Carlos Alcaraz es el tenista número uno del mundo por partidos como el de este lunes en Wimbledon ante Matteo Berrettini. Cuando se encabeza la clasificación del deporte al que te dedicas profesionalmente, uno lo hace por talento, pero también por cabeza. Esta última es clave al competir a nivel profesional con una raqueta en la mano: por muy bien que juegues, no hay nada que hacer si no controlas los pequeños detalles. Esos que amenazaron con jugarle una mala pasada al español al inicio de la jornada, pero de los que supo recomponerse, con una sangre fría impropia de la juventud que todavía atesora. Sólo así se explica su remontada, ya sin fisuras, para darle la vuelta al encuentro y acceder a los cuartos de final del tercer Grand Slam del año por primera vez en su carrera (3-6, 6-3, 6-3, 6-3).
El reto que esperaba al murciano en la Pista Central del All England Tennis Club olía, de lejos, a una envergadura mayor a los tres sets. El pronóstico quedó confirmado al final de una primera manga igualada hasta el extremo, en la que Alcaraz lo hizo todo bien... hasta que la duda le asoló sin remedio. A pesar de que había aguantado las embestidas de Berrettini una y otra vez, negándose a que le rompiera el servicio, tuvo que hincar la rodilla en el séptimo juego. A la segunda oportunidad, el italiano logró el break para el 5-3 y se vio un set arriba prácticamente a continuación.
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Como si el destino le mandase una señal, un resbalón muy feo sobrevino al ganador parcial del duelo nada más arrancar el segundo set. Caída sin consecuencias en lo teórico, aunque puede que sí en lo práctico: a partir de entonces, empezó el resurgir de Alcaraz. Armándose de paciencia y esperando su momento para lanzarse a por el empate, el de El Palmar aguantó el chaparrón transalpino. Cuando mejor estaba jugando Berrettini, llegó la primera rotura de Carlitos. Un 3-1 que le permitiría, sin errar al saque, neutralizar el susto de su adversario minutos antes.
Alcaraz ya no vuelve a dudar
El que asustaba ahora era el último ganador de Queen’s, ya totalmente dispuesto a ser arrollador también sobre el pasto. El tercer set fue buena muestra de ello, con un rendimiento óptimo en todas las facetas del juego que requerían del mismo: saque, resto, sus ya características dejadas... El hambre de Alcaraz estaba desbordada, con un segundo juego del parcial especialmente insistente: hasta que no se puso 2-1 con break a su favor, seis oportunidades mediante, no paró.
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Como tampoco lo hizo a la hora de, sin pausa pero sin prisa, terminar el set. Ya en el cuarto y decisivo, ni siquiera le pesó la inactividad obligada, unos minutos, por el cierre del techo de la Central. Tras el parón de rigor, volvió, vio y venció sin apenas tacha. Ambos jugadores mantuvieron su servicio hasta que Alcaraz decidió que ya había tenido suficiente: break para el 5-3 y, después, cuesta abajo y sin frenos a por el triunfo. Cerrado con suspense, pero sólo el justo y necesario en cualquier buen final de partido tenístico que se precie.
El miércoles espera otro desafío de aúpa como el que se presume que supondrá Holger Rune. También victorioso en cuatro sets en octavos, en su caso contra Grigor Dimitrov. Con el añadido de que la perla danesa nunca había ganado un partido en Wimbledon hasta que no llegó esta edición. Duelo juvenil a más no poder en la Catedral del tenis, que aún contempla cómo la herejía de intentar romper con la tradición que Djokovic representa sigue viva.
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