Cuando era joven, Mario Casas luchó para convertirse en actor. Cuando lo consiguió, intentó mejorar para que lo tomaran en serio y no fuera únicamente el chico de moda del cine español a partir la película que lo convertiría en un ídolo generacional, Tres metros sobre el cielo. Poco a poco fue consiguiendo buenos papeles y trabajando con grandes directores como Alberto Rodríguez en Grupo 7 o Álex De la Iglesia en Las brujas de Zugarramurdi. Supo explotar su vertiente cómica, también la de galán histórico en Palmeras en la nieve, o la de perfecto antihéroe de thriller contemporáneo en Contratiempo, la serie El inocente o No matarás, por la que, finalmente, consiguió un Goya al mejor actor.
Ahora sorprende debutando detrás de la cámara y firmando el guion de su ópera prima junto a la actriz Déborah François, con la que coincidió en El practicante. El resultado es Mi soledad tiene alas, una pieza de realismo crudo con toques poéticos sobre un chico introvertido que viven en un barrio de la periferia en una familia desestructurada y que sueña con escapar, mientras que con sus amigos comete algunos robos, cada vez más peligrosos, que lo conducirán a una huida marcada por un sentimiento trágico.
¿Cuándo surgió la inquietud de ponerse detrás de la cámara?
Siempre había tenido mucha curiosidad, me fijaba en los rodajes y he tenido la suerte de establecer vínculos muy fuertes con algunos de los directores con los que he trabajado desde el principio. Me gustaba preguntarles cómo iban a grabar, cómo querían contar la historia visualmente y de qué forma iban a imprimir su toque personal. Cada director es un mundo, funciona de una manera distinta, y es algo que siempre me había apasionado, cómo crear desde cero una película. Es curioso que, a punto de estrenar Mi soledad tiene alas mi madre me haya pasado vídeos de cuando era pequeño en los que salía como dirigiendo a la familia, así que creo que esa inquietud siempre ha estado ahí.
¿Era ahora el momento adecuado para hacerlo, para dar ese paso?
Me ha cogido con buena edad, yo creo. Ahora tengo 37, empecé a escribir en la cuarentena y me ayudó a pasar el encierro motivado. Pensé que era el momento de hacerme cargo, de responsabilizarme y echármelo a las espaldas.
Dicen que las primeras películas surgen de la propia experiencia. En este caso se cumple un poco esa máxima, ya que tiene un trasfondo personal
Hay mucho de ella en mí, sí. He vivido en esos lugares que he intentado retratar, en los barrios obreros de la periferia de Barcelona y, aunque el recorrido del protagonista no tenga nada que ver con el mío, sí que procedo de una familia humilde y conozco bien esos lugares que, de alguna manera, quería dignificar. Además, con 18 años me fui a Madrid, algo que también hacen los personajes, aunque ellos escapen de la policía y yo intentara solo dedicarme a la interpretación. Pero hay cierto paralelismo entre ambos trayectos y, de alguna forma, he introducido detalles en la película de algunos de los proyectos que he hecho y que más me han marcado. Son como una especie de guiños, pequeñas licencias de un aprendiz de director.
La película desprende un aroma muy realista a través de las localizaciones, de la gente no profesional que sale, de la cámara en mano. Cuéntame un poco el estilo que querías imprimir
Para mí era muy importante que hubiera mucha verdad en la peli, raza, mucha emoción. Tenía que respirar crudeza a la vez que sentimiento, ese era el reto. E intentar sumergir en esa mezcla a mi hermano Óscar, que era de los pocos que tenía experiencia como intérprete profesional dentro del casting. No construimos sets, no rodamos en platós, y el tema de la cámara al hombro era para poder seguir constantemente a esos ‘no actores’ y dejarlos volar para que tuvieran más espacio y no se vieran condicionados por ningún artificio, que todo fuera fresco. Por eso hacía tomas muy largas, para que todos se soltasen y tuvieran absoluta libertad.
¿Por qué elegiste a tu hermano para este papel?
Yo quería regalarle el personaje que a mí me hubiera gustado que me ofrecieran a su edad. Le dije, “no construyas, no crees, sé tú”. Pero también es cierto que con él trabajé de una manera un poco distinta que con los demás
¿En qué consistió ese trabajo distinto con Óscar Casas?
Hicimos un pequeño experimento, no dejé que conociera al actor que iba a encarnar a su padre (Francisco Boira), tampoco le permití mirar ninguna de las imágenes que habíamos registrado en el combo. Y, a veces, creábamos una atmósfera especial para él para que reaccionara.
Ningún director nunca lo conocerá mejor que tú
Por eso quería sacarle toda su esencia, toda esa luz que tiene. Hemos hecho un camino duro y bonito con esta película y yo creo que es algo que nos va a acompañar para siempre.
En esta película también vemos al Mario Casas sensible, romántico
Quería introducir un lado algo más poético, sí. Al final es una historia de amor, de amistad y de supervivencia, de los lazos, ya sean o no familiares, de la juventud y los sueños.
¿De dónde procede el título de la película?
Es de un poema de Alejandra Pizarnik. Me identificaba con él cuando vine a vivir a Madrid porque durante dos años me sentí muy solo, pero la ilusión por salir adelante me dio alas para volar. Y de ahí parte todo. A veces, en las situaciones adversas, sacas una fuerza sobrehumana para conseguir salir adelante. Además, siempre he tenido el sueño recurrente de querer volar.
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