Carles Puigdemont es un prófugo que huye de la justicia desde la declaración unilateral de independencia de Cataluña del 1-O. Y aunque quierala independencia, seguramente echará de menos algunas cosas de España —el sol, las terracitas...— e igual también a su gente. Pero lo que no se puede decir es que el expresident catalán viva mal. Viendo que la cárcel iba a ser su destino, y acusado de malversación agravada y desobediencia, Puigdemont inició una nueva vida en Bruselas en octubre de 2017 e inauguró la conocida como la Casa de la República, situada en la Avenue del Abogado número 34, en Waterloo.
Este espacio de 500 metros cuadrados no es solo su hogar, sino que también se ha convertido en la sede central donde “se trabaja la internacionalización del conflicto catalán en todo el mundo” y donde se pretende representar “un espacio libre” en el que defender los “derechos de los catalanes y catalanas”, según queda reflejado en la web de esta institución. En ningún caso se trata de un organismo público, sino que se financia exclusivamente con aportaciones privadas.
“Mantener activa la actividad política de la Casa de la República es ayudar directamente al Presidente de la Generalidad de Cataluña en el exilio. Sólo con independencia, libertad y defendiendo los derechos políticos y sociales desde Bélgica podrá trabajarse en la construcción de una República catalana libre”, se lee en la web.
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Esta casa se encuentra en una zona residencial —bastante pija— alejada del centro de Bruselas y hasta allí se desplazan seguidores del president huido para mostrar su apoyo. De hecho, desde la propia Casa de la República se organizan encuentros con él. Los interesados pueden enviar una petición detallada al siguiente correo: 130president@gencat.cat. A partir de ahí, analizan la viabilidad de la visita y pueden darte cita. Y lo que está claro es que a Puigdemont le encanta que vayan a alabarle y a hacerle sentir importante, como si de una especie de peregrinación se tratara.
Es fácil reconocer cuál es su vivienda. Dos grandes mástiles de unos cinco metros de altura lucen en el jardín, que tiene una superficie de 1.000 metros cuadrados, según publicó el diario belga ‘L’Echo’. Además, la casa dispone de seis habitaciones, tres baños, cocina equipada, garaje con capacidad para cuatro coches y terraza de 100 metros cuadrados. Pero lo que más sorprende es que no hay ni rastro de banderas de la república catalana. En su día las hubo: una de Cataluña —no la estelada, sino la oficial— y otra de la Unión Europea, pero se retiraron.
Sí que se puede leer un distintivo a la derecha de la puerta principal en el que pone “Casa de la República”, pero ni rastro de la pancarta que reclamaba en inglés “libertad para presos políticos y exiliados”. Y es que Puigdemont, pese a las numerosas visitas que recibe, quiere ser discreto. Uno de sus vecinos, Yannkic, aseguró a Efe en 2018 que eligió ese barrio para vivir con su familia por la tranquilidad, pero que se ha convertido en un lugar concurrido. “Su ‘club de fans’ viene a menudo, a hacerse fotos, a tomar el sol. Estamos pensando en venderles helados y picoteo para sacar algo de dinero. Es un poco como un zoo a cielo abierto”, apuntó.