Botellas de agua a tres euros, la prohibición de meter comida, un trayecto interminable para llegar al recinto, temperaturas récord y una incesante espera para regresar a casa cuando los conciertos terminan. Todo lo anterior es compensado por la música en directo, por poder ver al artista o grupo que ha marcado tu infancia o tu presente y por compartir experiencias con los amigos, pareja, familia o incluso con uno mismo.
Los festivales se han convertido en una parada cultural imprescindible para melómanos y ociosos, pero detrás del escenario se esconde un modelo de negocio cada vez más cuestionado. “En este país la administración está protegiendo constantemente al organizador y desentendiéndose de las quejas del consumidor”, indica a Infobae España el periodista Nando Cruz, autor de Macrofestivales: El agujero negro de la música (Editorial Península).
En su libro, Cruz ahonda en varias cuestiones relacionadas con este tipo de evento masivo: la más importante, cómo éstos han cambiado la forma de consumir música y, por ende, cómo le han restado protagonismo a los circuitos en recintos. “Los recursos con los que cuenta un festival bien posicionado en su comunidad autónoma son infinitamente superiores a los que pueda tener una sala de conciertos”, indica.
Con una amplia trayectoria escribiendo sobre música, el periodista analiza los entresijos y fórmulas de “un formato de ocio musical que hace 25 años ni siquiera existía” y que, actualmente, es el “eje alrededor del que pivota toda la industria”.
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¿Qué te lleva a querer investigar los entresijos empresariales y las implicaciones culturales y musicales de los macrofestivales?
Lo que quería era intentar explicar que hay muchas cosas en la sociedad que nos generan incomodidad: cómo funciona la banca, las farmacéuticas, o cómo las superficies comerciales están cambiando nuestros hábitos de consumo alimenticio. En cambio, parece que en la música y en la cultura no hay conflicto alguno, como que no hay nada malo, simplemente todo es placer. Los macrofestivales son, para mí, la máxima expresión del turbocapitalismo en la cultura. Pueden ser tan emotivos para nosotros como cualquier otro aspecto de la vida, pero consideraba que estaba bien tener una mirada crítica hacia ellos.
Últimamente, las palabras ‘caos’ y ‘desastre’ suelen asociarse a ellos. Basta con ver las experiencias de los asistentes al Primavera Sound Madrid o la última edición del Mad Cool.
Recuerdo que, cuando empezaron a montarse festivales, el primer FIB también fue un desastre, porque, que yo sepa, en España no hay una universidad en la que te puedas sacar una titulación para organizarlos. Durante los años 90, los que empezaban se fueron profesionalizando poco a poco, aprendiendo de los errores. Ahora parece que cualquier ciudad medio grande quiere tener su festival para parecer muy moderna, para atraer a mucho turista y para generar mucho gasto.
Aparecen promotores de debajo de las piedras, muchos de los cuales ni siquiera son aficionados a la música, sino que ven que aquí hay un posible pelotazo. Montar un festival es algo muy costoso y en estos últimos años estamos viendo cosas realmente desastrosas que sí que desembocan, digamos, en lo más bestia que te puedas imaginar, que es que muera una persona en un festival, que es algo que en España no habíamos tenido que ver hasta el año pasado.
“Parece que, ahora, cada ciudad medio grande quiere tener su festival para parecer muy moderna, para atraer a mucho turista y para generar mucho gasto”
Si no vas a un festival en el periodo estival, parece que te quedas fuera de la ruleta musical actual.
Se nos ha convencido durante años, y de manera muy insistente, con la idea que el festival de música es un sitio al que hay que ir y en el que hay que estar. Son un espacio central en el nuevo modelo de ocio que hace 25 años ni siquiera existía y el eje alrededor del que pivota toda la industria musical. Y la del turismo también.
¿Pueden los circuitos de conciertos en salas y recintos competir con el músculo de los festivales?
Se nos vende la teoría de que festivales y circuitos de salas pueden coexistir, que son aliados y que cada uno ocupa su lugar. Realmente es una competición muy desigual. Los recursos con los que cuenta un festival bien posicionado en su comunidad autónoma son infinitamente superiores a los que pueda tener la mejor sala de conciertos. El Bilbao BBK Live recibe prácticamente un millón y medio de euros de dinero público cada año. Con eso tienes recursos para fichar a las mejores bandas del planeta, arrebatárselas a otros festivales y por supuesto, a las salas de conciertos. Los grupos importantes del país y del resto del mundo van donde está el dinero, y el dinero actualmente están los festivales.
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“Los grupos importantes del país y del resto del mundo van donde está el dinero, y el dinero está en los festivales”
¿Consideras que la organización de los festivales escucha las quejas y peticiones de mejora del público? Al final se trata de que las personas que compran el abono estén cómodas, ¿no?
En este país la administración está protegiendo constantemente al organizador del festival y desentendiéndose de las quejas del consumidor. Cuando ponen multas son ridículas. En realidad son invitaciones a que el festival prosiga con esas prácticas. Si prohibiendo meter bocatas y meter bebida me garantizo unos ingresos de 80.000 euros, pero el ayuntamiento me pone una multa de 10.000 euros, el año que viene lo vuelvo a hacer porque me llevo 70.000 euros. Es una situación en la que el público está realmente indefenso.
“Se destina mucho esfuerzo a conseguir que el cartel sea lo más atractivo posible, pero no para garantizar que la gente disfrute del festival”
Se destina mucho esfuerzo a conseguir que el cartel sea lo más atractivo posible, pero no se hace el mismo esfuerzo para garantizar que la gente disfrute ese festival. Se ha generalizado la idea de “a ver, ya sabes a lo que vienes”. No, me estás cobrando un dinero, me tienes que tratar bien. En julio ha entrado en vigor la normativa según la cual todos los festivales de música tienen que ofrecer agua gratuita al público. Habrá que ver cuántos lo están cumpliendo.
Hace unas semanas, en el O Son do Camiño, algunos grupos como Ginebras se quejaban de que el público ponía “cara de culo” mientras tocaban en el escenario porque estaban esperando al concierto de otro artista. Lo achacaron, entre otras cosas, a la “diversidad” del cartel.
De entrada, me parece una indecencia culpar al público de su comportamiento, porque éste va a un sitio esperando lo que le han ofrecido. En los años 90 los festivales empezaban siendo pequeños y poco a poco iban creciendo. Ahora están apareciendo festivales que, ya en su primera edición, son descomunales. Esto lo puedes conseguir de dos maneras. Primero, con un montón de dinero público, como el O Son do Camiño, el BBK, el Mad Cool, o el Cala Mijas, todos subvencionados con millones de euros públicos. La otra manera de conseguir que vaya mucha gente es con un cabeza de cartel del copón. Lo que están haciendo es montar un macroconcierto con un artista muy potente y rellenar la jornada con grupos que no lo son tanto. Si pones a un artista súper famoso rodeado de bandas muy poco conocidas, aquello se te llena de fans del grupo estrella. Los grupos de antes están ahí de teloneros, básicamente rellenando espacios y activando el consumo de barras para que la gente beba cerveza. Pero esto no es culpa del público, este es el modelo de festival que has montado.
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