Benita Navacerrada tiene 92 años y si hay algo que nunca ha perdido es la esperanza de encontrar los restos de su padre, Facundo, que fue asesinado en 1939 por las tropas franquistas en Colmenar Viejo. Después de 84 años confía en que los trabajos de exhumación que dieron comienzo la semana pasada en el cementerio de ese municipio madrileño sirvan para darle un poco de paz después de toda una vida marcada por la represión de la dictadura, de las humillaciones que su familia tuvo que soportar.
Esta es una de las pocas exhumaciones que se han llevado a cabo en la Comunidad de Madrid. Se trata de la segunda fase de las excavaciones que pretenden dar continuidad al proceso de búsqueda, exhumación e identificación que comenzó en agosto del año pasado, un proyecto impulsado por la Asociación Comisión de la Verdad de San Sebastián de los Reyes, la Sociedad de Ciencias Aranzadi y subvencionado por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática. En esa primera fase se hallaron los cuerpos de 12 víctimas del franquismo, y ahora el objetivo es encontrar los restos de unas 70 personas que al acabar la guerra, entre abril y noviembre de 1939, fueron sentenciadas a muerte por el tribunal militar de la plaza de Colmenar Viejo.
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Facundo Navacerrada, fundador de UGT en San Sebastián de los Reyes y presidente de la colectividad campesina Pablo Iglesias, era una de esas víctimas. De los ocho hijos que tuvo —tres murieron de hambre―, Benita era la más pequeña y es la única que sigue viva. Aunque la familia sabía que “habían tirado sus restos a una fosa”, no fue hasta hace unos años que supieron dónde exactamente.
Aunque Benita mantiene la esperanza de encontrarle, también es consciente de que es una tarea difícil porque su padre, a diferencia de la mayoría de víctimas en estos casos, no fue fusilado, sino que “le quemaron vivo”, o eso es al menos lo que siempre contaron en el pueblo. “Mi padre tuvo una muerte muy cruel y no sé en qué condiciones quedarían sus restos, pero yo digo que algo habrá”, cuenta Benita a Infobae España.
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Una infancia de hambre y humillaciones
Facundo fue asesinado el 24 de mayo de 1939, después de acudir al Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes al enterarse de que su mujer había sido detenida. Pensó que no le iba a ocurrir nada, pero también le detuvieron y al cabo de unos días le mataron. Sus cinco hijos, que entonces tenían entre 16 y 7 años, se criaron “solos como pudieron” hasta que tiempo después la madre pudo volver con ellos tras estar exiliada.
Benita solo guarda la imagen de su padre aseándose en el calabozo cuando le detuvieron, pero se acuerda perfectamente de la infancia “durísima” que le tocó vivir junto a sus hermanos, una infancia de “hambre y miseria, calamidades e insultos”. “Hubo muchas humillaciones. Cuando salía al recreo había niñas que no querían jugar conmigo y me decían que era hija de rojos. Yo no ni siquiera sabía qué era eso”.
“Poder oír hablar bien de él”
Al menos ahora, asegura, el silencio para las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo ha terminado y la búsqueda de los restos de sus seres queridos se han convertido en un auténtico “bálsamo”. “Me gustaría recuperar algo de mi padre, pero para mí ha significado mucho haber oído hablar bien de él y ver su nombre escrito en un mural después de tantos años de silencio”, dice Benita, quien recuerda también que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños, le entregaron en octubre pasado un diploma junto a otros familiares de víctimas del franquismo.
Del total de las 108 víctimas que en 1939 fueron sentenciadas a muerte en Colmenar Viejo, 44 vecinos eran de ese municipio, 25 de San Sebastián de los Reyes, 16 de Fuencarral, 11 de Hortaleza, 5 de Moralzarzal, 3 de Chozas de la Sierra (Soto del Real), 2 de Manzanares el Real, uno de Miraflores de la Sierra y otro vecino más de El Molar.
“La herida lleva 84 años sin cerrar”, recuerda Gema López Navacerrada, hija de Benita, que reclama el derecho de poder enterrar a las víctimas dignamente: “Si la gente viera todo que tienen que ver los antropólogos forenses cada día en las fosas comunes, nadie hablaría de reabrir viejas heridas de una Guerra Civil. Yo solo quiero que mi madre pueda morir feliz, porque todos tenemos derecho a enterrar a nuestros muertos donde queramos”.
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