Tenía 27 años cuando se convirtió en la nueva promesa del cine de terror gracias a Saw, una de esas películas llamadas a marcar una época por su capacidad para sacar el máximo partido a unos pocos elementos y dotarlos de una imaginería propia en la que latía la brutalidad y la violencia.
Los años noventa habían sido un tanto descafeinados para el género y el nuevo milenio prometía unas mayores dosis de sanguinolencia y explicitud gracias a una nueva hornada de directores que de alguna manera recuperaban el espíritu revulsivo de la década de los noventa, repleto de suciedad y aspereza. Entre esa nómina de autores estaban Eli Roth (que había debutado con Cabin Fever y poco después haría Hostel), Lucky McKee (May), Neil Marshall (The Descent), Marcus Nispel (y su remake de La matanza de Texas), Alexandre Aja (Alta tensión) o Rob Zombie (La casa de los mil cadáveres).
Momento clave para el horror
Todas estas películas pertenecen a ese momento de ebullición y casi todas tenían una serie de coordenadas: pequeños presupuestos, recuperación de los postulados de la serie B, inventiva visual y alta predilección por la casquería. Wan inició sus pasos integrándose a la perfección en este grupo, pero pronto demostró que sus intereses eran más amplios. Su siguiente película, El silencio desde el mal, era de estirpe profundamente clásica, casi nostálgica a la hora de emular los ambientes lúgubres y los personajes atormentados de la factoría Hammer y la Universal a través de un estilo que le confería una extraña voluntad de reescritura posmoderna. Después llegaría el thriller de venganza Sentencia de muerte, que fue una especie de puente hasta llegar a la película que lo cambiaría todo: Insidious.
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Qué tenía de particular ‘Insidious’
En principio parecía una reformulación de clásicos pretéritos, como Poltergeist o precursoras como The Haunting, de Robert Wise o Carnival of Souls, pasando por las diferentes versiones de Terror en Amitville hasta desembocar en el universo truculento de Clive Barker.
Sin embargo, como buen prestidigitador que es, James Wan se guardaba un as en la manga, y lo que tenía en mente no era una sola reabsorción de códigos ni una simple imitación: estaba generando una marca de identificación propia en la que pudiera desplegar su universo creativo y reflexionar, al mismo tiempo, en torno a los códigos del horror.
Insidious gira en torno a la familia Lambert. Él, Josh (Patrick Wilson) acaba de aceptar un nuevo puesto como profesor mientras que ella, Renai (Rose Byrne) se ocupa arreglar la nueva casa, cuidar de sus tres hijos y componer música. Pero desde el principio, el pequeño Dalton (Ty Simpkins) se verá acosado por fuerzas oscuras sobrenaturales hasta el punto de entrar en coma sin explicación aparente.
Empezarán las visiones por parte de toda la familia y entonces será cuando ocurra algo que cambie toda la perspectiva. Por una vez, se irán de esa casa, huirán a un nueva hogar y... la cosa no solo no cambiará, sino que empeorará. Los fantasmas se han ido con ellos. Será entonces cuando se pongan en contacto con una experta en parapsicología, Elise (Lyn Shaye) y se destapen oscuros secretos del pasado, además de abrir la puerta a un mundo sobrenatural tan palpable como terrorífico.
Cuando James Wan encontró su estilo
Wan consiguió envolver a la película de una poderosa personalidad, demostrando su capacidad para manejar las herramientas cinematográficas a través de la modulación atmosférica y una exquisita orquestación de la puesta en escena.
En la primera parte, Wan despliega un refinado mecanismo formal, clásico y armonioso, con movimientos de cámara elegantes que determinan sutilmente una progresiva tensión atmosférica que va desarrollándose hasta explotar en una serie de secuencias en las que termina por desatarse el horror, con sustos sí, pero perfectamente situados en la trama y sin sensación de artificio ni efectismo vacuo.
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El resquebrajamiento paulatino de una familia a partir de los misterios acontecimientos que comienzan a tener lugar a su alrededor, se encuentra en un primer momento narrado desde la mirada aterrada de la madre. Sin embargo, a medida que nos adentramos en la segunda capa de la película, ésta deja de tener protagonismo hasta prácticamente quedar diluida, convirtiéndose el padre, que hasta ese momento había permanecido desplazado, en el auténtico núcleo de la trama. Al mismo tiempo que esto ocurre, el director comienza a abandonar el orden estructural con el que había comenzado el relato para insertarse en los dominios de lo irracional, de la abstracción pura, como si poco a poco, el terreno de lo fantástico fuera cobrando protagonismo hasta llegar a un determinado punto en el que termina por ganar la partida.
Nos adentramos entonces en un submundo en el que prima la confusión, en el que los fantasmas que antes aparecían como sombras adquieren contornos e intenciones precisas hasta insertarse dentro de un espectáculo de feria en el que la fuerza expresiva del grand guinyol, en el que el espectáculo lúdico gana la partida a la razón.
Insidious también fue la verdadera punta de lanza de la factoría Blumhouse, que ya había empezado a dar sus pasos con Paranormal Activity pero que, a partir de ese momento, se establecería como una marca de fábrica dispuesta a renovar los cimientos de terror contemporáneo.
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