El Gran Premio de Hungría es uno de los que más momentos memorables ha dejado a Fernando Alonso a lo largo de su trayectoria en la Fórmula 1. Sin duda, el mejor de todos ellos es el de su primera victoria en el Mundial, que data de 2003. No obstante, el bicampeón del mundo español también ha vivido jornadas para olvidar en el trazado de Hungaroring. La más aciaga de todas sucedió en 2007, cuando la tensión con Lewis Hamilton en McLaren se podía cortar con un cuchillo. Sin embargo, no se queda atrás la de 2006, en la que todo estaba preparado, por increíble que llegase a parecer en la previa, para una gesta del asturiano... hasta que la mala suerte se cebó con él.
En nuestros días, Alonso llega a este fin de semana con la esperanza de confirmar que su Aston Martin puede volver al podio e incluso disputar la victoria en un circuito mejor adaptado a las condiciones de su monoplaza. Es lo que hizo con Renault hace 17 años en tierras húngaras, cuando ya había ganado un campeonato del mundo con la escudería francesa e iba directo a por el segundo.
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La madre de todas las tuercas
En plena lucha por el título con Michael Schumacher, Alonso comenzó aquel GP de Hungría con la peor noticia posible: una sanción que le llevó a salir decimoquinto el domingo. Esta se gestó durante los entrenamientos libres del evento, en los que Robert Doornbos llevó al desquicio al de Oviedo. Tenerle delante en una vuelta rápida le hizo perder tiempo, así que un Magic enfurecido tomó nota y, al superarlo en la recta principal, le cerró el paso a la derecha, llevando al neerlandés a girar para que no se chocasen. Además, frenó en exceso en la primera curva de forma deliberada, a modo de venganza.
La FIA calificó las maniobras de Alonso de “innecesarias, inaceptables y peligrosas” y no tardó en tomar cartas en el asunto, añadiendo dos segundos de penalización a cada uno de los tiempos del vigente campeón en cada tanda de la clasificación. No sólo por lo ocurrido en los libres, sino también por hacer caso omiso de una bandera amarilla. Así pues, Alonso no tuvo más remedio que partir desde la parte trasera de la parrilla: le quedó el consuelo de que Schumacher, 12º, tampoco clasificó muy allá.
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Poco importó salir tan retrasado. La lluvia hizo acto de presencia en la carrera, y es bien sabido lo que eso significa en el caso de Alonso: espectáculo. Al final de la primera vuelta, marchaba sexto. En la decimosexta, ya lideraba la prueba. Nadie podía con aquel inolvidable coche azul, cuyo ocupante estaba protagonizando una de las mayores y mejores exhibiciones de pilotaje de su vida. El dominio era tan abrumador que incluso llegó a doblar al Ferrari de su máximo rival.
Pero la mala fortuna hizo acto de presencia tras la segunda parada en boxes de Alonso. Fue entonces cuando la tuerca más famosa del deporte español apareció en escena: los mecánicos de Renault no ajustaron bien este elemento en uno de los neumáticos del bólido y el ovetense no tuvo más remedio que parar en la escapatoria, echar todos los juramentos que se le pasaron por la cabeza y abandonar.
La buena noticia fue que Schumacher apenas recortó un punto a Alonso en la lucha por el Mundial, ya que terminó octavo. El final del curso no podría ser más feliz, puesto que llegó el segundo título mundial para el español. Eso sí, en ese momento exacto de la temporada la tuerca de la discordia y el fallo de Renault acapararon la conversación. “Fue divertido hasta que la tuerca falló y abandonamos ese Gran Premio; si no, seguramente habría sido una victoria recordada, como en el pasado algunos mitos ganaron en lluvia cuando no se esperaba. Faltó esa pequeña guinda a ese domingo”, llegó a reconocer el hoy piloto más veterano de la F1 en el décimo aniversario del percance.
Como Alonso volvió a proclamarse campeón apenas dos meses después de lo sucedido, el momento resulta más anecdótico que otra cosa en la actualidad. Nada que ver con el revuelo generado en su día con el asunto: la sujeción de los neumáticos del coche nunca había suscitado tal preocupación como a raíz de este episodio memorable en el Gran Circo. Todo sucedió en Hungría.
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