“No come, no duerme, lo único que hace es drogarse”, porque en el año 2001 en Sarpsborg (Noruega) sólo había dos opciones para los adolescentes emergentes: el deporte o la delincuencia. En esa simple ecuación entre el bien y el mal entraba en escena el éxtasis provocado por un consumo ordinario y rutinario de estupefacientes.
Kids in crime, la serie noruega que ha estrenado Filmin este martes, narra las vivencias de un grupo de jóvenes que terminan involucrados en el mundo de las drogas. No sólo consumiéndolas, también vendiéndolas. Con un total de ocho episodios de veinte minutos de duración, la ficción narra las vivencias del propio director, Kenneth Karlstad, que se inspira en sus pasajes y recuerdos adolescentes para conformar una de las series más macarras de los últimos años.
“Es una serie hecha por y para niñatos, pero no importa en qué año naciste para poder disfrutarla. A las señoras del club de costura de mi madre les ha encantado la serie, así que me parece que llegamos a una audiencia bastante amplia”, comenta el propio Karlstad.
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Kids in crime es un viaje visceral por los sentimientos catárticos de la adolescencia. Es techno mezclado con la violencia prematura que brota al descubrir que, efectivamente, la vida no es lo que esperábamos de ella. Es humor negro mezclado con amor. Es inmadurez y diversión. Es una mezcla radical entre Trainspotting, Skins y un capítulo de Gandía Shore.
En la ficción noruega, Tommy (Kristian Repshus) ve cómo un accidente rompe su sueño de convertirse en futbolista profesional. Entre pósters y camisetas de David Beckham, su ídolo, encontrará los resquicios de una ilusión que no perdura y de una vida que ya no podrá acometer. Con 17 años se encuentra perdido, enfadado y capaz de empezar una pelea con una de sus muletas cuando alguien del instituto ose insultarle.
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Y como bien dice el protagonista de la ficción, a principios de los 2000 en dicha localidad noruega sólo había dos opciones: ser un atleta o un drogadicto. Como la primera se esfumó, sólo le quedó probar con la segunda opción. A ritmo de música de rave.
De la mano de Pål Pot (Martin Øvrevik), un amigo de la infancia con el que reconecta para dar rienda suelta a la violencia que encarna en su faceta de sad boy adolescente, entra en contacto con Freddy Hælvette (Jakob Oftebro), el traficante por antonomasia capaz de llenar Sarpsborg de flunitrazepam (Rohypnol, conocida comúnmente como “la droga del violador” por su capacidad somnífera e hipnótica). A la ecuación se une Mónica (Lea Myren), una gitana con una complicada infancia, novia de Hælvette y ligue de Pot.
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Celos, amor, amistad y locura: Kids in crime tiene todos los ingredientes para contentar a la generación que compra en Humana y que desiste de darle un sentido notorio a la coyuntura actual. Tiene hardcore, tiene mala leche, tiene outfits que copan los algoritmos de TikTok e Instagram y, sobre todo, tiene una dosis de realidad que atrapa a aquellos que quedaron (y quedan) prendados de las vicisitudes de una juventud rendida a una época en la que todo era posible.
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