José Ignacio Valenzuela (Santiago de Chile, 1972), de alias Chascas, le tiene pánico a la perfección. “Soy lo más imperfecto del mundo”, indica a Infobae España. Por eso, admite, tiene el deber de revertir todo lo que el término atesora en su acepción a través de historias y novelas que esconden el caos en grietas pequeñas.
El autor chileno pisa España para presentar Cuando nadie te ve, una novela que baila entre el “melodrama” y el “thriller clásico”, y que apunta a la cima del éxito que ya cosechó con ¿Quién mató a Sara?, cuya adaptación consiguió ser la ficción de habla no inglesa más vista en Netflix.
Apasionado de las telenovelas y de las mujeres, pues “nací y crecí en un matriarcado”, Valenzuela estuvo cinco años dándole forma a la historia que protagoniza Beatriz, una mujer que esconde un entramado de personalidades que comienzan a desvelarse tras la muerte de su marido en el idílico, pero misterioso, pueblo de Pinomar.
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¿Qué te inspira para escribir Cuando nadie te ve? ¿Cuál es el punto de partida del relato?
No creo en la inspiración. Sé que existe, pero soy yo el que se lanza a cazarla. Me interesa contar historias donde nada es lo que parece y uno de los lugares desde los que se pueden contar es en escenarios aparentemente perfectos. Un falso matrimonio donde no hay una manchita, donde no hay un vasito fuera de lugar. Me fascinan esas parejas que dicen que nunca discuten o pelean, seguro que luego esconden tres cabezas en el refrigerador. ¿Qué pasaría si, esta obsesión y este miedo mío a la perfección, lo extrapolo a una pequeña sociedad, a un pequeño micromundo?
Hablas de tu miedo a la perfección, que es una palabra que parece vertebrar las sociedades actuales.
Tengo un desarrollo como escritor audiovisual en un mundo donde la imagen es muy importante. Si hay un defecto se maquilla, se cambia, se esconde. Si la pared tiene una mancha, se tapa con una planta, se tapa con un cuadro. Tengo que lidiar con eso, que es algo que a mí me perturba mucho. Pero, por otro lado, me gusta desarmarlo. Es como una pequeña revancha, porque soy lo más imperfecto del mundo.
Muestras una clara predilección por esa imperfección a la hora de escribir a tus personajes femeninos.
Tengo una obsesión por las mujeres. Me fascinan a pesar de que soy gay. Tal vez tiene que ver con el hecho de que yo nací y crecí en un matriarcado. Mis abuelas, mi mamá, mis hermanas, mis tías… son tótems. Son mucho más que un pariente. Son hitos en mi vida. Son las responsables de lo que yo soy. Por lo tanto, crecí con una mirada muy feminista, muy femenina, con la que me siento muy cómodo. Escribo personajes femeninos muy poderosos porque siento que las mujeres no tienen el protagonismo que debieran tener en la vida. Por eso fui muy feliz cuando en Chile hubo una presidenta mujer. Hablando ya en términos literarios, las mujeres son mucho más ricas que los hombres como personajes. Los hombres somos absolutamente aburridos, básicos. Vemos tres colores y no tenemos muchas capas. Las mujeres tienen maneras distintas de ver el mundo.
“Escribo personajes femeninos muy poderosos porque siento que las mujeres no tienen el protagonismo que debieran tener en la vida”
¿El éxito que tienen en plataformas las adaptaciones literarias os lleva a escribir obras o historias que puedan venderse directamente a éstas o a la televisión?
Soy lo suficientemente viejo, porque llevo años haciendo esto, como para haber visto una evolución. En un momento dado, la televisión era el enemigo de los libros. Entonces tú tenías que definirte: o soy lector, o soy espectador. Yo encontraba que era una decisión arbitraria, porque puedo ser un gran lector y que me fascine Agatha Christie y Madame Bovary, y al mismo tiempo gozarme una buena telenovela, una buena serie o una buena película. Ahora, esa frontera es muchísimo más imprecisa. Hoy en día, los grandes autores escriben para la pantalla. De hecho, las grandes plataformas tienen departamentos especiales para monitorizar qué se está publicando y qué está por publicar. Lo que los creadores estamos haciendo es contenido. Me lo imagino como una pelotita de gelatina, como una bola amorfa. Cuando nadie te ve es un contenido.
¿Cómo lidias con el éxito de ¿Quién mató a Sara? Fue un número uno global en Netflix.
Yo estaba en mi casa, en pijama, escribiendo, cuando salió al aire. Estábamos en pandemia, así que no tuve ni siquiera la posibilidad de celebrarlo. Me llamó mi jefe y me dijo: ‘Te vas a caer de culo. Estamos número uno, somos la serie más vista en el mundo’. Yo sólo podía pensar en que tenía que entregar el script de un capítulo el viernes. Agradezco haber estado trabajando en una nueva serie porque no me permitió pensar en tonterías o que se me subieran los humos. Lo que si cambió después de Quién mató a Sara es la atención de la industria por mi trabajo.
“Hoy en día, los grandes autores escriben para la pantalla. De hecho, las grandes plataformas tienen departamentos especiales para monitorizar qué se está publicando”
En España y Latinoamérica siempre hemos consumido telenovelas, pero parece que otros mercados audiovisuales, sobre todo Estados Unidos, están comenzando a abrazar el género.
Yo he tenido el privilegio de estar en primera fila viendo este cambio. En Latinoamérica y en España somos muy melodramáticos. Nos encanta. Vivimos así. Todo es blanco o negro. Pasó que, de pronto, Estados Unidos, el resto de Europa y Asia empezaron a ver esto que nosotros llevamos consumiendo y haciendo desde hace 70 años y para ellos ha sido como descubrir el Santo Grial. Tú ves la serie gringa del momento y son telenovelas. Eso ha permitido que escritores como yo hayamos podido hacer el crossover, porque los de allá no sabían cómo escribirlas. Entonces fuimos nosotros, digamos, los que llegamos como asesores, como consultores.
No sólo ha ocurrido con las telenovelas, también ha habido mayor inclusión de actores latinos en industrias como la de Hollywood y en roles que, históricamente, interpretaban otro tipo de perfiles.
Hoy, en Estados Unidos, de un total de diez personas, cinco son latinos. Y de esos diez, estadísticamente, dos son homosexuales y uno es no binario. El arte ha sido una suerte de espejo de la sociedad. Era muy absurdo que, de pronto, en una película que pasaba en Nueva York, todos fueran blancos y rubios. Si tú quieres contar el mundo, te tienes que hacer cargo de la diversidad.
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