Jorge Vilda: el protegido de Rubiales que ha hecho historia con España en el Mundial a golpe de revolución

El seleccionador femenino ha conseguido la mejor clasificación del equipo en este torneo, sobreponiéndose a unas dudas continuas: aunque la Federación le apoya sin fisuras, el escepticismo generalizado le persigue desde el conflicto con las jugadoras en 2022

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Rubiales junto a Vilda antes del partido contra Suiza (REUTERS/Molly Darlington)
Rubiales junto a Vilda antes del partido contra Suiza (REUTERS/Molly Darlington)

“Noto un poquito de negatividad, así que... ¡Vamos, España! ¡Vamos, equipo! ¡Vamos a ganar el partido!”. Fue la intervención más sonada de Jorge Vilda en la comparecencia previa al partido de octavos de final del Mundial femenino de fútbol contra Suiza. Como es práctica habitual desde hace meses, el seleccionador español estaba en el punto de mira de (casi) todos tras la abultada derrota contra Japón para cerrar la fase de grupos. Él mismo se autodenominó culpable de ese harakiri que bien podría haber supuesto un punto de no retorno en el torneo. El escepticismo estaba servido y el once inicial del sábado no ayudó, en un primer momento, a apaciguarlo: había hasta cinco cambios. Sin embargo, la selección resurgió cuál ave fénix, y de qué manera, ante las helvéticas. Con ella, lo hizo su entrenador, que acalló las críticas a base de lograr el mejor resultado mundialista de la historia para ellas.

Vilda no tuvo ningún reparo a la hora de arriesgar. Siempre ha contado con el beneplácito más absoluto tanto de la RFEF como de su presidente, Luis Rubiales. “Está rankeado entre los 10 mejores entrenadores del fútbol femenino mundial. Ha tenido que caminar por el desierto cuando nuestro fútbol no tenía la talla de hoy en día y nuestra confianza en él es plena”, llegó a afirmar el directivo en 2022. Un año después de la Eurocopa que desató un auténtico polvorín en el vestuario nacional, al técnico no le tembló el pulso ni lo más mínimo al apostar por una revolución total. Saliese como saliese la jugada, se sabía respaldado por el ente federativo. Si no se le dejó de lado en su momento más duro al frente de La Roja, ¿qué motivos había para pensar que ahora sucedería lo contrario?

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Así pues, se atrevió con una alineación repleta de novedades: Cata Coll en la portería; Laia Codina y Oihane Hernández en defensa y Esther González y Alba Redondo en el ataque. Incluso hubo una sexta modificación para nada irrelevante, en este caso en el esquema: Jenni Hermoso pasó a jugar de interior en lugar de hacerlo como falso ‘nueve’. Pocos minutos bastaron para advertir que la apuesta había salido bien, y ni siquiera el gol en propia puerta de una de las novedades, Codina, frustró el plan.

Jorge Vilda da instrucciones a una de sus jugadoras (REUTERS/David Rowland)
Jorge Vilda da instrucciones a una de sus jugadoras (REUTERS/David Rowland)

Con una Aitana Bonmatí que hizo y deshizo a su antojo, la verticalidad española resultó fulgurante durante los 90 minutos. La posesión sí tuvo entidad en esta ocasión, dando todos los réditos que se habían quedado en el tintero con las japonesas delante. La reacción soñada llegó y, una vez consumada, Vilda ya no quiso saber nada del protagonismo del que se apropió en la derrota anterior: la victoria les pertenecía, o eso quiso poner en valor él, a las jugadoras.

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“Tengo a las 23 mejores del mundo, 23 Balones de Oro”, llegó a señalar el míster tras conseguir el pase a cuartos de final. La sombra de la sospecha había quedado tapada por el éxito colectivo. Al menos, de momento.

Hombre de la casa desde 2010

Vilda y el fútbol estaban condenados a entenderse. No cabía la posibilidad de que se dedicase a otro oficio al tener en casa el ejemplo de su padre, Ángel. El cabeza de familia hizo carrera primero como preparador físico de equipos masculinos tan míticos como el Dream Team de Cruyff en el Barça o el Real Madrid de la Séptima. Después, se convirtió en el primer responsable de las selecciones sub-17 y sub-19 femeninas que no respondía al nombre de Ignacio Quereda.

La dimisión de este último motivó el ascenso a la absoluta de Vilda hijo en 2015. Llegó a jugar con Xavi y con Iker Casillas en sus tiempos mozos antes de dar el salto a los banquillos, que le llevaron a la sub-17, junto a su padre, en 2010. Su buen hacer (dos Eurocopas, dos subcampeonatos europeos, un bronce mundial, un bronce europeo y un subcampeonato del mundo) provocó que cogiese el testigo del progenitor en la sub-19, allá por 2014.

Apenas duró unos meses en el cargo, ya que le reclamaron para encargarse de las mayores. Tanto en 2017 como en 2022, se alcanzaron los cuartos de final de la Eurocopa. En el Mundial de 2019, se cayó en octavos. Las urgencias por un salto de calidad que siempre parecía quedarse a mitad de camino saltaron por los aires el año pasado. Fue entonces cuando hasta 15 jugadoras decidieron plantarse y no competir con España mientras Vilda continuase dirigiéndolas como internacionales.

Vilda junto a las jugadoras tras lograr el pase a cuartos (REUTERS/David Rowland)
Vilda junto a las jugadoras tras lograr el pase a cuartos (REUTERS/David Rowland)

El pulso, que rápidamente fue comparado con el que acabó con su predecesor, dejó el crédito del madrileño muy tocado de puertas para afuera. De puertas para dentro, ocurrió todo lo contrario: se cerraron filas con él y la polémica no murió, pero tampoco mató. De hecho, Bonmatí, Ona Batlle y Mariona Caldentey dieron marcha atrás el pasado junio y están en la Copa del Mundo.

Está visto que sobrevivir va en el ADN de Jorge Vilda. Se mantuvo firme hace unos meses, a pesar de un cisma que habría fulminado a muchos, y también en Nueva Zelanda, cuando el “jugamos como nunca, perdimos como siempre” asomaba. Todo en forma de revolución: la que resistió antes y la que propició después.

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