“Tuvo un divorcio duro y conllevó un abuso verbal hacia su exmujer”, así fue como Alberto Núñez Feijóo describió el caso de violencia machista que sufrió la expareja de Carlos Flores, el líder de Vox y cabeza de lista de la Comunidad Valenciana para las elecciones autonómicas. Finalmente, Flores fue sacrificado tras el veto del PP para formar gobierno, pero a lo largo del “divorcio duro”, la víctima sufrió insultos, vejaciones y amenazas, como la que recoge la sentencia: “Te voy a estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras y acabe contigo, ladrona”.
Una de las batallas que la extrema derecha pelea de manera insistente es negar el término “violencia machista” para denominarla “violencia doméstica” o “violencia intrafamiliar”. Son distintas formas de referirse a un mismo hecho, lo importante son los matices. La misma cosa puede tener significados opuestos simplemente por su cambio de nombre porque “el lenguaje construye realidades” conforme explica la profesora de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), Carlota Coronado, especializada en género y en comunicación. Cuando se utilizan estos dos conceptos, se hace referencia a la violencia que ocurre dentro de la familia y que puede ser ejercida hacia hombres y hacia mujeres, lo cual “no es equiparable”.
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“Por eso es tan importante para el feminismo que no se cambie ese nombre, porque estaría escociendo una realidad que ha costado mucho visibilizar”, sentencia la experta, que recuerda que, en la mayoría de los casos, son las mujeres las víctimas de la violencia porque “los hombres están en una situación de dominación y poder, y las mujeres en situación de vulnerabilidad de forma estructural”.
“Violencia de género”, un término limitado
Arantxa Elizondo, profesora de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco, señala que un punto clave en la construcción del concepto de la ´violencia de género` fue la aprobación de la ley de 2004 que le dio nombre. “Se generó mucha polémica porque estaban limitando el concepto a aquella violencia ejercida por la pareja o expareja la mujer víctima”. Sin embargo, cuando utilizamos esa fórmula, nos referimos a realidades mucho más amplias, a pesar de que el término jurídico esté acotado.
Entender la violencia de género únicamente como la que ocurre dentro de una relación sentimental produjo que se introdujera la fórmula ´violencia contra las mujeres`, porque suponía una denominación más amplia en la que caben otro tipo de violencias. La profesora apunta que en los últimos años se ha empezado a hablar de ‘violencia machista’, pero muchas personas son reticentes a utilizarlo porque sería “un reconocimiento explícito de que vivimos en una sociedad patriarcal y machista” y es algo que no están dispuestas a admitir porque se sienten interpeladas. “Parece que ´violencia de género’ es algo más neutral y asumido”, y puede deberse a “su origen en la ley de los 2004″, explica.
Esta resistencia a referirse a la violencia contra las mujeres como machista se fundamenta en lo que se ha llamado “neomachismo”, explica Elizondo: “Se utilizan elementos más sutiles, como el lenguaje, para cuestionar realidades que ya estaban consensuadas”. La violencia contra las mujeres era un debate asumido, cerrado y convertido en una cuestión pública con la ley de violencia de género, aprobada por unanimidad en el Congreso. Los partidos y la ciudadanía asumieron que “en las reacciones entre hombres y mujeres, casi la totalidad de la violencia es ejercida por hombres sobre mujeres” y el Estado debía intervenir. Sin embargo, con la llegada de la extrema derecha, explica Elizondo, se empieza a cuestionar esta realidad bajo el pretexto de que “la violencia no tiene género”.
El contagio de la extrema derecha
“El lenguaje no es neutro y los cambios que ha habido en los últimos años se deben, sin duda, a que la extrema derecha ha contribuido a fracturar una serie de consensos”, sentencia la experta, que añade que los intentos por deslegitimar los términos como violencia de género forman parte de un “proyecto ideológico” cuyo principal objetivo es volver a los roles tradicionales de género de finales del siglo XX.
Para la Elizondo, el quid de la cuestión, y el trasfondo del uso interesado del lenguaje, es que los partidos de extrema derecha tratan de inculcar en la sociedad que “lo que ocurre dentro de la familia no tiene que ver con que la sociedad esté sustentada sobre una desigualdad entre hombres y mujeres” y que, por lo tanto, no existe un marco de desigualdad social, “donde hay una serie de privilegios que pertenecen a los hombres y las mujeres están en una situación de inferioridad en general”.
Coronado explica que la llegada de Vox ha supuesto un retroceso, porque su “negacionismo de la violencia machista” ha provocado un movimiento en el Partido Popular. “Por facilitar los pactos políticos, lo que está haciendo es retroceder en un discurso en el que ya había un consenso”, ha matizado.
“Lo preocupante es ese contagio por parte de la derecha, que hasta ahora creíamos que era más moderada, pero que está incorporando elementos que vienen de la extrema derecha”, expresa Elizondo. El último de estos episodios del Partido Popular se enmarca en el pacto con Vox en la Comunidad Valenciana. En un acuerdo de 50 puntos, figuraba la promoción de “políticas que perseguirán erradicar la violencia intrafamiliar”. Tras la polémica a raíz de usar ese término, el número dos de Vox en Valencia, José María Llanos, aseveró que “la violencia de género no existe, la violencia machista no existe”. Ante esto, Feijóo, publicó en sus redes sociales que “la violencia de género existe”. Aun con todo, ha pactado con un partido que la niega.
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