Crítica libros | Elisa Victoria se consolida como una gran narradora con ‘Otaberra’

Después de ‘Vozdevieja’ y ‘El evangelio’, la autora compone una novela repleta de vericuetos narrativos para hablar de la identidad, el trauma emocional y la necesidad de escapar a las convenciones, casi como un grito de libertad creativa

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Portada de 'Otaberra' (Blackie Books), la tercera novela de Elisa Victoria
Portada de 'Otaberra' (Blackie Books), la tercera novela de Elisa Victoria

Elisa Victoria nació en Sevilla y con 34 años publicó su primera novela, Vozdevieja (Blackie Books), aunque ya llevaba tiempo haciéndose un nombre a través de numerosas disciplinas, pero ese lanzamiento la situó como una de las voces más esperanzadoras de una nueva generación de escritoras gracias a su personalidad y a su particular forma de narrar.

Después llegaría El evangelio (Blackie Books) en 2021, en la que se cambiaba la perspectiva infantil de su primer trabajo por la de una joven que trabajaba en un colegio religioso y observaba las dinámicas que se generaban a su alrededor destapando algunos tabúes que siguen perpetuándose en torno a la sexualidad o el sentimiento de otredad.

Ahora regresa con Otaberra (Blackie Books), una novela más corta, pero repleta de vericuetos en la que dos calcetines, Rita y Beatriz, como si se tratara de una función de títeres, narran la historia de Reni, la tía de una de ellas, científica y que tuvo un bloqueo que le llevó a tener una percepción del tiempo distorsionada, como si todo lo que pasara estuviera marcado por una descoordinación, hasta que decide encerrarse en sí misma. ¿Qué le pasó a la tita Renata?

Trauma y disociaciones mentales

Es lo que cuenta Otaberra, pero de una forma diferente a la que estamos acostumbradas, a través de una voz en el pasado que se proyecta desde el presente desde la perspectiva de una presencia escurridiza, la propia Renata y sus diferentes disociaciones mentales, que se esconde detrás de todos los tipos de narradores que podamos imaginar para componer la construcción de un relato que se va desplegando de forma fragmentaria.

Elisa Victoria en una imagen promocional de 'Otaberra' (Blackie Books)
Elisa Victoria en una imagen promocional de 'Otaberra' (Blackie Books)

Parece complicado, pero no lo es, y ese es el juego narrativo que nos propone una autora que se muestra de lo más juguetona con el material que maneja, demostrando su pulso en cada uno de los capítulos, destinados a ir abriendo puertas misteriosas a un trauma que poco a poco iremos descubriendo y que se remonta a 1989, en la localidad ficticia de Otaberra, pero que también nos lleva hacia más atrás, porque todo en el mundo de Elisa Victoria, tiene que ver con la infancia y con ese universo (a veces de terror) que se crea a su alrededor y al que nos acercaremos a través de retazos de diarios encontrados a modo de found footage, otro de los recursos que utiliza.

Toda esta mezcla de texturas y de capas que se superponen hace de esta novela un fascinante cruce de estilos en el que el cuerpo y el sexo vuelven a convertirse en protagonistas, incluso a través de pasajes cronenbergianos, en el que hay elipsis, imágenes que reverberan, otras que remiten al puro inconsciente. La menstruación, la condena de sentirse diferente, una acequia, la muerte.

A través del personaje de Eusebio, Renata desatará sus fantasmas. Fue su mejor amigo, y en esa España cerrada de los pueblos de los años ochenta, su figura todavía resultaba demasiado incómoda, por eso lo más fácil era la marginación social, el rechazo, la condena al ostracismo. ¿Hasta qué punto somos capaces de desafiar las convenciones y ser auténticos a pesar de todo? Es una de las ideas que pululan por esta novela repleta de reflexiones en torno a la identidad y que se convierte en un ejercicio de profunda libertad creativa. Pero, más allá de eso, como le ocurre a la propia Renata a través de su estado de desconexión, ¿realmente somos conscientes del mundo en el que vivimos, de nuestra realidad, de lo que hacemos en nuestro día a día? Esas preguntas, se quedan de modo afilado suspendidas en el aire tras leer Otaberra.

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