Segundo día en Villaverde y las sorpresas se agolpan a la entrada del recinto en el que se celebra la sexta edición del Mad Cool. La Policía Nacional va en caballo y sus heces se esparcen por el camino a recorrer en el Polígono Marconi. El que lleve alguna que otra cerveza en su sistema pensará que se ha equivocado de ruta y que acaba de llegar al Puy du Fou.
En un lapsus cognitivo, un grupo de jóvenes y sus devotas madres -porque siempre son ellas-, acampan en la entrada a la espera del concierto de Harry Styles que se celebrará el próximo 14 de julio en el mismo lugar que ahora alberga el macrofestival. Siete días de calor, de sombrilla, de tumbona y de juegos de mesa. De comer bocadillos, san jacobos y de resoplar ante la incertidumbre de si tu hija saldrá satisfecha de un concierto de 120 minutos después de haber esperado unas 168 horas.
El sol quema casi más que en la jornada inaugural y el público parece haberse triplicado, pero eso no impide a uno de los asistentes, que espera sentado a que inicie el concierto de Sam Smith en uno de los escenarios principales, merendar unos fideos yakisoba cuando el termómetro marca los 33ºC. El artista británico está promocionando el lanzamiento de su último álbum, Gloria: un canto a la libertad, al amor propio y al (re)descubrimiento de uno mismo a través de la música. Un renacimiento que le ha permitido (re)definirse como no binario y olvidarse del qué dirán para abrazar su auténtica versión.
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Entre ganar un Premio Oscar y un Globo de Oro por The Writing’s On The Wall -la banda sonora de Spectre (2015), película del universo James Bond- y ser uno de los artistas británicos con mayor proyección internacional, Smith tuvo que frenar. Fue ahí cuando decidió apostar por un nuevo sonido y una estética más arriesgada. Cuando optó por ensalzar su cuerpo y no ceñirse a las melodías y a las letras impuestas por la industria musical. Eso sí, manteniendo la potencia de su angelical voz y su adoración por géneros como el soul, el jazz o el Gospel.
Sam Smith ha conseguido, en su espectáculo de casi hora y media en el festival madrileño, encapsular su viaje personal y artístico a través de sus canciones. Comienza con los temas con los que se dio a conocer -Stay With Me, I’m Not The Only One, Like I Can o Lay Me Down-, progresa hacia sonidos más etéreos como Dancing With A Stranger o How Do You Sleep? -una de sus favoritas, tal y como él mismo ha afirmado en el concierto- y culmina con el éxtasis de Unholy, que interpreta junto a Kim Petras -que apareció en la pantalla del Mad Cool, pero no en su escenario-.
“Qué calor hace, no sé si me voy a poner moreno o a quemarme”, ha dicho Smith a un entregado público que soportaba el último latigazo del sol y el imperante olor a sudor en la zona. El concierto va poco a poco entrando en materia y finaliza con sus bailarines besándose entre ellos, haciendo voguing y elaborando una perfomance erótico-sexual que no ha terminado de contentar a algún que otro asistente.
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En una época en la que los derechos y libertades del colectivo LGTBIQ+ se discuten y cuestionan, el espectáculo del británico en el Mad Cool es un grito de venganza artística, un tortazo a los detractores y a los ayuntamientos que alardean de catálogo cultural siempre que no moleste a las élites conservadoras.
Smith ha sufrido bullying viral -ese que nace en Twitter a raíz de un vídeo o una foto- por haber convertido su cuerpo en un elemento artístico más -y de haberlo hecho por la ruta de lo abiertamente queer-, pero en su concierto en el certamen musical madrileño demuestra que es ahora cuando todas las piezas del puzle encajan. Con capa, sin ella, con un abrigo rosa de tul o con unos cubrepezones de diamantes, Sam Smith se ha metido al público en el bolsillo con su voz, su mensaje y su catálogo de éxitos.
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