Jorge Dioni (Benavente, 1974), además de tener la capacidad para radiografiar la España aspiracional y neoliberal con La España de las piscinas, también tiene sentido del humor. Llama a Margaret Thatcher “la última política marxista”, aunque alega que el motivo es que fue “la última persona que tuvo confianza en el modelo económico para cambiar la sociedad”. Ahora, publica El malestar de las ciudades (editorial Arpa), donde identifica cómo la vida en la urbe ha acabado violentando ciertos valores para imponer la ley del dinero como único discurso legítimo.
“Hay desafección entre la gente joven, pero ese desencanto con las ciudades es forzada, porque no se puede vivir en la ciudad que uno querría”, alega a Infobae España durante la entrevista. Las grandes ciudades, alega el escritor, tienen una fuerza centrípeta tan fuerte que incluso lleva a la extinción a otras más pequeñas. La falacia de que el mercado se autorregula se traslada a las ciudades: “Lo que sí crece son los pueblos alrededor de las grandes ciudades. Y este concepto es cada vez más extenso. Alrededor de Madrid ya son Guadalajara y Toledo. Cuando trabaja en Barcelona tenía un compañero que venía de Mataró todos los días y le decíamos que estaba loco, pero ahora eso es bastante normal”, dice Dioni.
Esa transformación de ciertos pueblos lleva a que ejecuten malinterpretaciones políticas, fruto de no saber mirar el nuevo modelo de España: “En las últimas elecciones andaluzas salió que Dos Hermanas había ganado el PP y la gente se llevaba las manos a la cabeza. Se tiene la idea de Dos Hermanas como un pueblo de jornaleros, pero es una idea de los 70, ahora es área urbana de Sevilla, tiene centros comerciales en medio y se acabará conectando urbanísticamente con Sevilla. Tiene zonas del 1% de más renta de todo Andalucía”. La nostalgia puede llevar a hacer lecturas políticas incorrectas.
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Esa inercia que lleva a las ciudades a engullir todo y a la vez convertir en una jungla el escenario parece innegociable. “Se dan muchas batallas, pero no se da la batalla de cambiar el modelo económico”, cuestiona el autor, un modelo que amenaza el modelo de vida conservador que tanto defienden los conservadores. “Si no regulas el mercado de la vivienda, se podrán producir problemas políticos o sociales, pero lo que seguro que va a pasar es que va a haber problemas demográficos. Si la gente no tiene casas, no va a tener hijos, porque si no se tiene una estabilidad laboral e inmobiliaria, la gente no se va a decidir a tenerlos”, apunta el autor, que dibuja un modelo nacional que es familiar para todos: “Hay pueblos donde se cierra todo, la calle comercial ya no existe... y hay que irse. Hay una España apiñada y seguirá así si no nos se ponen herramientas: todos apiñados en Madrid, Barcelona, Sevilla y la costa”.
Hay una broma entre los venecianos, que siempre retan al visitante a encontrar una carnicería en el casco antiguo. ¿Quedan habitantes en Venecia? Es el arquetipo de ciudad exprimida y destruida por el mismo modelo que la hizo levantarse. “Hasta el punto de Venecia es complicado de llegar, porque la ciudad tiene en sí una estructura de parque temático y apostó muy pronto por este modelo”, reflexiona Dioni, aunque en torno a la pérdida de identidad de las ciudades, traslada esta cuestión hasta Cataluña: “En Barcelona hay una polémica en torno al uso del catalán, pero es que si conviertes la ciudad en Venecia, que a varios barrios de la ciudad ya les ha pasado, evidentemente el idioma no va a ser el catalán, como el idioma del centro de Ámsterdam no es el neerlandés, es el inglés, igual que en Venecia. Invito a que los conservadores se preocupen por este proceso de las ciudades, porque todo eso que les gusta como está va a dejar de serlo. Y la ciudad que más peligro corre de convertirse en Venecia es Cádiz”, advierte.
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El peso que poco a poco ha ganado la empresa privada en las ciudades sirve como hilo conductor para entender esa desafección de la que habla Dioni. Tanto es así que ahora el ocio de las familias obreras pasa por transitar centros comerciales, esos lugares donde no pasar calor gracias al aire acondicionado y donde poder encontrarte con vecinos. “Sí, pero es un sitio privado”, alerta Dioni, que no baja la guardia ante los efectos que produce en el ciudadano: “Esta aparición de lo privado siempre significa algo. En el tren ya no eres pasajero, en la sanidad ya no eres paciente: ahora eres cliente. Con el paciente tienes implicación emocional que la palabra cliente te la quita. Incluso en el ticket de la biblioteca pone “cliente”. Una vez que cambias el nombre, cambia todo”.
Al final, a los pueblos solo les queda la fiesta. “De momento, lo único que no se puede deslocalizar es la tradición. La tomatina de Buñuel no se puede mover”. Aunque a la vista de que Almeida quiere llevar a Madrid la mascletà de Valencia, quién sabe qué deparará el futuro.
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