Cada verano España arde por los cuatro costados. La sequía, las altas temperaturas y los rayos que producen las tormentas eléctricas se convierten en el cóctel perfecto para la propagación de las llamas, tal y como ocurrió el año pasado, que fue un periodo especialmente intenso y anómalo al acumular 42 días bajo los efectos de las olas de calor. Aunque conviene recordar que más allá del impacto del clima, el abandono de los montes y la falta de prevención son las principales causas de los incendios forestales que se producen en el país.
En este mes de julio que acaba de terminar, sin embargo, en España no se han producido tantos incendios como en veranos anteriores ni hay fuegos activos fuera de control, aunque sí ha habido algunos destacados como el La Palma, que arrasó casi 3.000 hectáreas. Una situación que nada tiene que ver con la que se está viviendo en otros países del Mediterráneo como Italia y Grecia, que llevan días luchando contra las llamas. España, de momento, se ha librado de los intensos fuegos en julio debido, principalmente, a las abundantes lluvias que cayeron en primavera en muchos puntos del país.
“Los estudios nos indican que para que el combustible -la vegetación de montes y bosques- empiece a arder tras esas lluvias copiosas deben pasar uno o dos meses”, explica a Infobae España Víctor Resco, profesor de ingeniería forestal de la Universidad de Lleida, quien advierte que aunque se hayan registrado menos incendios, “aún no se puede cantar victoria”. “En la España mediterránea el grueso de los incendios ocurre en la primera mitad de julio o en la segunda, mientras que en el Cantábrico -sobre todo en Galicia- ocurren en agosto”, añade.
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España, además, según datos del sistema de Información Europeo de Incendios Forestales (EFFIS), sigue siendo el país con más hectáreas quemadas en lo que llevamos de año, con casi 69.500, seguido de Italia y Grecia, que registran algo más de 53.000 cada uno.
Abordar causas estructurales
El hecho, sin embargo, de que en España hayan ardido menos hectáreas en julio “no es necesariamente una buena noticia”, apunta Resco, porque el combustible sigue ahí y, si no se quema ahora, “lo hará más tarde”. De ahí la necesidad, insiste el docente, de abordar las causas estructurales que favorecen el inicio y desarrollo de los incendios y “no estar a merced de las condiciones climatológicas” como hasta ahora.
La desestacionalización de la temporada de incendios es precisamente una de las consecuencias del cambio climático, de manera que ahora empiezan a producirse fuegos en primavera, como el que tuvo lugar en mayo en Las Hurdes y Sierra de Gata (Cáceres) que quemó unas 10.000 hectáreas, e incluso a principios de otoño.
Mal estado de los montes
Una de esas causas estructurales a las que se refiere Resco es el mal estado de los montes, que no solo hace aumentar el riesgo de incendio, sino que las llamas se vuelvan más destructivas una vez iniciado. En España cada vez hay más masa forestal abandonada y “cuando el bosque está seco es muy fácil que el fuego se extienda”, como tantas veces ocurrió en 2022, que se convirtió en el peor año en incendios forestales con casi 310.000 hectáreas quemadas en todo el país.
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El fuego normalmente se propaga por el combustible que se encuentra en el suelo, como hojarasca, arbustos, hierbas o madera caída, aunque en los incendios más graves el combustible también lo conforman los árboles. “Digamos que el fuego es un herbívoro y, cuanta más comida tiene, más arrasa, por eso es importante reducir la cantidad de biomasa”, recuerda Resco.
Para evitar incendios, el experto recomienda reducir el número de árboles “de forma sostenible”, aunque es consciente de que es una medida que no goza de gran aceptación popular. “En el imaginario colectivo se confunde talar árboles con deforestar y degradar la naturaleza, pero lo sabemos hacer de forma sostenible para disminuir el riesgo de incendios”, advierte. También aclara que la prevención siempre es más barata que la extinción, ya que se puede aprovechar el producto para hacer leña o para madera de construcción.
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Según estimaciones de los bomberos de la Generalitat de Catalunya, el coste de la extinción se sitúa en torno a los 19.000 euros por hectárea, mientras que la prevención cuesta unos 2.000 por hectárea. No es que sea diez veces más barato prevenir que apagar, dice Resco, porque para prevenir hay que tratar un área mucho más extensa, de manera que si el año pasado se quemaron casi 310.000 hectáreas, “se deberían tratar de forma preventiva un millón de hectáreas”.
En cualquier caso, concluye, si no se bordan las causas de los incendios forestales, el problema se agravará en el futuro, si bien también reconoce que en los últimos años la concienciación ha aumentado y hay menos incendios intencionados y menos negligencias.
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