La excéntrica cena navideña de ‘The Bear’ o por qué es momento de poner fin a ciertas tradiciones familiares

Los nuevos capítulos de la aclamada serie de Disney+ profundizan en los rasgos más desconocidos de sus personajes principales y secundarios, brindando más capas y estructura a la exitosa ficción

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Escenas del capítulo 'Peces', el sexto episodio de la segunda temporada de 'The Bear'
Escenas del capítulo 'Peces', el sexto episodio de la segunda temporada de 'The Bear'

Un polvorón que no sienta del todo bien, una gamba que podría estar mejor cocinada, algún miembro familiar no fiándose del menú de la casa que visita y aportando su versión particular de la ensaladilla de marisco, la pelea pertinente por las croquetas de la abuela (o de la madre, o del padre, o de la hija, de quién sea, porque cada familia es un mundo, pero en todas cuecen habas), la apertura constante de botellas de vino y la conclusión generalizada que nunca encuentra su espacio en la mesa: qué desastre de cena.

The Bear, la serie de Disney+ que acaba de estrenar su segunda temporada en la plataforma, ha conseguido superar expectativas con un equilibrio exquisito entre la presión que predominó en la primera parte y la calma que reina en muchos de sus nuevos capítulos. Carmen ‘Carmy’ Berzatto (Jeremy Allen White) se enfrenta, además de a sus miedos, a la apertura de un nuevo restaurante. Contará con su equipo de feligreses para sacarlo adelante: Sydney (Ayo Edebiri), el primo Richie (Ebon Moss-Bachrach) y su hermana Natalie (Abby Elliott).

En una ebullición creativa que pretende dar cabida a un concepto culinario diferente, la nueva hornada de episodios de la aclamada ficción -nominada a 13 Premios Emmy- se toma la licencia de profundizar en el universo interior de todos sus personajes. Marcus (Lionel Boyce) acude de retiro a Copenhague para hacer un máster pasado por harina y azúcar, Tina (Liza Colón-Zayas) encuentra su superyó en un curso de técnica entre fogones y Sydney se recorre medio Chicago para reencontrarse con su paladar.

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Ahondando en la amalgama de sentimientos que configuran sus diversas (a la par que complicadas) personalidades, The Bear encuentra un escondite para la reflexión más allá del menú del día. También una forma de vivir fuera del cronómetro vital de su primera temporada, en la que la ansiedad que recorría las terminaciones nerviosas de los protagonistas conseguía trasladarse a la audiencia.

Tras esa capa de meditación visual sigue habiendo espacio para la actitud frenética de Carmy y compañía. Uno de los episodios que mejor refleja la tensión que se come, y mastica, en The Bear es Peces. El sexto capítulo de su segunda temporada es el más largo de todo su historial, pues roza los 60 minutos de visionado. La trama se sitúa unos cinco años antes de la línea temporal de la segunda parte de la serie y se ubica en la casa de los Berzatto, donde se está organizando la cena de Nochebuena.

Carmen 'Carmy' Berzatto (Jeremy Allen White) en el episodio 'Peces' (Disney+)
Carmen 'Carmy' Berzatto (Jeremy Allen White) en el episodio 'Peces' (Disney+)

Además de ser un episodio cargado de apariciones estelares —y fugaces— (Bob Odenkirk, Sarah Paulson, Jamie Lee Curtis y el regreso de Jon Bernthal como Michael), Peces convierte la locura y la tensión en su propio antídoto. Sólo a través de dicho conducto emocional se consigue llegar al clímax de un episodio que no da respiro y que nos recuerda que, en ocasiones, las cenas familiares pueden causar todo tipo de estragos.

Durante la hora de capítulo, los Berzatto salen a jugar. Pero no en rol de suplente cuyo objetivo es rascar segundos antes de que el marcador anuncie la victoria. Más bien en el papel de goleador heróico. Los trapos sucios, los reproches, las conversaciones despreocupadas que mutan en discusión y las malas maneras se convierten en protagonistas de una mesa que encandila con sus decoraciones y el estampado de sus servilletas. En el aparente orden se esconde un tornado a punto acabar con todo y todos... menos con los cannolis (típico postre italiano que imita a un canelón).

“Enfados, gritos, llantos y un asiento en una mesa cilíndrica con velas aromáticas capaces de hacer arder toda la casa”

Mientras Donna —la matriarca del clan de los Berzatto interpretada de forma errática por Jamie Lee Curtis— está preocupada por la cocción perfecta de los pescados que están en el horno, sus hijos se preguntan si su madre está bien. Lleva toda la noche con una actitud altiva y nerviosa que preocupa a sus retoños. Quizá es mejor no insistir y dejar que unte el ajo en el pan con sus largas uñas acrílicas rojas. Ella quiere a sus hijos, pero no sabe si éstos la quieren igual. O al menos no como a ella le gustaría. Lleva todo el día cocinando y cree que nadie se lo tiene (o tendrá) en cuenta. Sus hijos han abandonado el nido. Su vida ha cambiado y sólo quedan estos días para pasar tiempo juntos.

Navidad, dulces, pavo, pollo, hamburguesas vegetales. El menú se adapta a las exigencias de cada uno. Todo está medido, inspeccionado, milimetrado y nada puede fallar. El problema es que todo falla y el efecto dominó culmina en una terrorífica cena. Enfados, gritos, llantos y un asiento en una mesa cilíndrica con velas aromáticas capaces de hacer arder toda la casa.

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Donna Berzatto (Jamie Lee Curtis) en el episodio 'Peces' de 'The Bear' (Disney+)
Donna Berzatto (Jamie Lee Curtis) en el episodio 'Peces' de 'The Bear' (Disney+)

Tras sobrevivir a Peces caí en la cuenta de que, alejada del dramatismo con el que los creadores de The Bear salpimentan el capítulo, todos hemos tenido una cena familiar, y sobre todo navideña, muy parecida. Conversaciones enquistadas que salen a la luz, sentimientos enterrados que encuentran su espacio en el día menos apropiado y una aparente aura de paz que se rompe en mil pedazos tras un faux pas de cualquier miembro familiar que se precie a arruinar la festiva velada.

En este tipo de celebraciones bañadas por la tradición, la perfección es el ingrediente más importante. También el agradecimiento. En tercer lugar, el compromiso. El estar porque nos lo han pedido. El estar porque hay que estar. El ir porque, ya que nos han invitado, cómo vamos a decir que no. El martirio del que está en la cocina horas y horas se va trasladando a los invitados. Las madres, abuelas o cocineros de la jornada se rompen el lomo haciendo todo tipo de recetas imposibles para que el gracioso de turno lo agradezca puntualizando que a cierto plato le falta sal y que ese otro lleva, en cambio, demasiada.

“Perpetuar la tradición porque sí, porque es lo que toca, y no porque nos apetezca, es casi tan problemático como volver con ese ex que te miraba el móvil”

Después de haber visto Peces he pensado en la de noches que he pasado en mesas propias y ajenas, aguantando comentarios estúpidos y malhumorados, compartiendo espacio con gente que no merecía la pena o viendo cómo algunos seres queridos esperaban un agradecimiento que nunca llegaba. Comiendo tarta de chocolate pese a que no me gusta la tarta de chocolate por el simple hecho de no quedar mal con el anfitrión o evitando hablar de política para no hacer enfadar a los votantes de Vox.

Perpetuar la tradición porque sí, porque es lo que toca, y no porque nos apetezca verdaderamente, es casi tan problemático como volver con ese ex que te miraba el móvil o a esa tienda en la que sabes que nada te queda bien. Es un ejercicio masoca e inútil. Después de haber visto Peces, prefiero no volver a esos espacios familiares en los que uno es de todo menos uno mismo.

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