La versión que ha llegado a nuestros días cuenta que, el 25 de julio de 1928, Federico García Lorca conversaba con su amigo Santiago Ontañón en la Residencia de Estudiantes de Madrid cuando otro compañero le enseñó una noticia del diario ABC que relataba un crimen “desarrollado en circunstancias misteriosas” que había tenido lugar cerca de Níjar (Almería). El poeta, que ese mismo mes había publicado su Romancero gitano, rápidamente vio potencial en ese suceso: “La prensa, ¡qué maravilla! Esta noticia es un drama difícil de inventar”. Meses más tarde, le ofreció a Ontañón la posibilidad de ser de los primeros de leer el “dramón” en el que estaba trabajando.
Dos días antes que llegara a manos del poeta granadino aquel recorte del periódico, Francisca Cañadas Morales protagonizó la huida que inspiró el argumento de Bodas de Sangre. La joven de 20 años vivía junto a su padre en el cortijo del Fraile, una hacienda de una acaudalada familia almeriense en la que su padre, viudo desde hacía años y aparcero del lugar, se dedicaba a la agricultura. Frasquita, como la llamaba su familia, era la favorita de su padre, quien ya la había prometido con Casimiro Pérez Pino y dotado de 15.000 pesetas y unas tierras en una localidad cercana. Este favoritismo había despertado la envidia de su hermana Carmen, casada con el hermano de Casimiro, José.
Para aquel 23 de julio estaba previsto un gran banquete con abundante vino, dos corderos y buñuelos preparados por las mujeres de la familia, pero todos estaban más pendientes de la salud del novio. La noche anterior, Casimiro se había sentido indispuesto por lo que había decidido acostarse temprano con la esperanza de estar recuperado para el gran día. Frasquita, con su prometido descansando, aprovechó la oportunidad para fugarse con el hombre del que, según contaría más tarde, estaba realmente enamorada, Curro Montes Cañadas, primo tanto de la novia como del novio.
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Como bien relata Lorca, esa noche ambos huyeron a lomos del caballo de Curro y, al percatarse de su ausencia, toda la familia salió en búsqueda de los fugados. Sin embargo, la historia real difiere de la ficción en algunas cosas: ella aún no había dado el sí cuando huyó, el arma principal fue un revólver -no un cuchillo- y muertos sólo hubo uno. A unos ocho kilómetros del cortijo del Fraile, uno de los hermanos de Curro halló su cadáver con varios disparos realizados a quemarropa y, justo al momento de llegar la Guardia Civil, apareció la novia con la ropa desgarrada y señales de haber si atacada. En el interrogatorio aseguró haber huido con su primo por voluntad propia y que en el camino se les apareció un enmascarado que disparó contra su amante. Nada dijo sobre la Luna ni mencionó a ninguna mendiga.
La investigación
Según explican Eladio Romero y Alberto de Frutos en su libro En la escena del crimen, el primer sospechoso del asesinato no fue otro que el humillado novio, pero pronto se comprobó que este, a diferencia de su alter ego lorquiano, no fue en búsqueda de la pareja para recuperar su honor. Pronto, las investigaciones comenzaron a apuntar a Carmen y su esposo. Al final, ante la presión, José Pérez Pino confesó ser el asesino del amante de su cuñada, pero en su defensa sostuvo que al momento de hacerlo estaba bebido y ofuscado por la vergüenza de la ofensa contra su hermano.
Horas después de esta confesión, Frasquita ampliaría su declaración y detallaría que no solo fue atacada por Pérez Pino sino también por su hermana, quien fue la que le desgarró la ropa y casi la estrangula, posiblemente para apropiarse de la dote que iba a recibir de su padre. Finalmente, la pareja fue arrestada.
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El juicio oral se celebró recién en abril de 1929 y el juez ponente fue Gregorio Azaña, hermano del futuro presidente de la República. Pérez Pino fue condenado a ocho años, un mes y un día de prisión y a indemnizar con 10.000 pesetas a los herederos del muerto. Por su parte, Carmen recibió 15 meses de cárcel por intentar asesinar a su hermana. Ambos quedaron libres en 1931 dado que él se benefició del indulto promulgado por la II República. Dos años después, en 1933, Lorca estrenaría, en el Teatro Beatriz de Madrid, Bodas de Sangre y el resto ya es historia de la literatura.
Casimiro, el novio frustrado, tuvo mejor suerte que su personaje de ficción y rehízo su vida: se casó y tuvo dos hijos. Por su parte, Frasquita, quien según contó la prensa de por entonces llegó, como en la obra, a pedir a gritos que la mataran por considerarse la única culpable de la tragedia, pasó el resto de sus días en las tierras que su padre siempre había reservado para ella y falleció en 1987 a causa de arterioesclerosis cerebral aguda. Tras el éxito del drama lorquiano mucha gente se acercó a ella para saber su versión de la historia, pero siempre procuró guardar silencio asegurando que recordar aquel episodio le causaba un gran dolor.