta 1996 tuvo lugar la guerra civil afgana, que terminó con la llegada de los talibanes al poder, que dominaron la gran mayoría del país hasta el 2001. Ese año comenzó la intervención militar liderada por EEUU y se cerró 20 años después, en 2021, con una nueva victoria de los talibanes.
Trabajar como fiscal
En 2012, cuando Afganistán se encontraba bajo la intervención de EEUU y sus aliados de la OTAN, Arzoo comenzó a trabajar en la fiscalía de la provincia de Herat, en el departamento de Violencia contra la Mujer, y recuerda que tan solo había “trece mujeres trabajando en toda la oficina”. Gran parte de población, asegura, no veía con buenos ojos la labor que desempeñaban y tenían muchos “problemas tanto con sus colegas como con usuarios”, pero con el tiempo “la situación fue cambiando” y en los últimos años el número de mujeres llegó a 55, explica. “La opinión de la gente hacia la Fiscalía también cambió, incluso nuestros colegas hombres no tenían ningún problema con que su hija o hermana trabajaran allí, estaban orgullosos”.
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A medida que su trabajo avanzaba, también aumentaba la confianza de las mujeres en la fiscalía, pues “iban tomando conciencia de sus derechos”. Después de cinco años, Arzoo comenzó a investigar delitos de corrupción, aunque tampoco fue fácil porque muchos de los responsables de esos delitos eran “funcionarios de alto rango” y la presión de otros empleados públicos dificultó su labor. Pronto empezó a ser perseguida por personas a las que había investigado o familiares de otras a las que había enviado a la cárcel, y aunque tenía escolta policial, temía por su vida, por lo que terminó mudándose a la capital, Kabul, una ciudad más grande donde no la conocían. “No quería ese puesto, pero sabía que para las mujeres era bueno verme en ese cargo”.
Cómo salió de Afganistán
En realidad, aclara la joven, los problemas comenzaron antes de que los talibanes se hicieran con el control de Kabul el 15 de agosto de 2021, por haber enviado a la cárcel a personas que habían cometido delitos, lo que no solo suponía un riesgo para ella, sino para toda su familia. “Cuando escuchamos la noticia del regreso de los talibanes al poder, y que estaban yendo a las casas de personas que trabajaban con el gobierno y se las llevaban, abandonamos nuestra casa”, relata, pues todos los funcionarios, y especialmente las mujeres, estaban en el punto de mira. Así, Arzoo se fue junto a sus padres a “vivir en secreto” a casa de su hermana en Herat. En esa época, recuerda, la gente vivía muy asustada y las familias apenas hablaban, “ni siquiera dentro de sus propias casas ni encendían las luces por la noche”, cuenta
Salir de Afganistán no fue tarea fácil. Su hermano mayor, que vivía en Alemania, habló con su jefe para que le ayudara a través de la embajada española a sacar a Arzoo de Afganistán, y el 26 de agosto de 2021 se trasladó al aeropuerto de Kabul con su familia. Tras muchas horas de espera para poder contactar con un funcionario de la embajada, en plena noche y sin apenas haber comido, decidieron regresar a casa de una amiga que les acogía. En realidad tuvieron suerte, porque poco tiempo después escucharon una explosión en el aeropuerto donde murieron decenas de personas.
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Tras ese episodio, su única opción, asegura Arzoo, era arriesgarse y cruzar la frontera hacia Irán y así lo hicieron. La joven llegó junto a sus padres y su hermano a Teherán, donde después estuvieron tres meses haciendo los trámites en la embajada española hasta que les concedieron la visa para viajar a España. Llegaron a Madrid en febrero de 2022, y tras unos meses, se instalaron a Pamplona, una ciudad de la que destaca su “tranquilidad, la amabilidad de la gente y sus amplias zonas verdes”. Actualmente reciben el apoyo de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) de Navarra.
Nadie atiende a mujeres que van solas
Aunque ahora su vida no corre peligro, las dificultades continúan para Arzoo, que como refugiada ha debido comenzar de cero, lo que supone aprender un idioma nuevo y encontrar un empleo. De momento, ha iniciado un máster y confía en que más adelante podrá encontrar trabajo y así “vivir una vida normal”.
Arzoo, sin embargo, sigue preocupada por la situación de Afganistán y por su hermana, que sigue en el país junto a su esposo e hijos. “No pueden vivir en su propia casa, están de alquiler y se van cambiando cada cierto tiempo para que no les reconozcan, ya que mi hermana era profesora en un colegio”. Cuando habla con su hermana, que ahora no tiene trabajo, le cuenta que está siempre en casa, que no puede viajar y que, cuando quiere salir, tiene que hacerlo acompañada de un hombre. “Ahora depende para todo de un hombre, de su esposo o hasta de su hijo pequeño, todo es muy raro. No puede coger un taxi sola, nadie atiende a las mujeres si van solas, y a quienes lo hacen las castigan por ello. Ni siquiera pueden ir solas al médico”, critica. Es más, peluquerías y salones de belleza femeninos quedaron prohibidos en el país el pasado mes de julio.
También le preocupa el futuro de su sobrina de siete años, a quien “le encanta estudiar”, pues el régimen talibán no solo ha estrechado el espacio político y laboral para las mujeres, sino que han negado el acceso a la educación a más de tres millones de niñas, apartándolas inicialmente del nivel secundario, y más recientemente han cerrado el acceso de las jóvenes a las universidades.
Regresar en paz
A Arzoo le gustaría poder regresar a Afganistán algún día, “cuando sea libre y haya paz”, pero en un país donde la guerra parece eterna “es complicado”, admite.
Ante la situación que vive población bajo el régimen talibán, este mismo lunes el relator especial de la ONU para Afganistán, Richard Bennett, lamentó en el Consejo de Derechos Humanos que los países hayan reducido sus aportes para la ayuda humanitaria y recordó que “es momento de tomar medidas para recuperar la economía, lo que incluye implementar excepciones humanitarias a las sanciones internacionales”.