En 2018, justo antes de la pandemia, una película por la que nadie apostaba demasiado se convirtió en un éxito en Netflix. Se llamaba Bird Box y en ella se narraba una historia de supervivencia de una mujer frente a presencias hostiles que generaban el caos y la muerte a su alrededor. Poco después, con el confinamiento y ante la amenaza de algo desconocido, su alcance cobró otra dimensión diferente y escalofriante. Ahora, de repente, todos éramos víctimas frente a una amenaza que se insertaba en nuestro interior y nos reconcomía por dentro.
Una metáfora oscura de nuestro tiempo
Bird Box (A ciegas), la original, estaba basada en el best seller de Josh Materman y consiguió reflejar, de alguna manera, nuestros terrores contemporáneos: si mirabas, morías, porque una especie de criatura te hacía ver tus traumas más profundos y eso te conducía irremediablemente al suicidio.
En la película dirigida por Susanne Bier, la protagonista encarnada por Sandra Bullock tenía que sobrevivir a un Apocalipsis en el que era necesario aprender a vivir con los ojos cerrados. ¿Una metáfora de nuestro tiempo? El caso es que si te atrevías a abrir los ojos, una fuerza profunda te obligaba a matarte. Así de claro.
Ahora se ha estrenado en Netflix una especie de continuación del universo Bird Box, en esta ocasión ambientado en Barcelona, dirigida por los hermanos Pastor y protagonizada por Mario Casas. En realidad, podríamos considerarla como una ampliación de la película de Sandra Bullock, pero también como un especie de continuación de de Los últimos días, película de los mismos responsables en la que la población de la ciudad Condal tenía que hacer frente a una epidemia.
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No nos engañemos, no existen demasiadas diferencias estilística entre una y otra obra, ya que las dos abrazan el fin del mundo y utilizan el escenario urbano, con todas sus posibilidades, para el transcurso de la acción. Pero hay una diferencia: en este caso se pretende dar respuestas al misterio. Y quizás, lo mejor hubiera sido dejar la incógnita como estaba, porque en estas circunstancia, la trama parece verse en la obligación de dotar a la epidemia de una serie de interpretaciones que terminan siendo de índole espiritual y religiosa. Y eso no mola nada. Así, todo aquel que no crea en esa visión reveladora de algo superior que le otorgan esas presencias invisibles, estará condenado a desaparecer. O, como se dice en la película, a que su alma sea purificada y desparezca de este mundo.
El nuevo episodio no aporta nada más que un capa de fanatismo al mundo que nos rodea, que resulta incómoda y cuestionable. ¿Para qué intentar explicar lo inexplicable cuando en la sugerencia se encuentra la mayor de las virtudes? Bird Box Barcelona se convierte en una amalgama confusa y mesiánica que nos conduce por el subsuelo del metro (con referencia explícita a Sion Sono y Suicide Club) hasta el Tividavo, desde las cloacas a las alturas para precipitarnos a los abismos de la insensatez. Menos mal que está Mario Casas para hacer soportable el trayecto.
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