El 20 de agosto es una fecha señalada en el calendario del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Ese día, de 2008, el vuelo JK5022 de la desaparecida aerolínea Spanair, en el que volaban 172 personas -166 pasajeros y seis tripulantes-, sufrió un accidente al momento del despegue y terminó estrellándose a un costado de la pista 36L del aeropuerto madrileño. El trágico suceso se cobró 154 víctimas mortales y marcó un antes y un después en el sector aéreo español, que debió reforzar sus protocolos de seguridad.
El JK5022 era un vuelo regular que unía Madrid y Gran Canaria diariamente, con una aeronave modelo McDonnell Douglas MD-82 y aquel día, quizá en un aviso de lo que podía suceder, tuvo dos intentos de despegue. El primero tuvo lugar a las 13:25 -el servicio estaba programado para las 13:00- cuando, la aeronave ya tenía autorización para despegar, los pilotos abortaron al detectar una falla en la sonda de temperatura y regresaron a la plataforma para una revisión por parte de los técnicos.
15 años después, Loreto González, una de los 18 sobrevivientes de la tragedia, recuerda, en la serie documental sobre el accidente que ha estrenado Movistar Plus+, que al retornar al parking la tripulación solicitó a los pasajeros que se mantuvieron en su asiento mientras se solucionaba la avería. González detalló que la espera, que se extendió por casi media hora, fue muy incómoda por el calor dado que habían cortado el aire acondicionado dentro del avión.
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Una vez solventado el fallo, la aeronave se dirigió de nuevo a la pista para un segundo intento de despegue que, tristemente, resultó ser el último. “A mí me pareció que tardaba en levantarse”, sostiene González y añade que, acto seguido, el aparato “aleteó y ya se puso de picado al suelo”. El avión se Spanair solo logró elevarse 12 metros antes de desviarse a la derecha, perder altitud y estrellarse. Eran las 14:24.
Al recuperar el conocimiento, González, médico de profesión, fue consciente de que se habían estrellado y rápidamente pudo analizar las heridas que presentaba su cuerpo: le costaba respirar por lo que intuyó que se había dañado la pleura de los pulmones. Según la sobreviviente calcula, a partir del desarrollo de sus síntomas respiratorios, que los equipos de emergencia tardaron en encontrarla entre los restos del avión alrededor de 30 o 40 minutos. Al ser hallada, González volvió a perder el conocimiento que recién recuperaría tres meses después al despertar del coma, momento en el que se enteraría que su hija de 23 años, quien también iba en el avión, era una de las víctimas mortales.
Un fallo humano
Tras un largo proceso, la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes de Aviación Civil (Ciaiac) determinó que la principal causa del accidente había sido un fallo humano. En concreto, los pilotos se olvidaron -hasta tres veces en distintos procedimientos de comprobación- de desplegar los flaps y slats de las alas, dispositivos fundamentales para la sustentación del avión en el aire. También falló el sistema que debió haberles avisado al comandante y al copiloto que se habían saltado ese importante paso.
Cinco segundo después del despegue, se activó el sistema de aviso de pérdida de altitud. En la grabación de la caja negra del avión se escucha la conversación de ese momento entre ambos pilotos. “¿Fallo de motor?”, consulta el copiloto, a lo que el comandante responde: “Vuela el avión, me cagüen la mar. Vuélalo”.
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