Hasta hace unas semanas, la calle de la Condesa de Venadito era un lugar de paso más en el madrileño barrio de Ciudad Lineal. Sus portales se entremezclan con negocios locales, hay floristerías y academias escolares y un colegio en la vía paralela. El espacio era transitado por madres y padres que acudían a recoger a los niños, vecinos que atajaban con las bolsas de la compra o trabajadores camino al metro. Ahora es un parking desierto sin acceso al público y los negocios de la calle tienen pavor, auguran la ruina económica, temen que sus lugares de trabajo, allí donde invirtieron todos sus ahorros, caigan en el olvido vecinal y su consiguiente quiebra.
“Si me lo llegan a advertir, no me meto aquí”, se lamenta Mar, de 51 años. Esta mujer regenta desde 2019 un estudio de yoga en el número 20 de la calle, ahora tapiada por puertas enormes que recuerdan a las de una fortaleza. La empresa Testa —filial de Blackstone en España— es propietaria de casi la totalidad de los cuatro portales (del 18 al 24) y ha optado por dar sensación de lujo al vecindario. Para ello, lo ha blindado con puertas en cada extremo de la calle por donde ya solo pueden entrar los inquilinos de estos pisos, una medida que ha convertido los edificios en una urbanización pero que deja vendidos a los negocios del interior, que han visto reducida su visibilidad de forma total e incluso sufren importantes trabas para que sus clientes accedan a sus locales.
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El centro, llamado Satnam, es el negocio donde Mar invirtió sus ahorros y el finiquito que recibió de su anterior despido. Decidió montar un estudio de yoga para toda clase de personas, aunque también atienden menores con diversidades especiales, sobre todo casos de autismo. Ella y su socio Lalo firmaron un contrato de 20 años de duración con Testa, propietaria del inmueble, y luego pidieron préstamos para aclimatar el local. Ver cómo se marchita el negocio donde invirtieron los ahorros de toda una vida es el motivo de sus desvelos y las protestas por esas puertas que impiden el acceso a los vecinos.
Blackstone, en el foco de la responsabilidad
“Desde la primera puerta que hicieron, que fue la del parking, se notó la perdida de clientes”, relata la profesora de yoga, que percibe como un goteo la reducción de afluencia al negocio que tanto ha costado levantar. El alquiler es de unos 1.100 euros, que sumado a la hipoteca y los salarios, engrosan los gastos mensuales. A dos puertas de allí, una floristería perece después de haber sido fuente de ingresos de una familia durante más de dos décadas, negocio que ha sido transferido de padres a hijos.
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Durante la pandemia, Testa hizo una importante reforma de las viviendas y los contratos que finalizaban sufrían subidas “de hasta 400 euros”, asegura Mar, una medida que responde a la forma de actuar de Blackstone por toda España, decisiones que hacen temer el aumento de desahucios. Hubo una espantada en el vecindario que también sacudió al negocio, ya que los inquilinos siempre han sido una fuente importante de clientes. “Durante los meses de obras ya costó hacer prosperar el negocio, nos llenaban la acera de escombros, había ruido, suciedad... Además, arrancamos en 2019 y a los diez meses llegó la pandemia. Era ahora cuando empezábamos a salir a flote, hasta que han instalado las puertas y el muro”, dice la profesora, que tilda la reforma de “innecesaria”.
Las escasas soluciones que ofrece Testa
Hasta la fecha, la propiedad se ha mostrado implacable y no ha dado opción a negociar. Tanto, que siquiera responden las llamadas telefónicas de Mar y Lalo. “Suerte para que te lo cojan”, bromea la mujer, que asegura que solo responden “al quinto burofax”. Infobae España ha intentado contactar con Testa, pero tampoco ha logrado hablar con nadie.
Uno de los grandes problemas para los negocios, además de la drástica invisibilización que han sufrido en el barrio, es el acceso a los clientes. La floristería, por ejemplo, tendría que tener un telefonillo para que los clientes accedan, pero eso conlleva que la gente sepa que está ahí, el bloqueo de la acera hace prácticamente imposible conseguir nuevos clientes.
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El telefonillo, por ejemplo, es un impedimento dentro del local de yoga: “No podemos estar abriendo todo el rato, estamos en mitad de clases y no podemos interrumpirlas para eso. Un telefonillo en clase de yoga no puede tener sonido aquí, hemos pedido uno de luz, pero no nos responden, así que tendríamos que pagarlo nosotros”, asegura Mar, que además trata a menores con autismo y necesitan un espacio seguro, tranquilo y sin estímulos para lograr que conecten con sus propios cuerpos.
Los negocios han pedido dejar abiertos los portones en horario comercial, pero ni la propiedad ni algunos de los vecinos están a favor y alegan problemas de seguridad. Ciudad Lineal es uno de los barrios con mejor nivel de renta per cápita de la Comunidad de Madrid, según un estudio del propio Ayuntamiento de la ciudad.
“No tenemos ahorros, mi paro y todo ha ido para esto. Si me cuentas lo que iba a pasar, no me meto en esto en la vida”, dice Mar al otro lado del escritorio. Justo después, un cliente llega para hacer un pago. Es la segunda persona que aparece en toda la mañana.
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