Los arqueólogos que analizan las ruinas de los puticlubs: “Deberían ser visitadas por los escolares”

Xurxo Ayán y Carlos Otero llevan desde 2021 visitando unos 80 burdeles abandonados en carreteras de Galicia y León para intentar radiografiar a la España que trató a las mujeres como “ganado”

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Xurxo Ayán y Carlos Otero llevan desde el año 2021 visitando decenas de burdeles abandonados con el objetivo de trazar la “genealogía de los paisajes de la explotación sexual” a partir de las ruinas de los clubs de alterne, “buscando visibilizar vidas desaparecidas en la vorágine de la explotación capitalista y su consecuente depredación de cuerpos”.

“Generaciones enteras de españoles hemos sido educados en un entorno que ha normalizado el paisaje de los puticlubs en las carreteras nacionales. Una materialidad que ha sido banalizada e incorporada a la cultura popular con tintes de humor negro. Nosotros, como arqueólogos, debíamos ir más allá y analizar materialmente esas escenografías como herramienta de denuncia y arma política”.

Bajo esta premisa, los arqueólogos Xurxo Ayán y Carlos Otero llevan desde el año 2021 visitando decenas de burdeles abandonados (ya llevan unos 80) en Galicia y en la provincia leonesa de El Bierzo con el objetivo de trazar la “genealogía de los paisajes de la explotación sexual” a partir de las ruinas de los clubs de alterne, “buscando visibilizar vidas desaparecidas en la vorágine de la explotación capitalista y su consecuente depredación de cuerpos”. Mercancía, aseguran, “que en España se movía en cuencas mineras, centrales térmicas, carreteras nacionales, autovías y rotondas”.

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Su objetivo es terminar a finales de año y escribir un artículo científico con los resultados. Un complejo trabajo que ambos están haciendo con sus propios recursos y cuando sus obligaciones laborales (Carlos trabaja el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC y Xurxo en la Universidad Nova de Lisboa) se lo permiten. Ayán atiende a Infobae España para explicar este novedoso proyecto.

PREGUNTA: ¿Cómo surgió la idea?

RESPUESTA: Nosotros como arqueólogos hemos trabajado siempre en zonas rurales. Y muchas veces veías estas ruinas que te interpelaban y decíamos, medio en broma, que había que hacer arqueología en los puticlubs. Visto con perspectiva, es una muestra más de cómo teníamos totalmente asumido y asimilado este paisaje como algo totalmente normal. A mí no me tocó, porque yo tenía un padre con una moral muy católica, pero primos míos han visitado puticlubs acompañados de parientes de la familia. Era algo que estaba y sigue estando totalmente normalizado. Entonces, siempre fue algo que teníamos en mente, abordar arqueológicamente estos espacios.

Uno de los arqueólogos tomando fotos de la barra del puticlub 'Blanco y Negro'.
Uno de los arqueólogos tomando fotos de la barra del puticlub 'Blanco y Negro'.

P: Y un día se pusieron manos a la obra.

R: Sí, se dieron las circunstancias para abordar un estudio de este tipo. Una editorial británica va a sacar además un manual de la arqueología de la esclavitud a lo largo del tiempo, y nos invitó a participar, por lo que empezamos a hacer trabajo de campo. Nos hemos inspirado en trabajos parecidos que están haciendo otros colegas en otras partes del mundo, como por ejemplo lo que se ha hecho en el desierto de Atacama de Chile, donde se están estudiando precisamente los prostíbulos de la época del ‘boom’ del nitrato a finales del siglo XIX y principios del XX.

P: Es un trabajo pionero en España. Nunca se ha hecho nada parecido.

R: Sí. Además, abordar el tema de la prostitución en la actualidad y en un pasado reciente obligará a la sociedad española a mirarse al espejo. Estamos hablando de trata de blancas, de mafias, de exclavitud sexual, de una práctica permitida por la clase política... Muchas ruinas deberían ser visitadas por todos los escolares. No hay mejor campaña para luchar contra la lacra de la violencia machista y la esclavitud.

Ahora todos están vinculados a rotondas de acceso a grandes viales como autopistas o autovías

El ‘nudo putero’ que se repite en varios lugares

P: Uno se imagina a un arqueólogo en un yacimiento con su cepillo excavando poco a poco, distribuyendo el terreno en cuadrículas, como las películas. ¿Cómo se trabaja en la ruina de un puticlub?

R: Utilizamos la misma metodología que, por ejemplo, si trabajaras en un campamento militar romano. Pero también nos hemos centrado en ver dónde surgían estos negocios en los años 70, 80, 90, para elaborar lo que llamamos la prospección arqueológica. Hemos trabajado en la arqueología del paisaje, que sirve para elaborar modelos predictivos de localización de yacimientos. Aquí hemos depurado un modelo predictivo de la organización de puticlubs, que nos dice que siempre va a haber un puticlub o lo que nosotros llamamos un ‘nudo putero’, es decir, una concentración de puticlubs, a 15 minutos de distancia de una capital provincial o una capital de comarca, y casi siempre vinculado a rotondas de acceso a grandes viales como autopistas o autovías. No falla.

P: Los burdeles de carretera de toda la vida.

R: Sí. También hemos empezado a conocer muy bien las tipologías, la arqueología de la arquitectura, por el tipo de arquitectura sabemos de qué periodo es. Hay un momento en el que hubo una febre historicista y se pusieron de moda los de tipo castillo medieval, con nombres visigodos, con almenas, que si ‘Don Rodrigo’, ‘Club el Castillo’, ‘Fortaleza de Pasiones’... también se puso de moda el binomio puticlub y mesón castellano, es un clásico. O el cromatismo: hay ‘colores puteros’, el lila, el violeta, el azul celeste, es decir, hay una serie de variables y de claves que te permiten trabajar mejor.

Restos de casetes y un cupón encontrados en los prostíbulos analizados.
Restos de casetes y un cupón encontrados en los prostíbulos analizados.

Sin rastro de las mujeres explotadas

P: Es decir, que han hecho un trabajo arqueológico completo.

R: Claro, incluso con el registro de material, clasificamos por ejemplo un casete de Julio Iglesias del año 1995 como pieza arqueológica. La única diferencia es que trabajamos con un pasado físico muy reciente que marca la diferencia. Yo, por ejemplo, he estado dos veces en un puticlub en despedidas de soltero cuando era joven y recuerdo la atmósfera sensorial, que es muy importante para la identidad del putero, el tabaco, los espejos, los cristales, la bola de discoteca... Ver esas ruinas es impresionante e interesante desde el punto de vista arqueológico porque ves cómo realmente quedan restos de los puteros y de los usuarios, de los hombres, pero del ‘ganado’, de la esencia de ese negocio, las mujeres explotadas y esclavizadas, apenas queda. No hay registros, lo que nos enfrenta directamente con la situación.

“Cada coyuntura genera un paisaje diferente, unas arquitecturas y un modelo de negocio. Este es el gran poder de la arqueología: hacer público lo que no se quería hacer público”

P: ¿Qué situación? ¿Por qué sí hay restos de los clientes y no de las mujeres que ejercieron en esos lugares la prostitución?

R: Nosotros hemos excavado en el Valle de los Caídos, en campos de redención de penas franquistas, en campos de concentración, en cárceles. Y esto es mucho peor. Porque en todas esas arquitecturas, las personas que pasaron por allí dejaron constancia de su paso a través de grafitis o siempre hubo una voluntad de reafirmar su identidad o de dignificar su paso por esos sitios. En cambio, en estos puticlubs jamás vas a encontrar un grafiti o una declaración de ninguna de estas mujeres. Hay un puticlub, el ‘Blanco y Negro’, en León, que es modélico en este sentido.

Diseño del puticlub 'Blanco y Negro' con sus celdas.
Diseño del puticlub 'Blanco y Negro' con sus celdas.

P: ¿Qué encontraron allí?

R: No había habitaciones, solo celdas con ventanas de 30 por 30 centímetros, ni camas tenían, solo pibotes de hormigón con una tabla y un colchón. Y entonces en ese espacio, entre la tabla y esos pibotes, sí hemos encontrado algunos elementos vinculados a estas mujeres que son demoledores. Por ejemplo, medicamentos contra el ácido úrico. Estas mujeres eran alcoholizadas y drogadas para mantener el ritmo de trabajo. Había también alguna revista del corazón de los años 90, un ejemplo de cómo estas mujeres proyectaban su vida miserable en otras vidas. Es alucinante. Pero realmente no queda apenas nada de ellas. Porque allí el negocio era mover rápido a las chicas, ‘quemar’ la mercancía, llevarlas a otro ditio, traer chicas nuevas. Había hasta alambres de espino. Eran auténticas cárceles.

P: ¿Alambres de espino?

R: Era una fotaleza, con un control riguroso de los accesos, rodeado de alambres de espino. De lo que estamos hablando es de mujeres desaparecidas. En todo este negocio, en España, el 90% de las mujeres son extranjeras. Se trata de personas de las que no queda rastro material. Estos puticlubs son auténticos museos al aire libre. En vez de llevar a los escolares a ver el Centro de Interpretación de Las Médulas o un castro, pues igual estaba bien, en vez de tantas campañas que no valen para nada, llevarlos aquí para ver lo que sus abuelos, sus tíos, sus padres, o ellos a lo mejor en un futuro puedan llegar a hacer. También nos mueve una proyección didáctica de nuestro trabajo.

P: El trabajo que están haciendo también muestra una evolución de la tipología de puticlubs que ha habido en España.

R: Al principio estaban las casas de putas, que estaban en las capitales de comarca. Por ejemplo, en Santiago de Compostela, había un barrio que estaba al lado del campo ferial del ganado, donde iban los hombres que venían del campo. Un buen reflejo de esta realidad se encuentra en la novela A Esmorga de Eduardo Blanco-Amor y su adaptación al cine por el director Ignacio Vilar. Los hombres acudían a las casas de putas, regentadas por mujeres de confianza que han iniciado ya en el sexo a hijos, sobrinos y otros miembros de la familia. Luego, en los años 70, cuando empieza a desarrollarse la locomoción, surgen unos nuevos patrones de consumo, los emigrantes retornados dejan de beber coñac, anís del mono y empiezan las copas, el tabaco americano, la cocaína, nuevos patrones de consumo vinculados a una nueva masculinidad. Y ahí es cuando se ve la potencialidad del negocio y se montan los primeros puticlubs. Muchas veces por camioneros o pequeños empresarios del transporte. Donde se ve mejor esta evolución es en el puticlub de la central térmica de Anllares.

Una de las camas del puticlub 'Eros'.
Una de las camas del puticlub 'Eros'.

P: ¿Al lado de una central térmica?

R: Aquí podemos ver dos fases, la primera a finales de los 70, con un ambiente muy campesino, una barra recta como si fuera de una cantina de pueblo, la chimenea francesa en la esquina. Y de eso se pasa ya a la plena modernidad en los años 80, con la barra americana, las curvas... Realmente los años 80 son la época de esplendor de estos locales, hay una inversión muy grande porque lo que importa realmente es el espacio, aunque haya una doble paradoja. Por un lado, la discreción es lo que vale en este negocio, cierta invisibilización de lo que pasa dentro, pero visibilización a su vez con luces intermitentes y colores llamativos. Es curioso también cómo ese periodo de esplendor coincide con la construcción de las autovías, hay mucho negocio, mucha mano de obra, pero a su vez la apertura de las autovías va a suponer también el fin de ese modelo de los puticlubs de carretera.

P: ¿Por qué?

R: Porque luego lo que va a primar es la velocidad, el tiempo sobre el espacio. Más una lógica capitalista neoliberal que lleva a la concentración del negocio. Lo que trajeron las autopistas y las autovías fue la desaparición de muchos de estos pequeños puticlubs y la concentración del negocio en estos nuevos ‘nudos puteros’ que permiten la velocidad y acercarse en 15 minutos y volver a la ciudad. Y eso es lo que estamos viendo ahora, grandes puticlubs en esas zonas de acceso ubicadas en sitios estratégicos. Aunque ahora, tras la pandemia, ha habido otro cambio en el modelo y se vuelve a las casas de putas. Quitando estos grandes puticlubs, gran parte del negocio se lleva ahora en apartamentos, en pisos privados. Es interesante cómo cada coyuntura genera un paisaje diferente, unas arquitecturas y un modelo de negocio. Este es el gran poder de la arqueología: hacer público lo que no se quería hacer público.

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P: Un puticlub también sirve, por tanto, para estudiar la historia, modelos de vida y de negocio.

R: Claro. Y la geopolítica. Por ejemplo, donde yo vivía en Galicia primero llegaron la prostitutas portuguesas. Luego cuando cayó el Muro de Berlín las chicas del este de Europa. Después fue el turno de las mujeres suramericanas, es impresionante ver cómo la globalización acaba afectando a ese tipo de cosas. El primer puticlub que surge en mi zona se llamaba ‘Las Malvinas’, porque coincidió con la guerra de Las Malvinas. Y encima los paisanos empezaban a ir de putas y se montaban cristos con las familias como si fuera una guerra. Fuera de anécdotas, todo eso coincidió también con un movimiento en Portugal, ‘las madres de Braganza’, que fueron portada de la revista Time, que protagonizaron una huelga de sexo cuando las prostitutas brasileñas empezaron a llegar a Braganza. Ahí se muestra también un poco el conflicto de tradición y la modernidad en contextos rurales.

P: ¿Qué fue de ‘Las Malvinas’?

R: Hubo negocio hasta hace unos 10 años, el ambiente era totalmente familiar, el proxeneta tenía un hotel legal al lado. Yo tenía colegas que jugaban allí al fútbolin y se quedaban con los hijos de las prostitutas mientras otros pagaban un servicio. Todo es muy bonito, ¿no? Pues esto forma parte también del discurso que permite legitimar toda esta situación. Es una auténtica banalidad del mal, ¿no? Nosotros tampoco vamos a entrar ahora en un debate que tiene que ser legislativo, el de regular la prostitución. Nosotros lo que hacemos hincapié es que también había redes mafiosas, exclavitud, es lo que queremos mostrar, sobre todo a las nuevas generaciones que se toman a cachondeo todo esto, que creen que la prostitución es una buena manera y barata de acabar la noche, cuando conlleva una gran deshumanización. La materialidad de estos puticlubs no deja lugar a dudas.

Las ruinas de un puticlub gallego.
Las ruinas de un puticlub gallego.

P: ¿Qué ha sido lo más sórdido que han encontrado?

R: En un puticlub vimos que la única inversión que había hecho el dueño fue un microondas y un equipo de música. Alimentaba a las chicas con bocadillos. Encontramos incluso un proyecto arquitectónico de ampliación del puticlub con mesón incorporado... ¡visado por el arquitecto municipal! Hemos entrevistado incluso a policías municipales que iban allí como clientes. Es la impunidad total. También las celdas del ‘Blanco y Negro’ son una cosa impresionante. Lo que permanece allí demuestra que todo estaba orientado al hombre y a sus necesidades fisiológicas: un pequeño lavabo, el rodillo de papel higiénico y un taburete. Te imaginas a la chica allí encerrada con un hombre detrás de otro, con un ventanuco por el que apenas pasa el aire. Había otro que estaba a lado de un colegio público, con el cartel de venta de tabaco prohibida a menores de 16 años. Luego estaba ‘el jacuzzi’ del club ‘Eros’, tan cutre, aún quedan las servilletas rojas con su símbolo de Cupido lanzando una flecha.

P: ¿España es un país de puteros?, O, ¿al menos lo fue?

R: Hay informes que dicen que España es el paraíso de la explotación sexual en Europa y el tercero a nivel mundial en el ranking de consumo de prostitución, tras Tailandia y Puerto Rico. Y esto está íntimamente relacionado, creo yo, con la dictadura franquista, con un determinado tipo de masculinidad que fue fomentado por la propia Iglesia católica, todos estas generaciones de españoles que fueron educados en el autoritarismo y el dominio de la mujer. Han podido cambiar los modos de consumo, porque ya estos locales de carretera son un poco extemporáneos, pero el problema es que las mafias se siguen reconstituyendo, adaptándose a nuevos ciclos de capital y a un nuevo modelo de depredación del territorio, de los cuerpos de las personas.

P: Ha sido una suerte para su trabajo que estos locales sigan en pie.

R: Sí, porque nosotros lo que queremos es, a partir de una práctica científica, mostrar a la ciudadanía precisamente lo que eran estos sitios, que eran auténticas cárceles de mujeres en las cuales se explotaba a seres humanos. Con limitación de costes y maximización de beneficios, hechos con una arquitectura infame, barata, de uralita, que algunos parecen auténticas chabolas, conectados a la luz de manera ilegal o con transformadores medio domésticos ubicados en tierra de nadie.

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