En los últimos tiempos, muchas escritoras y directoras se han encargado de abordar el cuerpo femenino y el deseo sexual para destapar toda una serie de tabúes que han girado históricamente en torno a él. La sociedad patriarcal se ha encargado de perpetuar toda una serie de estereotipos que tienen que ver con la represión y la humillación sistemática de a la que han sido sometidas las mujeres, hasta el punto de que todavía siguen existiendo prejuicios a la hora de abordar ciertas cuestiones.
Elena Martín pertenece a una nueva generación de directoras y escritoras que está intentando, a partir de sus ficciones, poner en dedo en la llaga y abordar toda una serie de temas peliagudos que hasta el momento no habían tenido un espacio dentro de los relatos tanto cinematográficos como literarios en nuestro país.
En el caso de Creatura, se aborda el trauma desde un punto de vista al mismo tiempo físico y sensorial. De alguna forma remite al cortometraje de Irene Moray Suc de Síndria, protagonizado por la propia Elena Martín, que contaba de qué forma una mujer podía sobreponerse a una agresión sexual que había tenido lugar en su pasado. Lo hacía desde una perspectiva luminosa y conciliadora, utilizando la naturaleza como espacio de liberación.
Rascar la piel para acceder a capas internas
Sin embargo, Elena Martín da un paso más allá. Su Creatura es casi un ente orgánico que gira alrededor de una joven, Mila (la propia directora), que sufre un bloqueo que le impide mantener relaciones sexuales con su pareja, Marcel (Oriol Pla). Ambos se han trasladado a vivir al campo e intentan obviar ese espacio que les separa, pero poco a poco la culpa y la frustración se manifestará y somatizará en el cuerpo de Mila a través de un sarpullido que no podrá dejar de rascar.
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En ese sentido, la piel se convertiría en una metáfora de toda esa capa protectora, a modo de coraza, que se había ido construyendo hasta que se produzca en ella una necesidad de mudar de piel. Pero pica, pica mucho, por fuera y por dentro y ella no puede dejar de hacerse daño. De alguna manera, a lo largo de la película, es como si esa piel fuera el inicio para llegar a capas más interiores de Mila, como si accediéramos de lo puramente físico a un sustrato psicológico y, al mismo tiempo, nos situáramos en el presente para retroceder al pasado como si se tratara de un ejercicio de hipnosis.
Así, rascando y rascando, iremos accediendo a sustratos más íntimos e inconfesos que nos retrotraerá primero a la adolescencia de Mila y por último a la niñez, donde aparecerá la fractura entre la inocencia, los instintos naturales, los tabúes y la mirada juzgadora del mundo de los adultos.
Es Creatura una película perfectamente medida en su estructura y al mismo tiempo profundamente libre. Un ejercicio kamikaze de honestidad brutal en el que la directora, y al mismo tiempo actriz, se desnuda por completo para dar paso a una obra radical y, en el fondo, también reivindicativa y política a la hora de hablar de la mujer, de su cuerpo, de sus necesidades y sus estigmas, de la importancia de nombrar a las cosas por su nombre, de su placer.
Estamos ante una película misteriosa, al mismo tiempo luminosa y oscura, profundamente febril, que bascula constantemente entre el espacio real y el mental, entre lo concreto y lo metafórico. Entre lo telúrico y lo mitológico. Entre la identidad y la intimidad. Y está llena de imágenes, de hallazgos, de ideas, de magnetismo. Cine valiente y revulsivo cuya ambición está a la altura del talento que desprende.