Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Jean-Claude Van Damme, Liam Neeson, Keanu Reeves… y Denzel Washington. Nadie hubiera dicho hace unos años que el actor que comenzó a hacerse un nombre con grandes dramas como Grita libertad, Malcolm X o Philadelphia terminaría integrando esta lista de dioses del cine de acción. Pero Washington, como el vino del que hace gala en esta entrega, ha ido mejorando con los años, hasta convertirse en un titán más dispuesto a grabar su nombre con letras de oro en el Olimpo del cine de acción.
Irónicamente, Washington comenzó a hacerse un nombre en el cine de acción a través de empezar a colaborar con Antoine Fuqua, director de Training Day –que le valió al actor su segundo Oscar– y de la trilogía The Equalizer, que iniciaron juntos en 2014, tuvo su segunda entrega en 2018 y ahora llega a su tercera y última parte, en la cual han aprovechado también para dar un pequeño cambio de rumbo aunque manteniendo en gran medida la esencia de esta efímera saga.
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Porque el primer y gran cambio significativo de esta tercer episodio es que nuestro querido Robert McCall salta el charco y va a parar a Italia, concretamente a la región de Campania, en la costa Amalfitana. Tras un magnífico prólogo que nos sitúa en un esplendoroso viñedo sobre el que McCall siembra el caos, la película se traslada al ficticio pueblo de Altamonte, un remanso de paz entre las montañas y el mar en el que el protagonista cree haber encontrado el descanso que necesitaba, pero que con el tiempo se dará cuenta de que ni en ese oasis puede vivir sin encontrar motivos para impartir justicia.
Como suele ser habitual en terceras entregas de acción, es necesario un borrón y cuenta nueva para volver a encontrarse con los orígenes, aunque sea a miles de kilómetros del hogar. Antoine Fuqua hace uso de una fórmula contratada para este tipo de terceras entregas –Iron Man 3 o El caballero oscuro: la leyenda renace podrían ser ejemplos socorridos– de aislar a su protagonista, despojarle de todo poder –principalmente físico pero sobre todo mental– y otorgarle una vía de escape, no sin antes pasar por una dura penitencia.
Es una fórmula que funciona porque hace en gran medida olvidar la fallida The Equalizer 2, una película mucho más ambiciosa que su predecesora y que en su intento por aglutinar varias tramas –y por ende localizaciones– terminaba por perder el norte en su ambicioso intento por hacer de McCall más un nuevo James Bond que el justiciero anónimo que trabajaba en una tienda de bricolaje. The Equalizer 3 subsana en gran medida este error, pues apuesta por centrar la historia en el sencillo pueblo y en los habitantes que lo rodean, y con los que poco a poco McCall–ahora rebautizado como ‘Roberto’– irá estrechando lazos.
Un reencuentro, un padrino y una despedida
Mientras McCall se relame de sus heridas en Altamonte y empieza a conocer a la gente del pueblo –e importar sus cuidadas costumbres a su encantadora cafetería–, en Estados Unidos se empieza a mover una operación a través de la CIA que tiene su origen en el viñedo del prólogo y que poco a poco va desembocando en un ataque terrorista a gran escala. Una investigación coordinada por Emma Collins y guiada en la sombra por las llamadas del propio McCall, en un emotivo reencuentro de Dakota Fanning y Denzel Washington casi 20 años después de hacer de guardaespaldas de esta cuando solo era una niña en El fuego de la venganza, otro de los filmes que ayudaron a consolidar la imagen del actor como tipo duro.
The Equalizer 3 no solo cambia de escenario, sino también de amenaza. De la pequeña red de prostitución rusa de la primera entrega a la gran conspiración de los organismos gubernamentales en la segunda, esta tercera entrega regresa a la criminalidad a pequeña escala, pero no por ello menos mortífera. Las no pocas sospechas que pudiera levantar el homenaje del filme a la saga El padrino terminan de confirmarse cuando descubrimos que el antagonismo de este cierre recae sobre un peligroso clan de la mafia italiana, encabezado por el capo Vincent Quaranta (Andrea Scarduzio), pero cuyo brazo armado se ejecuta en Altamonte a través de Marco Quaranta (Andrea Dodero), un mafioso de poca monta que tiene aterrorizado el pueblo.
Clanes rusos o italianos, lo que no cambia es la violencia estilizada que atesora la saga, y que aquí sigue presente, con todos los tics y manías como los que posee el propio McCall. Pero igual que los entrañables vecinos de Altamonte se van haciendo a sus costumbres, los espectadores han tenido tiempo más que de sobra para habituarse al frío y sanguinolento proceder de nuestro protagonista. Ese que aquí, por primera vez, se cuestiona si sus motivos y sus métodos son lícitos y éticos, resumido en esa pregunta que ronda toda la película ¿Es un hombre bueno o uno malo?
Han tenido que pasar casi diez años desde la primera entrega para llegar a esta reflexión, pero el largo camino ha llevado a un cierre más que digno. Denzel Washington puede despedirse con honores de uno de los grandes personajes en su filmografía, y, desde este momento, inscribir su nombre junto al de los Schwarzenegger, Stallone y compañía como uno de los grandes padrinos del cine de acción.
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