Las casas reales no son solo un símbolo de estabilidad dentro de un país, también un nexo de unión entre naciones. Hasta hace unos pocos años lo habitual era que los príncipes y princesas se comprometieran y casaran con jóvenes de su mismo estatus, asegurando así la continuidad de sus dinastías y potenciando la unión entre las mismas.
Así sucedió con la princesa Ana María de Grecia, quien este miércoles 30 de agosto cumple 77 años, y puede presumir de haber sido y ser una figura clave para tres monarquías diferentes. Bautizada con el nombre de Ana María Dagmar Ingrid, es la tercera hija de los reyes Federico IX e Ingrid de Dinamarca y fue educada para ser toda una dama de la corte. Cuando apenas tenía 13 años, conoció a su futuro marido, su primo Constantino, heredero al trono de Grecia, que se encontraba acompañando a sus padres durante una visita oficial a Dinamarca.
Se volvieron a ver tiempo más tarde durante unas vacaciones familiares en Grecia, aunque no fue hasta años después cuando saltó la chispa. Una de las cosas más curiosas de Ana María y Constantino es que eran parientes por partida doble. Sus padres eran descendientes directos de la reina Victoria de Inglaterra y, además, los padres de él y el padre de ella eran bisnietos de Cristian IX de Dinamarca.
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Según contaba Constantino tras verla en una revista, ya de adolescente, se fijó en ella y quiso volver a visitarla en Copenhague para estrechar lazos. La propia Federica habló de esta época en sus memorias, desvelando que tuvieron que superar varios obstáculos, no solo porque ella era más joven, también porque tenían religiones diferentes.
Su noviazgo se oficializó en 1962 durante la boda de los reyes Juan Carlos y Sofía, a la que acudieron juntos. Dos años más tarde, en 1964, ocurrió lo inimaginable, Pablo I de Grecia moría y su hijo Constantino se convertía en el nuevo rey del país heleno.
Como consecuencia, su boda se adelantó unos meses y, con apenas 18 años, Ana María pasó por el altar y se convirtió en reina tras una gran ceremonia celebrada en la Catedral Metropolitana de Atenas. Con este enlace, Ana María se convirtió en una figura de unión entre tres monarquías, la danesa, la griega y la española, como cuñada de los actuales eméritos.
Reina a los 18
Apenas un año después de su ‘sí, quiero’ se convirtieron en padres por primera vez con el nacimiento de Alexia, su primogénita. Después llegarían Pablo (1967), Nicolás (1969), Teodora (1983) y Felipe (1986). Todos ellos tienen el título oficial de príncipes de Dinamarca con tratamiento de Alteza Real. Sus tres últimos nacieron fuera de Grecia, pues el matrimonio real se tuvo que exiliar tras el fallido contragolpe del rey contra la conocida como dictadura de los coronales.
No fue una época fácil para la familia, que tuvo que despedirse no solo de su trono, también renunciar a buena parte de sus privilegios. Pero sin duda lo peor fue que perdió al bebé que esperaba en aquel momento. Todos ellos recalaron en Roma, Italia, donde fueron acogidos por diferentes familiares. Seis años después llegaron a Copenhague, donde la madre de Ana María, la reina Ingrid, les acogió con gusto. Pero no fue su último destino y es que en 1974 se instalaron en Londres, donde vivieron 39 años y lograron recuperar parte de su esplendor, viviendo más cómodos.
El regreso de Ana María y Constantino a Grecia tuvo lugar en 2013, cuando se instalaron en una mansión situada en Porto Jeli, conocida como la Riviera Griega. Allí pudieron volver al origen de su amor, su primer hogar, que además fue el último para el exrey heleno, pues Constantino fallecía el pasado 10 de enero a los 82 años después de sufrir un derrame cerebral.
Han sido tantos los acontecimientos que le han tocado vivir, tanto alegres como tristes, que pese a su perfil discreto Ana María de Grecia es una de las figuras más interesantes de la realeza actual.