El Movimiento Español de Liberación Homosexual, la organización clandestina que retó a Franco y se rebeló contra la homofobia

Fundado en 1971, el grupo se propuso normalizar a los gays dentro de una dictadura que había legislado contra ellos

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Un hombre agita una bandera
Un hombre agita una bandera LGBTI durante la marcha del orgullo gay. (EFE/Luis Eduardo Noriega A./Archivo)

Durante los años sesenta y setenta, la lucha armada y los movimientos rebeldes antisistema tenían cierta legitimación en la izquierda. En un mundo empañado por dictaduras militares y la presión de Estados Unidos contra el bloque soviético de la Guerra Fría, la victoria de la revolución de Fidel Castro y el movimiento sandinista en Nicaragua dieron alas a una infinidad de Frentes de Liberación que poco a poco, el s.XXI terminó por enterrar y deslegitimar.

Pero había muchos tipos de “liberación”, aunque el concepto evoque a guerrilleros armados en frondosas selvas. No todos requerían un pasamontañas ni todos sabían armar un rifle; los puntos de unión eran otros: la clandestinidad, la insurrección frente al Estado y la desobediencia. Estos últimos términos sí van más acorde a lo que fue el Movimiento Español de Liberación Homosexual, una pequeña y furtiva organización de hombres que, hartos de ser tratados como enemigos, decidieron unirse para exigir al estado franquista y a su máxima autoridad, Francisco Franco, que la homosexualidad no debía ser perseguida ni tratada como una enfermedad.

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El franquismo, en ocasiones, ni mentaba de forma explícita la homosexualidad en su legislación, aunque redactaba leyes para ella. Por ejemplo, el Código de Justicia Militar condenaba “actos deshonestos” a la dignidad militar. La ambigüedad, sin embargo, luego era un movimiento evidente para reprimir la homosexualidad en el Ejército.

Obviamente, para las miradas conservadoras del momento, la homosexualidad y el comunismo iban de la mano: “La sodomía tiene una función comunista a través de los siglos, pues ambas aberraciones, aun siendo de distinto tipo, son contrarias a la familia, a la propiedad privada y al orden tradicional”, rezaba la obra Sodomitas, publicada en 1956 y tan exitosa que sus reediciones llegaron hasta la década de los 70.

La persecución a los gays durante el Franquismo

La organización se fundó en 1971, en esos últimos años del tardofranquismo cuando las generaciones nacidas en dictadura exigían cambios y aires de libertad más parecidos a los vecinos europeos. La homosexualidad fue fuertemente reprimida durante los cuarenta años que duró la opresión. De hecho, la Ley de Vagos y Maleantes se reformó en 1954 para incluir de forma explícita a los homosexuales.

Ya en 1970, llegó la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social (LPRS), que pese al paso del tiempo volvía a apuntar contra “los que realicen actos de homosexualidad” con sanciones que podían llevar al exilio de la región. Incluso con la llegada de la democracia, esas normas se mantuvieron en el tiempo. El primer partido que movió ficha fue el Partido Comunista de España (PCE), aunque sus peticiones se desoyeron hasta 1980, año en el que la LPRS fue derogada. El camino venía de lejos: durante la dictadura de Primo de Rivera, la pena para los homosexuales era de entre dos a doce años de cárcel, multas de mil a diez mil pesetas e inhabilitación para la función pública durante seis y doce años.

Tratados como apestados, el objetivo principal del MELH era ser considerados parte de la sociedad española: “Buscaban concienciar a los homosexuales en la reivindicación de sus derechos, romper con su aislamiento y lograr el reconocimiento y aceptación de la sociedad”, asegura Valentín Galván en su estudio De vagos y maleantes a peligrosos sociales: cuando la homosexualidad dejó de ser un delito en España (1970-1979). Sus fundadores fueron Francesc F. (bajo el seudónimo de Mir Bellgai) y Armand de Fluvià (con el de Roger de Gaimon), que a través de cartas logran algo que en su momento se vendió como una concesión: apresar solo a los que realizaran “más de un acto de homosexualidad”.

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El tiempo ha colocado a Armand de Fluvià en la posición de líder activista por los derechos LGTBI. Fue la primera persona en España en hacer pública su homosexualidad a través de la televisión y lideró el Movimiento Español de Liberación Homosexual gracias a sus contactos en el extranjero. Las reuniones clandestinas en hogares de Barcelona, donde llegaron a contactar con unas 60 personas —con una escasísima representación de mujeres, aún más invisibilizadas y perseguidas— y a enviar panfletos a Francia para que desde allí se redistribuyeran por España. Ser descubiertos no era una opción, así que nunca se repetía lugar de reunión. Sin embargo, la existencia del grupo fue breve. En 1972, la Policía terminó por identificarles y forzar a la disolución de la organización. No sería hasta la muerte de Franco cuando estos militantes volvieran a tomar la palabra.

El MELH sirvió de despertador, de instigador, y durante el Gobierno de Carrero Blanco se generó una efervescencia del movimiento LGTBI en España. A Cataluña se sumaron Valencia, Mallorca, Madrid, Málaga, Zaragoza, Santiago de Compostela, Bilbao... El país comenzó a demostrar que la fórmula franquista estaba agotada. Una vez murió Franco, el Movimiento de Liberación pudo ampliar sin tanto miedo sus posturas marxistas y eso ayudó a que otros movimientos radicales y politizados irrumpieran en la escena: el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) de Madrid, la Unión Democrática de Homosexuales de Málaga (UDHM) o el Euskal Herriko Gay Askaten Mugimendua (EHGAM) de Bilbao fueron algunos de ellos. Fue entonces, ya en 1976, cuando pudieron ser quienes realmente eran: hombres, gays y marxistas. Así lo constataron en el llamado Manifiesto de Marzo de 1977, cuando dieron a entender que ellos no iban a cambiar, que el cambio tendría que hacerlo el resto del mundo: “Nosotros no somos reformistas, somos radicales y revolucionarios”.

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