Este es un cuento de viejas, de burros y de cabras. De una vieja pelleja que sacaba sal de higuera de una laguna seca y que hablaba con su cabra que se llamaba Eulalia. La vieja se llama Rosario y está interpretada por el veterano actor Saturnino García, convertido en una mujer de pueblo que vive por y para su trabajo diario en el campo. Ambas, Eulalia y Rosario, entablarán una serie de conversaciones en Tierra de nuestras madres, la ópera prima en el largometraje de la también intérprete Liz Lobato, originaria de Villacañas, un pueblo de Toledo, en Castilla La Mancha, donde transcurre la acción.
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“Yo siempre he trabajado en el mundo rural, empecé a hacer cortometrajes en 2005 en mi pueblo, con mi gente, y ahí he seguido”, cuenta la directora a Infobae España. “Entonces, me interesé en leer sobre la compra de tierras de grandes corporaciones en las que se echaba a municipios enteros para especular a su antojo”. De ahí parte la idea original, pero el imaginario de Lobato es mucho más rico y complejo que eso. Y desde luego, de lo más imaginativo.
Una cabra como narradora, y un hombre como señora
En principio, la narradora es una cabra (con la voz de la propia madre de la directora), que nos cuenta cómo su padre fue un militar ausente y su madre la abandonó para ser equilibrista, hasta que Rosario (Saturnino) la ayudó a desarrollar su verdadera pasión, la escritura.
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Desde este momento, el surrealismo castizo y el realismo berlanguiano se funden y se confunden en una película en la que no existen códigos predeterminados, porque es imposible predefinir absolutamente nada de lo que va a ocurrir (y ahí está la gracia), sobre todo desde el momento en el que vemos a Saturnino García convertido en Rosario, una mujer de pueblo que lucha por defender sus raíces y su identidad, aunque sea mezclando la sal con barbitúricos y haciendo más feliz a la gente de su entorno, como si fuera un trasunto, sí, de Breaking Bad.
Saturnino García se hizo un hueco en la cultura cinéfila de nuestro país después de protagonizar Justino, un asesino de la tercera edad, de los hermanos Ibarretxe, papel por el que consiguió el Goya al mejor actor revelación con casi 60 años. En Tierra de nuestra madres cuenta ya con 88 años y, aunque no ha dejado de actuar, hacía tiempo que no le veíamos en un papel protagonista. “He ido ‘piano, piano’, poco a poco”, comenta el actor.
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El caso es que es de los pocos intérpretes profesionales que aparecen en la película, porque la directora contó con la propia gente del pueblo a modo de proyecto experimental y colaborativo. Eso le otorga una esencia de verdad muy pura en la que se integran los vocablos de la zona y la sabiduría popular.
Pero lo mejor viene ahora. Como se nos indica desde el principio, esto es ‘una historia de chinos’, precisamente porque será una empresa asiática la que intentará hacerse con el control, de forma silenciosa, de esos recursos que le ofrece ese lugar ignoto en el que poder experimentar con la agricultura industrial. ¿Y qué hará Rosario y su cabra? Rebelarse contra el sistema. No permitir que los poderosos se salgan con la suya al grito de “el pueblo unido, jamás será vencido”.
Tierra de nuestras madres se erige así como una emocionante pieza que homenajea al mundo rural y a sus gentes, pero sobre todo a las mujeres que se parten el lomo por sacar adelante con su esfuerzo la infraestructura social. Como dice el propio Saturnino García, hay más poesía en una cabra que en cualquier urbe que intente hacerse la cosmopolita, al menos hay más vida, más verdad y más empatía.
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