Pórtate bien. Lee de vez en cuando. Saluda siempre primero. Lávate los dientes tres veces al día. Deja la maquinita y haz deporte. Respeta a los mayores. No digas palabrotas. No bebas ni tomes drogas... Todas estas enseñas llevan presentes en el ideario de los padres desde tiempos inmemorables, pero de un tiempo a esta parte se han convertido en una retahíla más de normas que los hijos asimilan pero no procesan, que escuchan pero no retienen, que les suena pero no les convence. En una sociedad que está expuesta a todo tipo de estímulos, cada vez es más difícil encontrar algo que consiga no ya captar la atención, sino mantenerla. Y en una sociedad golpeada por tantas tragedias —ya sea en las noticias, en los true-crimes o en los vídeos que antes pertenecían a la deep web y ahora te pueden saltar en el siguiente TikTok—, cada vez cuesta más impresionar, perturbar, sacar a la gente de su letargo de escepticismo y descreimiento. Un miedo real.
Este es el punto de partida de Háblame, la película de terror más esperada del verano, avalada por una distribuidora representante del nuevo terror como A24 (La bruja, Hereditary...) que bien se ha encargado de convertir la película en todo un pequeño gran fenómeno de masas, en parte por una gran campaña de publicidad y en parte por esta necesidad actual del público de encontrar nuevas fobias, elementos que lo saquen de su zona de confort aunque sea durante hora y media. Háblame no solo adelantamos que consigue esto, sino que su efecto puede proseguir pasadas las horas del visionado y volver en cualquier momento en forma de un pequeño escalofrío en la nuca.
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La película cuenta la historia de Mia, una adolescente que acaba de perder a su madre y está pasando un complicado proceso de duelo. Intenta mitigarlo pasando las tardes en casa de su mejor amiga y lejos de su padre, pero un día acude junto a su amiga y el hermano pequeño de esta a una fiesta después de ver en redes sociales que unos amigos se pegan auténticos “viajes” que los dejan petrificados y con las pupilas dilatadas. Cuando llegan a la fiesta, aunque escépticos al principio, descubren que el efecto es real, pero es consecuencia de entrar en contacto con una mano embalsamada que supuestamente hace que veas espíritus de personas muertas e incluso que estos te hablen, si tú les dejas entrar.
Para la mayoría es un pasatiempo más, para Mia es quizá su única oportunidad de ponerse en contacto con su difunta madre. Pero el juego tiene un peligro, y es que si pasas más de 90 segundos en trance con la mano, corres el riesgo de que ese “viaje” dure más de la cuenta y que quizá los espíritus no solo no dejes de verlos sino que también se apoderen de ti.
Un estilo de terror híbrido pero con claro mensaje
Su inspirado prólogo, un largo plano secuencia que bien podría salir de una versión oscura de Supersalidos o Project X, ya pone sobre alerta al espectador y acelera las pulsaciones de una película que está jugando constantemente a intercalar ritmos muy altos de tensión con secuencias de absoluta calma. En ese sentido, la película da ciertos respiros que muchos agradecerán, aunque en detrimento de generar una atmósfera de terror constante que no te deje tranquilo ni un segundo, como sucedía en otras grandes películas recientes del género como It Follows, con la que sí comparte en gran medida esta idea del terror invisible que solo un personaje puede realmente ver.
Sin embargo, puede que en lo temático con la película que mejor enlace sea con The Night House, pues ambas hablan de la pérdida, de las enfermedades mentales y del suicidio no solo como culpable del duelo sino también como amenaza hacia sus protagonistas, encerrados entre dos mundos sin saber si prefieren continuar en el de los vivos o sumarse al de los espíritus por volver a estar con sus seres queridos. Conforme la película avanza y las cartas se ponen sobre la mesa este drama gana peso al terror, lo que hace que la película entre en un proceso más rutinario y de susto fácil más que de mantener la crispante atmósfera de los primeros compases. Susto fácil pero efectivo, dejémoslo claro, pues si algo demuestran los debutantes Danny Philippou y Michael Philippou —irónicamente dos hermanos procedentes del mundo de YouTube— es que saben en todo momento manejarse tanto para que seas incapaz de apartar la mirada de la pantalla como para que acto seguido no quieras ver lo que está sucediendo en ella.
En definitiva, Háblame es una película que no va del todo en la línea del llamado “terror elevado” del que ha hecho gala A24. Tiene cierto comentario social pero su retrato de las enfermedades mentales está más hecho desde la superficialidad de un videotutorial que de un análisis concienzudo, cosa que nunca pretende ser. Puede que su frialdad para tratar tan delicado tema y su grafismo a la hora de plasmar temas como las autolesiones hieran la sensibilidad de algún espectador, pero buscan más la mirada furtiva que un verdadero intento por entender las causas que lo provocan.
Al final la película, que tan bien había comenzado generando esa terrorífica atmósfera, termina por perder cierto fuelle y querer volver a captar la atención de otra manera más salvaje y tosca. Y es una pena porque hasta ese momento no era solo ya la película de terror del verano, sino de las mejores en mucho tiempo. Puede que quizá no le haga falta indagar más en ese espectro que plantea, que la propia película se niegue a seguir el camino de sus protagonistas. Su final, tan redondo como aparentemente planteado desde un principio, parece continuar con las enseñas mencionadas: Pórtate bien, lee de vez en cuando, saluda siempre, respeta a los mayores, no bebas ni tomes drogas... Y, pase lo que pase, nunca juegues con espíritus, porque hay cosas con las que es mejor no jugar.
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