Cuando el universo Expediente Warren comenzó a expandirse con la muñeca Anabel, parecía lógico que uno de los seres destinados a tener su propia franquicia fuera el de esa monja terrorífica que se le aparecía al personaje de Ed Warren (Patrick Wilson) y que daba verdaderos escalofríos.
Como no podía ser de otra manera, la factoría de James Wan estrenó en 2018 La monja que, con un presupuesto de 22 millones de euros consiguió una recaudación de 365,6 millones de euros. Ese siempre ha sido el espíritu de Atomic Monster, la productora desde donde se han gestado todas estas películas de terror de bajo presupuesto, buenas ideas y grandes logros económicos.
Ahora se estrena la segunda parte La monja, dirigida por Michael Chaves, responsable de títulos dentro del estudio, como La llorona o Expediente Warren: Obligado por el demonio, que se traslada a Francia, en 1956, donde un sacerdote es asesinado y la hermana Irene (Taissa Farmiga) tendrá que enfrentarse de nuevo a la temible monja-demonio Valak.
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Ahora, esta secuela tiene el hándicap de superar los 3 millones de euros y los 420.000 espectadores que hizo la primera parte en nuestro país.
¿Por qué ‘La monja’ se convirtió en un fenómeno de taquilla?
Siempre es un misterio que una película alcance una repercusión tan inmediata, pero hay varios elementos que pudieron contribuir a ello. Entre ellos, podríamos referirnos a la iconografía religiosa. Crucifijos, capillas subterráneas, tumbas profanadas. Es decir, lo sagrado versus lo profano que se representan a la perfección en el propio hábito de Valak. Incluso hay un subgénero, la Nunsplotaxion que combina ese espíritu blasfemo.
La monja además, contaba con un gran número de referencias que nos remitían a los años setenta y ochenta y que nos llevaban por películas tan populares como Drácula, El exorcista o El nombre de la Rosa, incluso Indiana Jones y el templo maldito, aunque también al gótico de los grandes clásicos. Además, sabías que, de alguna manera, te esperaban escenarios lúgubres, diversión, golpes de efecto y saltos en la butaca a través de las más diversas dosis de truculencias.
Pero si hay algo que fue determinante para que el público en masa se acercara a La monja fue el póster de la película, que no era otro que una réplica de ese dibujo que hacía el propio Ed Warren de la presencia maldita que habitaba sus sueños y que apareció por primera vez en Expediente Warren: El caso Enfield. En ella veíamos a una religiosa con los ojos amarillos y boca negra que parecía que iba abalanzarse sobre el personaje en cualquier momento aunque estuviera en un cuadro.
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La imagen era tan potente que resultaba inevitable utilizarla como reclamo, porque se te quedaba clavada en el cerebro y, así, de alguna forma, también ha permanecido registrada en el subconsciente colectivo de la cultura popular reciente. Algo que, por cierto, ocurría de igual manera con la muñeca Anabel, todo un acierto a nivel de construcción de personajes que tan bien han sabido explotar sus responsables a través de varias películas.
Por el momento, La monja alcanza su segundo episodio a la espera de que se pueda descifrar esa posible conexión con Ed Warren que ya se daba a entender en esa fotografía perdida en la que aparecía de refilón.