Cuando Carlos Alcaraz se cansó de apretar los dientes contra Daniel Evans, decidió evidenciarlo de forma que todos supiesen que la victoria final le pertenecería. Bien entrado el cuarto set de su partido de tercera ronda del US Open, el defensor del título no acababa de quitarse de encima a un rival realmente incómodo. Incluso arrollado en el arranque del partido, decidió aceptar el reto de jugar de tú a tú a la sensación del tenis mundial. El esfuerzo, descomunal, le salió tan bien como para arrebatarle al español el tercer set. No así el partido, que el todavía número uno empezó a sentenciar con un passing shot esquinado a la derecha, que mandó un mensaje rotundo: costase lo que costase, el que iba a salir vivo del entuerto iba a ser él (6-2, 6-3, 4-6, 6-3).
Desde el final de la primera manga, el partido quedó abocado al sufrimiento. Picar piedra fue la única opción para salir airoso, con los intercambios interminables, a la par que espectaculares, dominando el escenario. El triunfo se lo iba a adjudicar quien hiciese acopio de la mayor cantidad posible de sangre fría durante el periodo de tiempo más cuantioso posible. Y ese fue un Alcaraz que no tembló cuando vio cómo el 28 del ranking amenazaba con fastidiarle la jornada en la Arthur Ashe.
Pero Alcaraz puede salir con cualquiera y estar con todo el mundo, como dice la letra de la canción de su amigo Sebastián Yatra que tanto le gusta. Por eso, sobrevivió a un desafío que, por ejemplificar, no pudo superar un Cameron Norrie que iba a ser su hipotético rival en octavos del Abierto estadounidense. Una condición que finalmente le corresponderá al italiano Matteo Arnaldi. Otro que también podría presentar batalla, visto lo visto.
Evans se crece ante la adversidad
El día no podía empezar peor para Evans: break en contra en el primer juego. Alcaraz llegó a colocarse 4-0 y por la pista central de Nueva York se escuchó, literalmente, el sonido de un avión sobrevolando el cielo. Cualquiera diría que a él estaba subido el de El Palmar: todo parecía indicar que el duelo iba a morir más bien pronto y que la comodidad sería la nota predominante.
Nada más lejos de la realidad. Muchos se hubiesen derrumbado ante tal ciclón tenístico, pero Evans no lo hizo. Tal y como empezó a demostrar antes incluso de que Alcaraz se apuntase el primer parcial. Aunque la mayor evidencia de que no bajaría los brazos, de ninguna manera, llegó ya en el segundo. Con un juego en blanco y una rotura a su favor, avisaba de lo que venía: la guerra más absoluta.
Una a la que Alcaraz, lejos de achantarse, iría encantado: devolvería el break a Evans, lo confirmaría y se apuntaría uno más para colocarse 2-0 en el global del encuentro. ¿Falsa alarma? Ni mucho menos. Charly tendría que bajar al barro para pasar de ronda, puesto que el británico creció tanto como para fantasear con la remontada.
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Esta no llegó, pero los intentos de Evans por prosperar fueron realmente encomiables. A ratos, parecía que la vida le pesaba demasiado: así de hercúlea resultaba su tarea. En otros momentos, la resistencia numantina de Alcaraz llevaba al de Birmingham a desprenderse con hastío de su raqueta, presa de la impotencia. No era para menos: resultó hasta comprensible que le doliese que su juego notable no fuese suficiente para alcanzar al vigente campeón del torneo.
Puntazo a puntazo, golpeo interminable a golpeo interminable, Evans buscó sacar de quicio a Alcaraz. Para que, en última instancia, el que acabase desquiciado fuese él mismo. A pesar de todo, tampoco pudo hacer sombra de manera victoriosa (y mira que lo intentó) al chaval. Sufrió Carlitos y sufrió Novak Djokovic ante su compatriota Laslo Djere (en su caso, hubo hasta quinto set). Aunque, a la hora de la verdad, prosperaron los dos, como casi siempre: ni por orden de los Peaky Blinders (Evans es de la misma ciudad que los gánsteres televisivos) cambió la ecuación en el caso del murciano.