María Poole es una joven madrileña que asiste a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Lisboa desde una perspectiva particular. Es la primera en la que toma parte pero también será la última, pues a su regreso ingresará como carmelita descalza en el convento de San José, de Ávila.
“Es mi primera JMJ, pero también será la última, y no lo veo como una tristeza, sino como un regalo, por haber podido vivir esto antes de entrar en el Carmelo y llevarme muchísima gente allí para rezar por esta Iglesia que veo que es tan grande y para que siga creciendo y que arda el mundo por Cristo”, asegura.
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En todo caso, reconoce que muchos, incluso los jóvenes creyentes con los que comparte estos días en la JMJ, “lo flipan” porque la ven como una más de ellos, de la parroquia y de repente.... “Para mí es un regalo de Dios ver que me quiere a través de ellos, y que se alegran por mí”, asegura. María reconoce que siente “en parte” nostalgia por la separación física. “Somos humanos y tenemos nuestras debilidades, pero es tan grande el regalo que Dios me ha preparado en el carmelo de vivir junto a Él para siempre, que no tiene comparación”, asegura.
Esta joven decidió ingresar en el carmelo cuando estaba estudiando Ingeniería Naval en la Universidad Politécnica de Madrid. Criada en una familia creyente, estudió en el colegio Las Tablas-Valverde, en el madrileño barrio de Las Tablas. “Me educaron en la fe, lo cual es un regalo muy grande, conocer a Dios desde pequeñita. Pero cuando empiezas a pensar y dar vueltas a tu fe, ves que es un regalo. Esto es lo que más feliz me ha hecho en el mundo”, comenta.
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En realidad, no tenía contacto con las carmelitas. “Primero fue esa necesidad de Dios que iba apareciendo, y ese Dios tan bueno y grande. Poco a poco le fui conociendo más, con un deseo muy grande en mi corazón de estar con él. Estaba con mi novio, pero fui viendo que Dios tenía otro camino preparado para mí, no lo que yo tenía pensado. Yo lo único que quería era hacer la voluntad de Dios, que es lo único que me hace feliz”, explica.
Así, apunta que cuando se apuntó a ir a Lisboa todavía seguía en el “camino de discernimiento” y sabía que Dios la llamaba para algo pero todavía no sabía para dónde. “Ahora lo veo como un regalo, haber podido venir, ver a tantos jóvenes juntos, que ayer como locos bajábamos en decenas de miles para una Misa --reflexiona--. Aquí no tienes esos momentos de paz y tranquilidad, como los puedes tener en casa, pero ves a Dios en la gente. Ves cómo Cristo vive entre nosotros”.
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La joven madrileña, que ha participado con el grupo de la parroquia de Las Tablas en el encuentro ‘Rise Up’ con 6.000 peregrinos madrileños, explica su proceso vocacional: “Dios fue enamorando mi corazón. Dios es muy bueno. Lo hace todo muy sutil. Me regaló esta vocación tan grande, que no puede hacerme más ilusión. Dios me quería para él. Me llamó para ser suya”.
Con todo, no se considera una persona rara por haber dado este paso. “Soy totalmente normal. Yo no conocía al carmelo. La verdad que allí es donde he visto más alegría y felicidad. Fue conocer dos hermanas carmelitas y ver una alegría que no encuentras en ningún lado. Gente normal que vive enamorada de Cristo”, concluye.
(Del enviado especial de Europa Press José María Navalpotro)
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