Las dos Españas de Antonio Machado, el duelo a garrotazos de Francisco Goya, el Real Madrid y el Barça. Las referencias son manidas, pero no caducan. Los españoles se perciben en dos bandos, en grupos diferenciados e irreconciliables. Quedan ocho días para las elecciones generales del 23-J y dos espacios, PP y Vox por un lado y PSOE y Sumar por otro son los únicos caminos.
¿Es eso cierto? ¿España se divide en dos bloques inamovibles? ¿O es posible que exageremos? Los datos dicen que la polarización ha ido en aumento en los últimos años, pero también que es oscilante y hay patrones que se repiten. En este nuevo contexto, los líderes políticos cada vez cuidan más su imagen y los partidos ganar adeptos desde las identidades y las emociones y no desde las políticas.
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Mariano Torcal, autor de De votantes a hooligans, la polarización política en España (editorial Catarata), indaga en los orígenes y las conclusiones que han llevado a la radicalización de discursos en los últimos años, un fenómeno internacional pero que tiene lecturas propias para España. “Los mayores momentos de polarización son cuando el PSOE está en el gobierno y el PP en la oposición”, asegura Torcal a Infobae España. La derecha, a través de sus estrategias desligitamadoras de las instituciones, consigue elevar la crispación nacional hasta que retoma el poder. De hecho, según el estudio de Torcal, desde 1987, los momentos de menos polarización fueron tras las mayorías absolutas del Partido Popular en 2000 y 2011. Una vez retoman el poder, se rebaja la tensión.
Pero en realidad, no cambia tanto la mirada de la ciudadanía, sino el cómo percibimos al resto de partidos. En palabras de Torcal, “los niveles comparados de polarización política en España no son tan elevados”. Prueba de ello es que al contrastar el “extremismo ideológico”, el marcador que indica cambios en la mentalidad política de la ciudadanía, apenas se ha movido desde 1987 y siempre ha oscilado entre los mismos registros, entre 1,5 y 1,8.
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Cómo ven los españoles a los partidos que no votan
“Quien polariza, se vuelve esclavo de ese discurso —sostiene Torcal con relación a Vox—. Pocos entenderían que ciertos políticos asumieran posturas moderadas cuando has generado un caldo de cultivo de polarización y odio. Los partidos crispan para movilizar a su electorado, es porque se obtienen resultados inmediatos, pero acaban siendo prisioneros de sus propias estrategias de comunicación, y a la hora de hacer política se encuentran maniatados”.
De hecho, la crispación ha aumentado especialmente en la derecha, mientras que en otros espacios incluso se ha reducido. Para ello, basta con mirar cómo perciben los votantes de un partido al resto, y la prueba es al comparar 2019 y 2021, los partidos de derechas son los únicos que han aumentado sus diferencias con el resto.
Las “megaidentidades” construidas por los partidos
El aumento de la polarización se genera por la construcción de identidades en torno a los partidos. Cuando estos se convierten en espacios identitarios, sus propuestas políticas quedan en segundo plano y “convierte a los votantes en meros hooligans”, asegura Torcal, que define este espacio como “megaidentidades partidistas”.
Esta idea la resume Guillermo Zapata con Isabel Díaz Ayuso de ejemplo, que “no quiere votantes, quiere fans”. “La polarización tiene dos ejes. Abajo/Arriba e Izquierda/Derecha. En el eje Abajo/Arriba la polarización está operando como desafección. En el eje Izquierda/Derecha opera pasando de la representación tradicional, que sería una forma de delegación en el otro, de que te represente alguien para que tú te dediques a otra cosa, a una lógica de fans, de adhesión, que necesita que estés 24/7 amplificando el mensaje y que tu identidad se defina en con relación a esa condición fan”, explica el escritor a Infobae España.
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Zira Box, profesora de la Universitat de València y colaboradora en el ensayo Vox frente a la historia (editorial Akal), profundiza en la megaidentidad de Vox, de las más destacadas y eficaces: “Uno de los rasgos importantes de la nueva derecha radical es el ultranacionalismo, una patrimonialización de la idea de España. Si esto además lo relacionas con una mirada épica de la política, entiendes que la nación está rodeada de enemigos. De este modo, ser de Vox es defender tu propia identidad”, asegura la socióloga, que tilda esta estrategia como “muy peligrosa para la pluralidad”, ya que “cuanto más identitaria se entiende la política, más amenazas contra ella se van a ver”, cuando en realidad las “identidades son elásticas, deben renegociarse y están en evolución”.
El consenso del 78, clave para la polarización
En conclusión, la ruptura del bipartidismo precipitó la crecida de la polarización y la crispación, pero con Vox ha llegado a nuevos niveles: “Ha contribuido más la llegada de Vox, pero había un caldo de cultivo importante con la llegada de Podemos. Hay un ciclo pernicioso de la polarización, que es cuando los partidos de los extremos se llevan votos, los partidos tradicionales empiezan a jugar a esa misma estrategia y se retroalimentan”, analiza Torcal sobre esta nueva etapa.
Sin embargo, esa crispación alimentada por la irrupción de Podemos disminuyó y el propio partido colaboró para ello, algo que con Vox no ha ocurrido, asegura el politólogo: “Vox se radicaliza cada vez más, fundamentalmente porque la disputa en la derecha es puramente cultural y en Podemos se plantea la batalla de las políticas públicas. Pero el problema de muchas democracias, en España en concreto, es que cualquier revisión o apertura de nuevos temas que no engloben el consenso del 78 se entienden como intentos de polarizar, pero es que la sociedad del 78 no es la misma que la de ahora y los problemas son diferentes”, zanja Torcal.
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